Cuando Papá Volvió con el Divorcio

El pasado toca la puerta

Amelia

La música suena suave en la estética mientras el sol entra por los ventanales, calentando el suelo de madera clara. El olor a esmalte, secador y lavanda se mezcla con las risas de mis clientas, que hoy son más amigas que otra cosa. Algunas se hacen las uñas con diseños imposibles, otras se dejan peinar con moños altos, trenzas dobles y mechones de colores fantasía.

Yo solo observo, sentada en una de las sillas cercanas al rincón de maquillaje, mientras Lily se mira al espejo con los ojos llenos de emoción.

—Mamá, ¿puedo usar ese labial rosa que brilla? —pregunta con una sonrisa tan amplia que me dan ganas de enmarcarla.

—Solo un poquito, cariño. —respondo, y ella corre a pedírselo a Sophie, una de nuestras estilistas, que le guiña un ojo antes de darle el permiso con complicidad.

Lily es tan pequeña, pero a veces siento que tiene el alma vieja. Le encanta estar aquí, entre colores, perfumes, voces femeninas y el mundo que he construido con tanto esfuerzo. La miro mientras se aplica el brillo de labios torpemente, con más entusiasmo que precisión, y mi pecho se llena de una felicidad que duele.

—Té frío para la reina de la nostalgia. —bromea una voz a mi lado.

Es Grace, mi mejor amiga desde que llegué a este pueblo. Alta, rubia, de carácter fuerte y abrazos cálidos. Me ofrece una taza de porcelana blanca con limón flotando en el borde.

—Gracias. —le digo, tomando la taza entre las manos. —Está perfecto. —halago su espectacular té.

Ella no se sienta aún, se queda mirándome con ese gesto suyo que mezcla ternura y curiosidad.

—¿Por qué siempre la miras así? —arrugo el ceño desconcertada, no entiendo su pregunta. —Como si estuvieras recordando algo lejano. —mira directamente a Lily.

—Porque lo estoy. —respondo sin pensarlo mucho, y luego bajo un poco la voz. —Es el recuerdo más sano que me queda de él. —duele recordarlo y no por como terminó todo, sino por Lily que no tiene padre.

Ella se sienta a mi lado sin decir nada al principio. Me conoce lo suficiente como para no apresurar las palabras. Hago una mueca con los labios, como si ese breve dolor que siento en el pecho pudiera salir por ahí y luego me obligo a sonreír.

—¿Te duele todavía? —pregunta, sin rodeos.

—No como antes. —respondo, dejando la taza sobre la mesita frente a nosotras. —Solo que duele distinto. Duele en los días buenos, como hoy. —más cuando mi hija sonríe y es la sonrisa de él.

—Nunca me contaste bien qué pasó entre ustedes. —¿qué no pasó es la pregunta correcta?, pienso.

Suspiro. La historia me pesa, pero hoy… no sé, tal vez merezca ser contada.

—Nathan y yo nos enamoramos rápido, de esos amores que te hacen pensar que todo será fácil. —se me dibuja una tonta sonrisa en los labios. —Él tenía grandes sueños. Quería recorrer el mundo, escribir libros, cambiar el rumbo de su vida. —ser la oveja negra de su familia, recuerdo las palabras de su madre. —Yo… yo solo quería quedarme en un lugar, tener algo mío, algo tranquilo. —miro a mi alrededor. Lo conseguí.

—¿Y no lo supo nunca? —susurra Grace.

—No. —respondo, mirando a Lily que ahora se está pintando una uña de azul pastel con la lengua entre los dientes. —Cuando se fue, no sabía que estaba embarazada. Pensé que lo mejor era dejarlo libre. —sus padres lo hubieran obligado vivir una vida que no deseaba. —Él ya había elegido. —me encojo de hombros.

Grace frunce el ceño, incómoda con la idea.

—¿Y nunca te buscó? —niego lentamente.

—Durante un tiempo sí. Me escribió, me llamó, pero luego… se fue apagando. —jamás respondí sus cartas y sus llamadas eran contestadas por el contestador. —Como una vela que se consume sin hacer ruido. Yo también dejé de contestar. Era lo mejor, o eso me repetía todos los días. —dolía mucho ver mi vientre crecer y que él estuviera feliz y yo destrozada.

Ella niega suavemente con la cabeza, como si intentara entender una decisión que jamás habría tomado.

—¿Y todavía estás casada con él? —asiento lentamente.

—En los papeles, sí. Nunca me divorcié. —sus ojos se abren como platos. —No lo vi más desde que se fue. No sé si está vivo, si es feliz, si ya olvidó mi nombre. —no creo que se olvide de que tiene esposa.

—¿Y si vuelve? —insiste Grace.

—Mientras no sepa de Lily, puede quedarse en el olvido. —respondo. Esta vez mi voz es firme, sin duda.

—¿No crees que ella debería saber quién es su padre? —me encojo de hombros.

—Tal vez algún día. Cuando sea más grande. —debo juntar valor para enfrentar a mi hija y buscar a su padre, ya que la conozco y querrá conocerlo. —Cuando pueda entender que no fue culpa suya, ni mía, ni siquiera de él del todo. —hay tantas cosas que explicar y entender que no son para una niña de diez años.

—¿Aún lo amas? —esa pregunta me toma por sorpresa. Me quedo en silencio por un instante largo.

—Lo amé. Con todo lo que tenía. —mi pecho se oprime. —Y creo que una parte de ese amor… se quedó en Lily. Cada vez que la veo, veo lo bueno que hubo en nosotros. —trago en seco. —Lo que fuimos antes de rompernos. —Grace asiente y me aprieta la mano.

—No estás sola, Amelia. No lo has estado desde que llegaste aquí, y no lo vas a estar si un día él aparece por esa puerta. —espero que no lo haga. No quiero enfrentarlo.

—Gracias. —murmuro.

Volvemos a mirar a Lily, que ahora lleva tres horquillas de colores en el cabello y se está riendo con Sophie. Mi corazón se llena otra vez. Quizá esté rota en algunos lugares, pero esos pedazos también forman parte de mí. Y hoy, en este rincón lleno de vida y mujeres fuertes, puedo respirar tranquila. Al menos por ahora.

Grace no dice nada por un momento. Solo acaricia mi brazo con suavidad, como si supiera que abrir esa parte de mí requiere valor. Le sonrío, o lo intento. En ese instante, Lily se acerca dando pequeños saltitos, con la cara radiante y las uñas levantadas como si fueran obras de arte.




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