La presencia de Clara había introducido una nueva dinámica, no solo en la casa de Edison, sino también en la atmósfera entre nosotros. La tensión del momento interrumpido se había disipado un poco, pero quedaba un rastro de incomodidad flotando en el aire.
Después de la torpe presentación a Clara, pasamos un rato más hablando, aunque la conversación ya no tenía la misma fluidez íntima de antes. Clara se unió a nosotros brevemente, haciéndome algunas preguntas sobre el instituto y lanzándole miradas cómplices a su hermano. Sentí que me observaba con una mezcla de curiosidad y diversión, lo que solo aumentó mi nerviosismo.
Finalmente, decidí que era hora de irme. Al despedirme de él en la puerta, su mirada era de arrepentimiento.
—Lo siento de nuevo por la interrupción —dijo en voz baja.
—No te preocupes —respondí, aunque una pequeña parte de mí todavía lamentaba el momento perdido.
Hubo un breve silencio, durante el cual nuestros ojos se encontraron. Sentí la misma conexión que habíamos experimentado antes, pero ahora estaba teñida de una cierta timidez.
—Quizás… quizás podamos retomar esto otro día —sugirió él, con un ligero rubor en las mejillas.
Una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios.
—Me gustaría eso.
Regresé a casa con la mente llena de imágenes de su habitación, de la calidez de su mano en la mía, del sabor de sus labios. La interrupción había sido frustrante, pero también había hecho que la intensidad de nuestros sentimientos fuera innegable. Ya no había dudas en mi mente sobre lo que sentía por él. La pregunta ahora era, ¿sentía él lo mismo? Su invitación y el beso apasionado parecían indicar que sí, pero la repentina llegada de su hermana había dejado un interrogante en el aire.
Los días siguientes en el instituto transcurrieron con una nueva expectativa. Nuestras miradas se cruzaban con más frecuencia, y había sonrisas tímidas y roces de manos intencionales al pasar por el pupitre. Hablábamos en voz baja durante las clases, compartiendo apuntes y risas contenidas. La hostilidad inicial parecía un recuerdo lejano, casi irreal.
Un jueves por la tarde, mientras salíamos de clase, me alcanzó en el pasillo.
—¿Estás libre este fin de semana? —preguntó, con una mirada que insinuaba más de lo que decía.
Mi corazón dio un vuelco.
—Sí, estoy libre.
—¿Te gustaría volver a mi casa? Clara dijo que saldrá con sus amigas todo el sábado.
Una oleada de alivio y anticipación me invadió.
—Me encantaría.
El sábado llegó con una sensación de expectación casi palpable. Caminé hasta su casa con una mezcla de nerviosismo y emoción. Esta vez, no había interrupciones. Pasamos la tarde escuchando música, dibujando juntos (mi torpeza artística contrastaba cómicamente con su habilidad), y hablando de todo y de nada.
La atmósfera era relajada y cómoda, pero la tensión romántica que se había interrumpido la semana anterior seguía presente, latiendo suavemente bajo la superficie. Nuestras miradas se volvían más largas, nuestros roces más intencionales.
Al caer la noche, estábamos de nuevo en su habitación, sentados en el suelo, apoyados en la cama. La luz tenue de una lámpara creaba sombras suaves en su rostro. Él tomó mi mano, entrelazando nuestros dedos, y esta vez no hubo sobresaltos.
Nos acercamos lentamente, el mismo anhelo en nuestros ojos. El beso fue más seguro, más profundo, una confirmación silenciosa de los sentimientos que habían estado creciendo entre nosotros. Exploramos el tacto del otro con una curiosidad tierna, descubriendo la suavidad de la piel, el calor del cuerpo.
Hubo silencios llenos de significado, miradas que lo decían todo. Nos permitimos estar cerca, disfrutar del momento, sin la presión de tener que apresurar nada. La interrupción de su hermana, aunque frustrante en su momento, paradójicamente había añadido una capa de anticipación y deseo a nuestra conexión.
Esa noche, en la tranquilidad de su habitación, rodeados de sus dibujos y el suave murmullo de la ciudad al fondo, finalmente cruzamos ese umbral. Fue un momento de vulnerabilidad compartida, de una conexión física que era la culminación natural de la conexión emocional que habíamos estado construyendo lentamente.
Después, acostados juntos en su cama, el silencio entre nosotros era diferente. Estaba lleno de una intimidad recién descubierta, de una sensación de paz y pertenencia. Miré su rostro en la oscuridad, la suave curva de sus labios, la manera en que su cabello caía sobre la almohada. Sentí un amor tierno y protector florecer en mi pecho.
La interrupción de Clara había sido inoportuna, pero al final, nos había dado la oportunidad de tomarnos nuestro tiempo, de conocernos realmente antes de dar ese paso. Y ahora, en la quietud de la noche, sabía que lo que sentíamos era real, algo que había nacido de la hostilidad inicial y había florecido en algo hermoso e inesperado. La calma había llegado después de la pequeña tormenta, y esta vez, no había señales de que fuera a desvanecerse pronto.