El sueño que estaba viviendo se estaba desvaneciendo mientras sus elegantes pasos se alejaban en dirección a su aula . En ese momento no era consciente, pero si en la actualidad me dieran a elegir un instante que se repitiera por toda la eternidad, sería uno a su lado. Lo siguiente no fue verdaderamente interesante: entré a la oficina y el director me llamó la atención. No recuerdo sus palabras, en ese periodo mi mente estaba divagando por el sendero de los labios de Tania. Me imaginaba tomando su mano y besándola suavemente mientras la culpa de pensar tales cosas me consumía.
En menos de lo esperado, estaba en mi hogar. Fui directamente a mi habitación, me lancé sobre la cama y empecé a mirar el techo. En ese entonces, éste tenía semejanza a un universo con estrellas y planetas que brillaban en la oscuridad de la noche, pero en pleno mediodía conservaban un color opaco. Mientras observaba irónicamente a Venus, algunas preguntas rondaban constantemente en mi cabeza: "¿Puedo amar a una mujer? ¿Ella podría amarme? ¿Es correcto sentir esto? ¿Podré resistir la tentación de acercarme?"
Los latidos llenos de ilusión y amor que aún había en mí se convertían lentamente en temor y odio. No aborrecía a la chica, sino la emoción que provocaba en mi interior. Estaba dando vueltas en la cama intentando consumir y destruir aquel sentimiento, pero fui incapaz. Mis lágrimas empezaron a salir una tras otra desenfrenadamente. Era como si una represa agrietada ya no fuese capaz de resistir, rompiéndose totalmente. Allí, todo era como una ráfaga de agua en forma de recuerdos y emociones reprimidas. Tal vez, solo tal vez, mi vida no era tranquila y aburrida, sino una en la que nunca me permití sentir. ¿Por qué todo era tan oscuro?
Quería despejar mi mente, decidí ir al baño para ello. Me levanté suavemente, separándome de mis sábanas blancas. En el camino había un espejo de mármol. Paré y me miré fijamente. Por primera vez me di cuenta de cuánto me disgustaba mi rostro, mis manos y todo aquello que viniera de mí. Entre más tiempo pasaba frente a mi reflejo, me deformaba y el exterior se volvía aún más horroroso que aquella personalidad tan desagradable que creía tener. El miedo ya no era el único sentimiento: la melancolía tomaba cada vez más aspectos de mi vida. Los actos pequeños que un día me dolieron eran espinas que penetraban mi pecho y que en ese momento se enterraban aún más. Pero estas no solo podían ser extraídas; si se sacan, debe tratarse la herida y, al final, no desaparecerá totalmente. Por más pequeña que sea, dejará una cicatriz.
Cerré los ojos y con pasos frágiles llegué al baño y procedí a lavarme la cara. Allí también había un espejo, pero no deseaba verme más, si lo hacia ¿volvería a ver a ese ser deforme? Me recosté en una pared y lentamente bajé y me senté en el suelo. Durante el resto del día, mi mente rumió una y mil veces, y me quedé dormida.
Al abrir los ojos, ya estaba oscuro. No estaba en el suelo de mi baño, sino acomodada en mi cama. Estiré el brazo y encendí la lámpara de una de las mesas de noche. Encima de ella se encontraba un trozo de papel torpemente cortado que decía: "No sé qué pasó, pero... sí sé que todo va a mejorar y, si no es así, yo estaré allí para ti. Atentamente, tu madre."
Editado: 15.11.2024