Nathan
La sostengo un momento más. Su cuerpo tiembla en mis brazos y yo podría quedarme así, solo respirando su perfume, recordando lo que fue y lo que ya no es. Pero lentamente la suelto, con cuidado, como si soltarla de golpe pudiera romper algo más que su equilibrio.
—Lily es mi hija, ¿verdad? —pregunto de nuevo, aunque ya no es una pregunta. Lo sé. Lo siento. Me late en la sangre.
—No. —responde ella, tajante. —No es tu hija, Nathan. Por favor, vete. —ordena nerviosamente.
—No me voy a irme, Amelia. —le digo con firmeza, sin moverme del sitio. —No hasta que digas la verdad. —dictamino, cazándome de brazos.
Camina hasta su escritorio, con el rostro pálido, intentando recuperar el control. Me siento de nuevo en la silla que ocupaba antes, cruzando una pierna con lentitud, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Y en realidad, lo tengo. No pienso moverme.
—No tienes derecho a irrumpir en mi vida después de tanto tiempo. —espeta, clavando sus ojos en los míos—Ya tomaste tu camino. —uno en el que pensé que me acompañaría.
—Y tú tomaste la decisión de mentirme. —respondo, sin subir el tono. —Me quitaste a mi hija. Me quitaste los primeros pasos, las primeras palabras... todo. —reclamo con dolor.
—No lo entiendes. —susurra, cruzando los brazos como si se protegiera de mí.
—Hazme entender entonces. —le desafío. —Porque todo lo que veo es a una niña igual a mí, con tu cabello, con mi mirada. Y tú, negando lo evidente. —es cierto, ¿cómo negarlo?
—¿De verdad crees que fue fácil para mí? —farfulla, con los ojos llenos de fuego. —¿Qué quise hacer esto? ¡Te fuiste, Nathan! —chilla, furiosa. —Querías vivir tu sueño, viajar, crecer, escapar de esta ciudad. Me lo dijiste con todas las letras: no estabas hecho para una vida estable. —es cierto, pero una hija hubiera cambiado todo.
—Eso no te daba el derecho a tomar esa decisión por los dos. —la fulmino con la mirada.
—No quería ser tu ancla. —su voz se quiebra. —No quería que renunciaras a lo que querías por... por una hija que no planeamos. —no hubiera pensado eso de la mujer que amo.
—¿Y no pensaste que yo podía elegir? —mi voz sale más dura de lo que quiero. —¿Que tal vez habría querido quedarme si supiera que iba a ser padre? —niega, rápidamente.
—No. No pensé eso. Pensé que huirías. —se encoge de hombros.
—¿Eso piensas de mí? —pregunto, dolido. —¿Después de todo lo que fuimos? —sonríe con tristeza.
—Sí. Porque en el fondo siempre supe que el amor no era suficiente para ti. —abro la boca en una perfecta "o".
Guardo silencio. Me duele. Más de lo que imaginaba. Porque hubo un tiempo en que creí que ella me conocía mejor que nadie. Y ahora sé que me subestimó.
—Te amé. —digo, más bajo. —Te amé tanto que te deje ir para no arrastrarte en mis incertidumbres. —bajo la cabeza pon fuerza.
—Y yo me fui porque pensé que era lo mejor para ti. —respondo, con los ojos cristalinos.
Respiro hondo. Hay tantas cosas que decir, pero todas se agolpan en la garganta. Me quedo observándola. Ha cambiado. Está más delgada, más cansada. Más fuerte también. Pero esa fuerza le ha costado. Lo veo. Lo siento.
—Lily me miró como si ya supiera quién soy. —susurro. —Como si algo en ella reconociera algo en mí. —Amelia aprieta los labios.
No dice nada. Y eso, esa falta de respuesta, lo confirma todo.
—No estoy aquí para arruinarle la vida a nadie, Amelia.—aseguro con determinación. —Solo quiero conocerla. Estar. Ser algo para ella. —niega con la cabeza una y otra vez.
—¿Y ahora sí estás listo? ¿Ahora sí quieres quedarte? —enarca una de sus cejas.
—No lo sé. —respondo con honestidad. —Pero quiero intentarlo. Por ella. —imploro con desesperación.
Nos quedamos callados. El aire pesa entre nosotros.
Pienso en todo lo que me perdí. Los cumpleaños, las fiebres, las historias antes de dormir. Me la imagino con los dientes torcidos, riendo a carcajadas, pidiéndole a Amelia otro cuento antes de dormir. Me veo ahí, sentado en el suelo, sin saber qué hacer con mis manos. Y me duele. Me arde por dentro. Porque nunca supe qué estaba ocurriendo.
Aunque también pienso en Amelia. En lo sola que debió sentirse. En el miedo. En las noches sin dormir. En ver crecer a una niña con mis gestos, con mis manías. Y decidir callar. Proteger. Protegerme incluso cuando no lo merecía.
Respiro hondo. Ya no estoy tan enojado.
—No quiero pelear contigo. —le digo. —Como tampoco puedo seguir siendo un fantasma para mi hija.—no me responde. Me mira. Y sé que algo dentro de ella está rompiéndose.
Y por primera vez en años, siento que todavía queda algo entre nosotros. Aunque solo sea esta niña. Aunque solo sea este dolor compartido. Pero es algo. Y no pienso soltarlo.
—¿Y qué pasa con tu divorcio, Nathan? —pregunta Amelia de pronto, con la voz más firme de lo que esperaba. —¿Y tu prometida? ¿Ella aceptaría que tal vez tienes una hija? —lanza preguntas que no había pensado del todo con claridad.
Me quedo quieto. Esa última frase se repite en mi cabeza como un eco. Tal vez tienes una hija. No es una negación. No es una mentira. Es la primera rendija de verdad que deja entrever. El corazón me late con fuerza en el pecho.
—¿Eso es un sí? —digo, sentándome más derecho en la silla. —¿Estás diciéndome que Lily es mi hija? —no responde.
Se muerde el labio y desvía la mirada hacia la ventana. Ese gesto la delata. La conozco. Lo hacía cada vez que tenía miedo de decirme algo importante. Cuando su madre enfermó, cuando no quería que me marchara a Nueva York... y ahora. Esta vez no necesito que me lo confirme en voz alta. Lo sé. Lo supe desde que vi los ojos de esa niña.
»Amelia… dime la verdad. —insisto, mi tono se vuelve más bajo, más serio. —No me voy a ir hasta que no me lo digas. —afirmo con decisión.
—Nathan, por favor… —suspira, girándose hacia mí. —No es tan simple. —musita, retorciendo sus manos entre sí.
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hija inesperada, divorcio y sorpresa, amor después de diez años
Editado: 15.06.2025