Cuando te vuelvas real.

3.

Recuerdo que la primera vez que escribí algo que realmente estuviera influenciado con mis sentimientos fue cuando mi padre nos abandonó. Estaba tan devastada, enojada, triste y vacía que lo único que quería era estar sola, pero al mismo tiempo tener a alguien con quien conversar.

Justo ese día me di cuenta de que no tenía a nadie y no porque no quisiera, me era fácil hacer amigos y conocer gente nueva, pero yo sola me había encerrado en una burbuja con mis libros y mis historias, apartando a las personas a mi alrededor.

Los únicos amigos que tenía eran por internet.  Al final de todo, era mucho más fácil relacionarme por la web; las emociones eran más fáciles de fingir y las excusas más creíbles. Aunque no tuve que acudir a eso varias veces, internet y sus usuarios eran agradables.

La noche que mi padre se fue comencé a escribir una historia de un pequeño, la desgracia de su vida y las glorias, deseé tanto que fuera real y que pudiera escucharme y darme las respuestas a todos mis problemas, decirme cómo había sobrevivido a la soledad, porque simplemente era mejor perderme en historias ajenas que volver a la mía. Así nació Oliver, un pequeño cambia formas.

En aquella situación y en aquella edad lo anhelaba de verdad, pero en esta ocasión sólo quería que fuera un mal sueño.

-Oli… -tragué saliva, rogándole a mis piernas que me respondieran -. Oliver.

 El niño se acercó a mí con una mirada indescifrable, pero su rostro lucía terriblemente cansado y hasta adolorido. Su cercanía me intimidó. Su mera presencia me intimidaba.

Se detuvo justo frente a mí, me miró desde abajo, soltó una especie de suspiro y me abrazó. Yo me congelé ante aquello, quedándome inmóvil y muda. Podía sentir su tacto, no era producto de mi imaginación. Podía tocarlo y podía sentir su respiración en uno de mis brazos. Era completamente real y olía a páginas de libros.

-Creí que llegaríamos tarde- me susurró con una voz suave- Creí que los Latier llegarían primero.

Cuando escuche “Los Latier” la imagen de mi abuela llegó a mi cabeza. Sentía que en cualquier momento me iba a desmayar. De nuevo.

-Hazte a un lado, Oliver -una voz detrás de él me sobresaltó-. La estás asustando.

Claramente no podía procesar todo aquello, aunque sentía que mi mente iba demasiado rápido, realmente no pensaba en nada, como si de pronto mi mente hubiera colapsado.

Cuando Oliver dejo de abrazarme pude ver al dueño de aquella voz. Un chico alto, cabello negro, ojeras marcadas, unos ojos claros los cuales por un momento creí ver cambiar de color y una complexión delgada escondida en lo que parecía una capa. Me veía recargado desde un árbol mientras pasaba los dedos por algo que parecía un bastón.

Mi cuerpo pareció dejar de estar tenso por un momento, pues no lo conocía, era un total extraño, no era un personaje de mis historias y podía ver a Oliver. Es más; parecía conocerlo.

- ¿Lo ves? -pregunté absurdamente, generando una risa en ambos.

-Sí, lo veo Cassie -me contestó el otro chico-. Es real, créeme.

Cuando se inclinó para poder ponerse de pie correctamente y se acercó un poco a donde mis pies estaban clavados, me tranquilizó un poco. Algo en su rostro me parecía familiar, pero el pánico aún no se iba del todo, lo suficiente como para provocarme otro desmayo.

-¿Quién eres? -susurré.

-Theodore Colombo -contestó, manteniendo su distancia.

Mis rodillas reaccionaron por fin, pero sólo para debilitarse y enviarme de nuevo al suelo. Me detuve del árbol más cercano y bajé la cabeza, pues todo me daba vueltas.

-Creo que mereces una explicación y saber que está pasando -dijo el chico pelinegro, ofreciéndome su mano-. Yo tengo todas las respuestas a las preguntas que te estás formulando, Cassandra.

Levanté mi mano debilucha, con la intención de tomar la suya y ponerme de pie decentemente sin terminar en el suelo, pero todo fue demasiado rápido. Todo pareció colapsar, el estómago se me revolvió y luego pareció oprimirse, era la misma sensación de los juegos mecánicos. Después dejé de sentir el relieve debajo de mis pies, la brisa en mi cara, el aroma cambió completamente y sólo tarde unos segundos para darme cuenta de que ya no estaba en el bosque, sino en medio del estudio de la abuela.

Quería vomitar.

El chico se encontraba frente a mí aun sosteniendo mi mano. La abuela Gladis salió de entre los libreros y nos observó.

-Abuela -pude formular, viéndola, pidiendo casi a gritos que me dijera que todo iba a estar bien y que todo aquello era de alguna forma algún tipo de broma, sueño o cualquier cosa que me hiciera sentir más tranquila.

-Mi niña -dijo con los ojos húmedos, acercándose y acogiéndome en sus brazos-. Nunca quise esto para ti.

El pelinegro se alejó un poco, parecía que intentaba darnos nuestro espacio o simplemente no quería asustarme más de lo que ya estaba.

-¡Abuela, es real! -comencé a levantar el volumen de mi voz, alejándome de su abrazo-. ¡Oliver está aquí!

La abuela juntó sus manos y asintió. Parecía arrepentida y las arrugas en su rostro dejaban al descubierto sus emociones; quería llorar.

-Perdón, Cassie- susurró viendo a Theodore.

-¿Por qué? -la cuestioné-. ¿Qué está pasando?

-Eres la sucesora, Cassandra -fue esta vez el chico el que habló-. La próxima del clan y posiblemente la última.

- ¿Qué clan? -no comprendía nada de aquello-. ¿¡De qué hablan!?

Ambos se miraron, como si no tuvieran que hablar para comunicarse.

—Nuestra familia es posiblemente de las últimas familias de brujos que se salvó de las hogueras, Cass —la abuela sostenía mis manos con fuerza—. El don recayó en ti y lamentablemente también una responsabilidad mayor.

—¿Brujas? —mi abuela me había contado algo sobre ello, pero siempre creía que eran inventos suyos.

—Eres una bruja —intervino Theodore—. Y no cualquiera, tienes el don de la creación.




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