Cuando Papá Volvió con el Divorcio

Es la unión de dos vidas

Me motiva mucho los corazones y comentarios para seguir escribiendo.

Nathan

»¿Hasta cuándo, Nathan? —gruñe, furiosa. —¿Hasta cuándo vas a seguir con esta farsa? —la voz de Charlotte atraviesa el teléfono como un disparo. Sé que está furiosa, no necesita gritar más para que lo entienda.

—Charlotte, estoy intentándolo. —respondo mientras camino de un lado a otro por la habitación del hotel, sintiendo el sudor en las palmas de las manos. —Solo necesito un poco más de tiempo. —tiempo para entender, pienso.

—¿Tiempo? —bufa. —¡Llevamos un año juntos! Me prometiste que todo esto estaría resuelto en meses. —no han pasado ni días desde que empecé a buscara a Amelia. —¿Acaso no ves lo ridículo que es que sigas casado? —no, nunca lo vi así.

Cierro los ojos por un momento. No quiero tener esta conversación ahora. No quiero tenerla nunca.

—Estoy haciendo lo que puedo. —repito.

—No es suficiente. No puedes seguir posponiendo todo. —ella y su enorme boda, una que mi padre no solventará y tiene razón. —No puedes vivir en este limbo eterno mientras yo te espero como una tonta, creyendo que algún día vas a darme el lugar que merezco. —es mi novia, no sé qué más desea.

—Charlotte...

—¡No! —interrumpe, su voz tiembla. —Te amo, pero no voy a compartirte con una sombra. O terminas ese matrimonio o esto se acaba. —advierte amenazante y dejo de escucharla.

Sus palabras me atraviesan. Quiero decirle algo. Algo que la calme. Algo que le dé esperanza. Solo que en lugar de eso, la imagen vuelve. La niña.

La pequeña de cabello rubio que vi junto a Amelia. Sus ojos, su expresión... ese modo de alzar la barbilla. Mi mente se escapa del momento presente y se adentra en la posibilidad que me asusta más que cualquier otra: ¿y si esa niña es mi hija?

No escucho lo que Charlotte dice. Su voz sigue, pero es como si hablara desde muy lejos. Me pierdo en el recuerdo. El modo en que la niña me miró. Su parecido conmigo. Su nombre... Lily. No es casualidad. Todo en ella grita mi sangre.

Y entonces, el grito:

—¡Nathan! —me sobresalto.

—¿Qué? —bufo, exasperado.

—¡Maldita sea! —grita Charlotte. —¿Estás ahí? ¿Me estás escuchando o también me vas a borrar como a tu esposa? —Amelia jamás fue borrada.

Me quedo en silencio un segundo. Miro la alianza de oro que compré y usamos por un tiempo en aquel tiempo. La guardé como un recuerdo doloroso.

—Lo resolveré. —respondo. Y cuelgo.

Tiro el teléfono sobre la cama y me dejo caer de espaldas. No quiero escuchar más. Ya tengo suficiente con mis propios pensamientos y con las llamadas perdidas de mi padre que no pienso devolver. No quiero su sermón, ni sus amenazas. Ni su desdén.

Miro el techo y suspiro. Cierro los ojos y la veo de nuevo. La niña. Me recuerda tanto a mí, pero más aún a Amelia. Tiene ese mismo gesto desafiante, esa pequeña arruga entre las cejas cuando está confundida. Y ese sarcasmo precoz... es idéntico al de mi hermana.

»Amelia.

Susurro su nombre, casi con temor. No pensé que volver a verla removería tanto en mí. Sin embargo, ahí estaba, frente a mí, como si los años no hubieran pasado. Tan distinta, tan fuerte… y a la vez tan frágil. El corazón me dio un vuelco cuando nuestros ojos se cruzaron. Y luego esa niña...

Todo cobra sentido.

Cuando decidí irme, viajar, conocer el mundo, pensé que Amelia iría conmigo. No obstante, no lo hizo. No intentó convencerme de quedarme. No me rogó. No lloró. Solo me deseó suerte y me sonrió, como si no le importara. Eso me dolió más que cualquier pelea.

Ahora entiendo. No fue frialdad, ni indiferencia. Fue algo más. Fue un secreto. Esa niña.

Esa pequeña que habla con sarcasmo, que parece una niña y al mismo tiempo tiene el alma vieja. Esa niña que no se parece a nadie, excepto a mí. Todo empieza a encajar, aunque no quiero aceptarlo. Porque si lo hago, tendré que preguntarme por qué Amelia me lo ocultó. Por qué viví diez años sin saber que tenía una hija. Por qué me dejó ir, cargando con algo tan grande sola.

La rabia se mezcla con la tristeza, con la culpa, con una punzada de miedo. ¿Cómo le explico esto a Charlotte? ¿Cómo le digo que no solo estoy casado, sino que también tengo una hija de la que no supe durante años?

Siento una presión en el pecho. No tengo las respuestas. No sé qué quiero. No sé si quiero luchar por Charlotte o gritarle a Amelia por haberme dejado afuera de algo tan importante. Sin embargo, mañana lo sabré. Mañana tendré que enfrentar la verdad.

Voy a pedirle a Amelia que me diga la edad de esa niña. Que me diga si es mía. Y si lo es... si lo es, todo cambiará. Mi vida, mi futuro, mi idea del amor, de la paternidad... de todo. Y necesitaré ese divorcio. Pero ya no solo para casarme. Lo necesitaré para entender en qué punto perdí el rumbo. Para saber si puedo reconstruir mi vida... o si ya es tarde.

Me giro hacia un lado y me cubro con las sábanas. Necesito dormir. Los ojos de esa niña me siguen allí donde vaya. Me pregunto: ¿Podré perdonar a Amelia? No puede decirme que la niña no es mi hija, tiene el tonto sarcasmo de mi hermana, sus rasgos físicos son como los míos y el cabello de Amelia. Esa niña debe ser mía, ¿no?

Con esos pensamientos me quedo dormido.

(...)

Espero en la estética de Amelia desde hace más de media hora. Grace me ha dicho que se retrasó por una reunión. ¿Qué tipo de reunión? No lo sé, y tampoco pregunto. Sin embargo, la palabra queda rebotando en mi cabeza como una piedra dentro de una lata vacía. Una parte de mí quiere saberlo, exigirle respuestas a Grace, solo que la forma en la que me ha mirado al llegar me ha dejado claro que estoy más cerca de ser enemigo que conocido. Seguro Amelia no habla muy bien de mí, y no la culpo.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.