Cuando No Éramos Nadie

Prólogo.

Si alguien me hubiera preguntado hace un mes qué pensaba del amor, habría dicho que es innecesario. Un espejismo elaborado, un engaño narrativo. Una forma de darle sentido al deseo para que no se sienta vacío.

Hoy no estoy tan seguro.

El ascensor se detuvo con un golpe en seco. La tormenta afuera era intensa, pero el verdadero peligro estaba adentro. Su postura relajada, su innegable atractivo, su mirada fija, su voz afilada como si cada palabra fuera una elección calculada.

No era una pregunta común en un ascensor detenido entre el octavo y noveno piso. Tampoco era el tipo de pregunta que se le hace a un extraño. Pero en sus labios, sonaba como la única pregunta que importaba en el universo.

Y yo, que siempre había calculado cada paso en mi vida, que nunca dejaba nada al azar, respondí por impulso, movido por una fuerza que aún no logro comprender:

—Sí.

Debería haber dicho que no. Debería haber guardado silencio. Debería haber recordado que las historias sin pasado ni futuro suelen ser las más peligrosas.

Pero hay encuentros tan intensos, tan magnéticos, que resistirse a ellos sería como intentar detener una avalancha con las manos desnudas. Y yo acababa de desencadenar la mía.




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