Amelia
El silencio entre nosotros es tan denso que apenas puedo respirar. Nathan está sentado frente a mí, con la carpeta del divorcio en las manos, pero no ha firmado. Yo evito su mirada, sabiendo lo que viene. Sabe la verdad. Lo vi en sus ojos. No importa lo que diga, no importa cuántas veces intente negarlo, ya no sirve. Él ve a Lily y se ve a sí mismo, es imposible no hacerlo. Solo el cabello rubio y ondulado es mío, lo demás… todo es de él. Hasta esa expresión cuando se molesta, hasta la forma en la que frunce el ceño. Es su espejo.
El ruido de pasos diminutos interrumpe la tensión como un suspiro entre gritos.
—¡Mami! —La voz de Lily atraviesa la oficina como un rayo de sol en medio de la tormenta. —¡Mami, terminé de pintar las uñas de Grace! ¿Me quedó bien? —pregunta emocionada.
Me giro hacia ella con una sonrisa temblorosa. Está tan feliz, tan ajena a todo, que me duele el alma.
—Sí, mi amor, estoy segura de que quedaron hermosas. —la halago mientras se lanza a mis brazos y me cubre de besos.
Nathan no dice nada. Observa en silencio, sus ojos fijos en ella, en su sonrisa, en sus movimientos. Su mirada es tan intensa que me incomoda. En sus pupilas hay una mezcla de rabia, dolor, tristeza y algo más… algo que reconozco y que me rompe: arrepentimiento.
No puedo juzgarlo. Él quería algo que yo no podía darle. Soñaba con viajar, con una vida sin compromisos, sin raíces. Yo solo podía ofrecerle una cuna y pañales. Lo dejé ir porque lo amaba. Y porque merecía elegir.
Lily lo ve. Sus ojos celestes se clavan en los de él con una seriedad que no va con su edad.
—¿Quién eres tú? —pregunta de repente, con la cabeza ligeramente ladeada.
Nathan parpadea como si despertara de un sueño.
—Soy… un amigo de tu madre. —responde con voz grave.
Lily arruga el ceño. Esa misma expresión que hace él cuando algo no le cuadra.
—Mi mamá no tiene amigos. —dictamina con total convicción.
Yo me atraganto con el aire. Nathan enarca una ceja, divertido.
—¿Estás segura? —replica, cruzándose de brazos.
Lily aprieta los dientes como si estuviera lista para una batalla.
—Sí. Solo tiene a Grace. —cuenta sin diversión. —Y Grace no cuenta, porque es como una tía. Y los otros son clientes. Así que no. No tiene amigos. —niega, cruzándose de brazos.
—Vaya. —susurra Nathan, apoyando un codo en el escritorio y mirándola con interés. —Entonces yo debo ser una rara excepción. —siempre creyéndose la última bebida del desierto. Hay cosas que jamás cambian.
—O un mentiroso. —refuta ella sin titubear.
—¿Así hablas con los desconocidos? —interroga su padre con sorpresa.
—Solo con los que me mienten. —se encoge de hombros mi hija.
Yo abro la boca para intervenir, Solo que las palabras se me atragantan en la garganta. Nathan sonríe apenas, con esa curva peligrosa que siempre usó cuando estaba a punto de decir algo que me haría enojar.
—Tienes carácter. —le dice a Lily, con tono burlón. —Me suena familiar. —me mira de soslayo.
—¿Tú también pintas uñas? —pregunta ella con sarcasmo.
—No. Pero podría aprender si tú me enseñas. —intenta formar un vínculo con ella que no debería.
—No enseño a desconocidos. —zanja Lily, levantando la barbilla.
—¿Y si te invito un helado? —la esta extorsionando. Aprieto los labios para no reír, no sabe con quién se mete.
—Tampoco me dejo sobornar. —lo desafía con sus pequeños ojos.
Nathan ríe. Yo no recuerdo haberlo visto reír así en años. Tiene una risa profunda, vibrante, que le sacude los hombros. Lily lo observa con una mezcla de desconfianza y curiosidad.
—Bueno. —admite él, incorporándose. —Entonces, si no soy amigo de tu madre, ni puedo comprarte con helado, ¿qué soy? —lo fulmino con la mirada. Llega a decirle que es el padre y no respondo de mí.
—Un problema. —responde Lily sin pensarlo dos veces.
Nathan se ríe aún más fuerte, y yo no sé si reír o llorar. Los miro, y me cuesta tragarme la emoción que me oprime el pecho. Tienen una química inmediata, como si se conocieran de toda la vida. Se entienden con la mirada, se desafían con las palabras, se estudian como iguales.
Y eso duele. Duele porque es la primera vez que están juntos. Duele porque no siempre será así de fácil. Duele porque podrían haber sido inseparables desde hace años. Nathan la observa con admiración oculta tras su sonrisa.
—Tienes agallas, pequeña. —le dice con un guiño.
—Y tú tienes un problema de actitud. —farfulla ella, cruzando los brazos una vez más.
Me tapo la boca para no soltar un sollozo. Los veo como si fueran dos piezas de un rompecabezas que encajan a la perfección, y me siento como la responsable de que no se hayan encontrado antes. Lily no sabe. Y él no lo acepta aún por completo, sin embargo, lo siente. Estoy segura. La siente como suya. Como si su sangre lo llamara y no pudiera resistirse.
Y yo... yo solo puedo observar, con el corazón hecho pedazos y una verdad latiendo cada vez más fuerte en medio del silencio.
—Lily, ¿por qué no vas con Grace un momento, cielo? —le digo con suavidad, acariciándole el cabello.
Mi hija me observa, luego mira a Nathan, ese hombre al que no puede dejar de estudiar con esos ojitos curiosos que todo lo analizan. Finalmente, asiente con la cabeza y da un par de pasos hacia la puerta, pero antes de cruzarla, gira hacia él y alza la mano con picardía.
—Adiós, desconocido mentiroso. —le enseña la lengua.
Sale disparada por el pasillo dejando tras de sí un silencio cargado de tensión.
—Lily... —susurro, llevándome una mano al rostro. —Lo siento, no quise que...
—Es como mi hermana. —me interrumpe Nathan, sin quitarme los ojos de encima. —Es mi hija, Amelia. Y no te atrevas a negarlo de nuevo. —gruñe entre dientes.
Sus palabras caen como un bloque de concreto en medio de la habitación. Directas. Inapelables.
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hija inesperada, divorcio y sorpresa, amor después de diez años
Editado: 15.06.2025