Cuando todo acabe, te seguiré esperando

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Deseaba que Tania se asomara por aquella puerta, que corriera hacia mí y me besara como siempre solía hacerlo, que peinara mi larga cabellera negra con sus suaves y frágiles manos que parecían a punto de romperse en todo momento, que volteara y su sonrisa atravesara mi pecho llevándome a lo más profundo de su corazón. Pero aquel momento nunca llegó. Mis manos empezaron a sudar y mi corazón a palpitar cada vez más desenfrenado. Intenté calmarme y saqué mi teléfono para saber cómo se encontraba. Me llevé una gran sorpresa: había un mensaje que no había visto. Era corto, pero fue suficiente para querer verla desesperadamente: "Te amo y te amaré siempre".

Me sentí extraña, como si un pedazo de mi corazón fuera desgarrado por una bestia salvaje, haciendo que dejara caer mi celular al mismo tiempo que la señorita Roseta abría la puerta y entraba lentamente. No era como siempre, con una gran sonrisa que nos presentaba un nuevo día tan maravilloso como el anterior. Su cara mostraba melancolía, sus pasos no escondían lo abatida que se encontraba, se tocaba el pecho como si un gran peso cayera cada vez más intenso sobre sí. Su voz temblorosa pronunció las palabras que más había temido: "Lo lamento". Me miró fijamente y allí supe de qué se trataba, pero aún guardaba la esperanza de que mi mente me estuviera engañando. Sin embargo, apenas la señorita tomó aire, pronunció la oración que cambiaría todo mi mundo: -Su compañera Tania colapsó anoche y murió en el quirófano.

Ese instante se sentía eterno, todos caían en llanto, algunos gritaban de desesperación, hasta aquellos que no le tenían aprecio hipócritamente decían que ella era lo mejor y que nunca mereció eso, cuando muchas veces le desearon la muerte. Allí todos se convertían en sus 'mejores amigos'. Nada de esto podía ser real, era incapaz de moverme, no podía mirar a alguien a los ojos, sus rostros desaparecieron ante mí, sentía tanto que al final no tenía emoción alguna. El piso no dejaba de moverse, las voces a mi alrededor eran imperceptibles, ya no soportaba estar en aquel lugar, por eso con mis últimas fuerzas me levanté de aquel pupitre. Aturdida, me dirigí al exterior del aula. Nadie intentó detenerme, solo era yo y el fantasma de mi primer amor.

Intentaba inútilmente sostenerme de las paredes para ir al baño, no sé cómo ni en qué momento llegué allí, solo sabía que mi alrededor ya no era ruidoso. Me escondí en un cubículo de ese lugar y mis lágrimas no cesaban. Me sentía derrotada, como si hubiera ido a la guerra y no me quedara nada. Mi estómago estaba revuelto, la cabeza me dolía profundamente, mi piel se sentía fría y mi esófago quemaba al  vomitar.

Lo próximo que  supe  fue que una voz  repetía una y otra vez mi nombre: "Estela, Estela". Se sentía lejano, como si no perteneciera a este mundo. Abrí la puerta y era mi madre, quien solo se apresuró a abrazarme. -Estela, vamos a casa- me susurró preocupada y tranquila.

-Está bien, madre.

Treinta minutos después, llegamos a mi hogar, que era un apartamento donde solo vivíamos mi madre y yo. No tenía más que un baño, una sala y dos habitaciones, pero para mí era más que suficiente. Me dirigí a mi pequeña y acogedora habitación y, al llegar, vi que encima de la cama se encontraba un cofre y una carta. Inmediatamente reconocí la letra... era de Tania.

Mi mente retumbaba. ¿Qué podría haber en esa carta? Me quedé un par de minutos solo mirándola mientras me acomodaba  y tomaba la valentía para, al menos, abrirla, se sintia solitario aún con mi madre  presente . Creí estar lista y empecé a leerla.

 




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