¿Pero qué hago?
Limpio mis lágrimas con mis muñecas y me separo de Theo mientras trato de decir algo menos vergonzoso que lo de hace unos segundos.
—Lo lamento, qué tonta soy. Ni siquiera sé por qué estoy llorando.
—No eres una tonta, Liana.
—Se supone que debo estar feliz. No ponerme a chillar como una nena —digo, tratando de reír. Lo miro, hay algo de tristeza en su rostro. Y lo entiendo. Nada más penoso que ver a una chica que nunca salió de su casa emocionarse tanto por ver una vista tan bella como esta. Estoy segura de que él vio paisajes más hermosos que esto. No lo dudo. Pero para mí, es como una puerta grande y deslumbrante a la realidad.
—Y no quiero ni imaginar cuando hagamos lo que tengo planeado.
Termino de limpiar mi rostro y lo miro con un poco de extrañeza, pero sin ninguna pizca de temor. Sé que Theo no haría nada que pudiese lastimarme.
—Vamos a ver la puesta del sol, di que sí —pido y junto las manos.
—Algo mucho mejor.
—Mejor que esto, no lo creo —aseguro, aún embelesada por la vista frente a mí.
Toma mi mano y me lleva a unos pasos del borde. Me resisto con todas mis fuerzas.
—¡¿Enloqueciste?! —chillo.
—Anda, ven. No hay de qué preocuparse.
—¿Y qué se supone que haré?
—Haremos.
Subo una ceja.
—Empiezo a extrañar al Theo sobreprotector.
Camino unos pasos más y miro desde mi punto seguro el mar azulino ir y venir en pequeñas ondulaciones. No hay olas. Es como una piscina inmensa y profunda de aguas pacíficas. La distancia desde aquí no es aterradora, pero tampoco es una tentación. Sin embargo, lo consideraría si al menos supiese flotar.
Un ave llama mi atención en el fondo del abismo, sobre una roca yace desplumándose con su pico una y otra vez. Se ve relajada y bastante despreocupada. Es casi seguro que acaba de comerse unos cuantos peces y ahora disfruta de un descanso. Por un momento, le tengo envidia. Ojalá yo pudiese ser un ave. No tendría mucho de qué preocuparme. Ni por regresar a casa, ni por ingresar a la universidad. Ni de las despedidas. Siempre estaría en donde quisiese en el monto que lo decidiera.
Como Theo, él es como un ave.
Un ave de hermosos rizos castaños.
—Theo mira esa av... —giro para verlo y... —. ¡PERO QUÉ ESTÁS HACIENDO, THEO!
—Me estoy quitando la camiseta y los pantalones —dice, con obviedad.
—¿Y eso por qué? —chillo, mirando hacia otro lado.
—¿Por qué te ruborizas, señorita Liana? ¿Adrian se desnudó frente a ti y te incomoda verme sin camiseta?
Buen punto.
Pero aun así no deja ser incómodo.
Con Theo todo se ha vuelto incómodo.
—Aún no has respondido mi pregunta —digo, mirándolo a los ojos, parpadeando una y otra vez para que la mirada involuntaria no aparezca justo ahora y caiga en donde no debe caer.
—¿No lo entiendes? —sonríe de lado y luego mira hacia adelante—. Voy a saltar
—¡¿Saltar?!
—Uhmmjum —dice, acercándose al borde.
Me quedo quieta en mi punto. Asegurando en mi mente que Theo ha perdido la cabeza.
—Es peligroso. No lo hagas, podrías... no lo sé, lastimarte.
—Claro que no, es seguro y lo he hecho ciento de veces de puntos mucho más altos que este. No te traería a un lugar donde puedas lastimarte.
—¿Lastimarme? —retrocedo—. No, yo no voy a saltar. Ni siquiera lo pienses.
Sube los hombros.
—Como quieras, tú te lo pierdes.
Trato más en escandalizarme que Theo en dar un salto perfecto hacia el vacío. Me acerco un poco más y solo veo como su cuerpo choca y luego se hunde en el mar azulino.
Asombroso.
—Theo... —susurro.
No hay respuesta.
—¡Theo! —grito con desesperación.
En poco tiempo su cabeza sale a flote y luego veo como sus brazos se mueven en círculos. Se acomoda el cabello hacia atrás y luego mira hacia arriba. Puedo ver que está sonriendo y que también se está regocijando de mi desgracia.
Es un idiota.
—¡Eres un presumido! —le grito con todas mis fuerzas.
—¡Puede que sí, pero yo estoy disfrutando de un buen chapuzón y tú no!
—¡Prefiero quedarme aquí y resguardar mi vida!
—¡Como quieras! —veo como toma un poco de agua y se la tira sobre el cabello—. ¡Qué fresca está! ¡Qué bueno que estoy en una cima a varios grados de calor!
El muy tonto tiene razón. Aunque no quiera aceptarlo si paso más de cinco minutos aquí, terminaré con una gran insolación. Hace mucho calor y no creo que mi botella de agua me haga resistir tanto tiempo.
—¡Traerme acá para burlarte de mí es lo último que pensé de ti, Theo Burckhardt!
—¡Ah, el nombre completo!
—¡Y espera esto! —aclaro la garganta—. ¡Theo Patch Burckhardt Paz!
—¡Eso es un golpe en los testículos! ¡Sabes que no me gusta mi segundo nombre!
Me regodeo en él.
—¡Te lo tienes bien merecido por traidor!
Lo veo nadar hacia el borde y desaparece de mi vista. Me quedo ahí un momento esperando que reaparezca, pero no lo hace. Entonces decido sentarme en las rocas y tomar fotografías desde aquí. Puede que Theo tenga razón. Debería ser un poco más arriesgada si quiero tener fotografías espectaculares para mostrárselas a todos. No solo paisajes y vistas hermosas, también debo tener evidencia de que pasé un mes a lado de un chico loco de cabello rizado. Que he conocido un grupo de amigos raros y que en menos de una semana ya he besado en la boca a un chico desconocido. Todo eso debe estar documentado. Quizás hasta considere la idea de tener un álmbum de fotos.
En un par de minutos, Theo aparece tras de mí, completamente empapado y con gotas de agua chorreando desde su cuello hasta su abdomen. Con el cabello mojado y chorreando. Me mira y yo hago lo mismo, mequedo un poco idiotizada por la vista tan perfecta que tengo ahora mismo. Parpadeo y miro hacia otro lado. Cada vez me cuesta menos negar que Theo es más que atractivo hace unos años.
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Editado: 02.11.2021