Amelia
—¿Entonces simplemente apareció? —pregunta Grace, con una ceja arqueada mientras revuelve su té con movimientos tensos.
Asiento, mirando el vapor que se eleva de mi taza de café.
—Sí. Entró a mi oficina como si no hubieran pasado los años. Como si nada hubiese cambiado, como si... no hubiera dejado atrás todo. —fue como si el tiempo se detuviera.
—¿Y cómo supo que Lily es su hija? —suspiro con fastidio.
—La miró. Solo eso. La miró y lo supo. —es imposible no darse cuenta del parecido entre ambos. —No dijo nada al principio, pero sus ojos lo gritaban. Y después, cuando Lily se fue, lo dijo. —recuerdo sus palabras como un puñal al corazón. —Que es su hija. Que no me atreva a negarlo otra vez. —Grace deja la cuchara en el platito con un tintineo agudo.
—¿Lo negaste? —asiento rápidamente.
—Claro que lo negué. No estoy lista para todo esto, Grace. —y seguiré sin estarlo. —Él tiene otra vida, una prometida, planes… y de pronto quiere irrumpir en la nuestra solo porque abrió los ojos nueve años tarde. —
—¿Y el divorcio? —esa es la peor parte.
Bajo la mirada, aún incrédula por lo que pasó.
—Lo rompió. Literalmente. Lo agarró y lo destrozó en mil pedazos frente a mí como si fuera un papel cualquiera. —sus ojos se abren como platos por lo que le cuento. —Como si no significara nada. Como si no lleváramos años construyendo nuestras vidas por separado. —bufo sin saber que quiere.
—Ese hombre tiene problemas. Y es un cara dura. —Grace chasquea la lengua.
—Y ahora dice que va a luchar por Lily. Que es su prioridad. —murmuro, sintiendo el nudo otra vez en la garganta. —Como si ser padre fuera un interruptor que puede encender cuando le conviene. —farfullo entre dientes.
Grace me observa unos segundos antes de hablar.
—Deberías mudarte, Amelia. Desaparecer del radar de ese hombre antes de que haga más daño. —no diré que esa idea no pasó por mi cabeza.
La idea me pica por dentro, incómoda. Pero niego despacio.
—No sería justo para Lily. Tiene sus amigos, su rutina. Le va bien en la escuela, está estable. —mi prioridad es ella. —Y yo también. Me costó años montar el salón, hacerme una mujer independiente. No puedo tirarlo todo por la borda solo porque a Nathan ahora se le ocurre ser padre. —aprieto las manos en puño, me molesta su actitud.
—Aunque no puedes negar que te pone nerviosa. —insiste Grace. —¿Y si pide la custodia? ¿Si quiere visitas? ¿Tú sabes cómo es él cuando se propone algo? —nadie sabe mejor que yo como es.
—Sí. Lo sé. —musito en voz baja. — Y eso es lo que más miedo me da. Nathan es como una tormenta. Cuando llega, arrasa con todo. —sin medir consecuencia. Siempre fue impulsivo. —También sé que esto no es un capricho. Lo vi en sus ojos. Está herido, sí, solo qué decidido. Y... eso me confunde más. —estar decidido, puede ser un problema.
—¿Y tú qué sientes, Amelia? —que gran pregunta.
Me quedo callada unos segundos. Bebo un sorbo de café, caliente, fuerte. Como lo necesito ahora.
—No lo sé. Siento rabia por lo que hizo. Por irse, por no estar. —recuerdo los días que más lo necesitaba y no estaba. —Aunque también siento miedo. Porque, si Lily lo acepta, si crea un vínculo con él, ¿qué pasa si Nathan vuelve a irse? —no lo creo o eso espero. Él se ve decidido. —¿Cómo le explico eso a una niña de nueve años? —espero que ese momento jamás llegue.
—No vas a poder protegerla de todo. —advierte Grace con suavidad. —No obstante, sí puedes asegurarte de que sepa la verdad. Y que sepa que tú estás ahí, pase lo que pase. —eso es seguro, siempre estaré para mi hija.
—Lo intento. —susurro, jugando con el borde de la taza. —Solo que no quiero que Nathan revolucione nuestra vida solo porque se dio cuenta demasiado tarde de lo que perdió. —aunque él no sabía de Lily.
—¿Y si no lo hace por eso? —arrugo el ceño, desconcertada.
—¿Y si sí? —pregunto, mirándola fijamente. —Su vida cambió. No obstante, eso no significa que la nuestra deba cambiar. —mascullo. —No por él. No otra vez. —ya una vez deje todo atrás para ser madre, mientras él era feliz.
Grace suspira. Sé que quiere protegerme. Siempre lo ha hecho. Pero esta situación no tiene solución clara. Solo caminos borrosos, llenos de incertidumbre y decisiones que nadie quiere tomar.
—Quizá lo mejor sea dejarlo estar por ahora. Ver qué hace. —darle tiempo es para que forme un plan.
—Y esperar a que me quite a mi hija —murmuro con amargura.
—No te la va a quitar, Amelia. —niega, convencida.
—¿Estás segura? Porque él siempre consigue lo que quiere. —Grace se levanta, camina hasta mi lado y me toma de la mano.
—Pero tú también. Y tú quieres a Lily feliz, ¿no? —asiento. Esa es la única certeza que tengo en todo esto.
La miro dormir cada noche, su pequeño cuerpo enredado en las sábanas, su respiración tranquila. No merece este caos. No merece convertirse en campo de batalla entre dos adultos que no supieron entenderse. Ahora él está aquí. Y eso lo cambia todo. O quizá no. Quizá solo lo complica. Grace me aprieta la mano.
»Te voy a apoyar decidas lo que decidas. Solo si necesitas que desaparezcamos por un tiempo, me avisas. —me guiña un ojo. —Lo preparo todo en una noche. —sonrío con tristeza.
—Gracias. Por ahora, me quedo. Esta es mi casa. —advierto, segura de la decisión que estoy tomando. —Nuestra vida. No la abandonaré por una tormenta más.
Y mientras el café se enfría en mi taza, el miedo se queda, asentado en el fondo de mi pecho como un eco sordo. Porque la tormenta lleva nombre. Y ha vuelto.
(...)
La oficina de Henry impone desde el primer instante. El suelo de madera cruje suavemente bajo mis pasos mientras avanzo, rodeada de paredes tapizadas en cuero oscuro y estanterías repletas de libros encuadernados en piel. Cada detalle está meticulosamente cuidado, desde los marcos dorados hasta el reloj antiguo que marca el paso del tiempo con un leve tic-tac. Todo en esta habitación transmite autoridad, orden y una clase de poder silencioso que incomoda más que intimida. Me siento pequeña, como si hubiese vuelto a los diecinueve años, cuando vine a contarle que estaba embarazada de su hijo.
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hija inesperada, divorcio y sorpresa, amor después de diez años
Editado: 15.06.2025