Cuando todo acabe, te seguiré esperando

Cuando el sol brilla

Era lunes, estaba en el instituto en la clase de Matemáticas. El tema que se estaba tratando era bastante sencillo, tanto que mis ojos estaban somnolientos y mi mirada perdida en el horizonte. Para distraerme del aburrimiento, me recosté en el pupitre y como solía hacer, empecé a crear un mundo maravilloso con todo lo que deseaba tener. En ese instante, solo era yo y los anhelos de mi alma. Me quedé dormida, y minutos después, el maestro tocó tres veces mi espalda con unos tiernos y suaves golpes.

- Oye, despierta .Estela, ve a dirección.
- Okey - respondí con un gran bostezo.

Me levanté y me dirigí a la oficina del director. Allí vi que a mi lado había una alumna, aproximadamente de mi edad. A pesar de que su rostro estaba cubierto de lágrimas, se veía hermosa. A su lado, los tulipanes perdían su gracia y los instantes eran de oro. Su pelo era de un castaño claro y sus ojos, ámbar. Tenía una cara pulida, similar a la de una muñeca de porcelana, con una nariz fina y una piel que apretaba un bronceado perfecto. No me di cuenta de que la estaba mirando fijamente, como si estuviera detallando una obra de arte. Cuando me di cuenta, me sentí totalmente avergonzada, pero ella solo sonrió y volteó su rostro. Mi corazón latía ferozmente y la euforia parecía consumirme.

- ¿Estás bien? - le pregunté con una gentil sonrisa y nerviosismo.
- Sí... Sí, gracias - respondió la chica.

Mi mundo estaba cambiando en ese momento. ¿Qué era ese sentimiento? Quería que en ese ser agonizante solo quedara felicidad. En unos minutos, me había hecho suya y aún no lo sabía, quedando solo un pensamiento: "Tengo curiosidad por saber su nombre. ¿Será tan perfecto como su rostro?"

- ¿Cómo te llamas? - pregunté con manos temblorosas, sintiendo que en cualquier instante tendría un infarto que haría que mi corazón explotara.

- Ta... Tania. ¿Y cuál es el tuyo?
- Estela.

Ese nombre nunca lo había escuchado, pero era como si cada centímetro de mi ser gritara que me encantaba, tal vez... solo tal vez... porque provenía de ella.

El momento fue interrumpido por el director, al verme en ese lugar. Con cansancio en su cara, dijo: "Ay, Estela, ¿Qué hiciste?". Pero notó la presencia de Tania, alguien que aparentemente nunca había estado allí. Él sonrió gentilmente y le preguntó su nombre. Antes de lo esperado, la llevó a su oficina. Nunca había deseado ser otra persona, pero solo estar con esa chica de cabello castaño me hizo querer estar en el lugar del director.

No había notado cuán sola y desamparada me sentía. Me había olvidado de cómo era la calidez, pero la sola presencia de esa interesante chica fue suficiente para darme cuenta y sentir algo más allá de la felicidad. Empecé a ver cómo todo era más hermoso: las plantas, el reloj e incluso aquellas palabras que los estudiantes anotaban en las paredes con una ortografía espantosa y un significado confuso. Todo eso era parte de la vida y una muestra de un caos , uno donde vivíamos Tania y yo.

Mi mente estaba sumergida en el agua, flotando en la levedad del olvido que esos ojos color ámbar me habían otorgado. Era incapaz de reconocer tal sentimiento, pero era tan hermoso que lo quería tener para siempre. Sin embargo, el concepto de estar enamorada no cruzaba por mi mente. ¿Cómo podría enamorarme de una mujer? Si eso fuera cierto, ¿Qué dirían mis padres?

Un lejano sonido hizo que mi mente volviera en sí. Era la puerta de la oficina. Instantáneamente, me levanté de la banca. Lo que me hizo acercarme no fue que el director me llamara, sino el deseo de querer estar al lado de esa chica. En un momento, mi cuerpo y el de Tania se encontraban uno frente al otro, y nuestras miradas no se separaban. Era como si cada una necesitara a la otra para vivir.

 




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