La incertidumbre era más poderosa que la razón; la impulsividad tomó el rumbo de mis acciones. Quería despojarme de esta cárcel que llaman cuerpo e ir libre de toda atadura hacia donde se encontraba mi chica, pero... No sabía su dirección ni paradero. La desesperación dejó que las ideas desaparecieran. Todo cambió en menos de lo esperado: los árboles de catalpa parecían marchitos y los pájaros abandonaban sus nidos.
Así, los días volvían a transcurrir... La esperanza de volverla a ver se desvanecía. Intenté llamarla día y noche, dejarle mensajes e incluso conseguí su lugar de residencia, pero... Nada funcionó. Zoe pudo contactarla, pero siempre recibía palabras agrias que inundaban de sangre la pureza que me quedaba.
Habían transcurrido 20 días.
Mi mente pensaba una y otra vez: "¿Todo acabó?" Pero como si fuera un ángel, un día volvió... Estaba sentada debajo del árbol en el cual un día nos besamos. Allí escuché un susurro: "¿Creíste que te ibas a librar de mí?" Las lágrimas que caían de mis ojos tenían otro motivo, ya no era aquella tristeza tan representativa, sino una alegría y alivio que lo arregló todo. Volteé y al verla la abracé eufórica.
-Ey, tranquila Estela, aún estoy lastimada.
Me separé. Ella tenía un yeso en su mano derecha y una herida a punto de cicatrizar en su frente.
-¿Qué pasó, Tania?
Ella agachó la cabeza y se desplomó en mi pecho, se rompió como aquella botella de ese día. Tal vez la tristeza estaba consumiendo su ser, pero el hecho de tenerla en mis brazos llenó el mío.
-¿Quieres hablar de ello, Tania?
-Solo abrázame - pronunció mientras se ahogaba en su propio llanto.
Así pasó el resto del día. No sabía qué pasaba, pero siempre iba a estar allí.
A la salida le pregunté con un toque de entusiasmo.
-¿Quieres ir a mi casa?
Su aura parecía brillar aún más. Estaba ruborizada de pies a cabeza. En ese instante, no me contestó. Lo único que hicimos fue dirigirnos a mi hogar.
Al llegar, mi padre estaba en casa. Él nos sonrió plácidamente y nos dio la bienvenida. Le preguntó el nombre a Tania y le deseó una alegre estadía.
Fuimos directo a mi habitación que estaba en el segundo piso. En menos de lo que abría la puerta, Tania corrió hacia la estantería, que estaba repleta de libros. Fue como si la tristeza nunca hubiera habitado ese cuerpo. Emocionada me preguntó: "¿Puedo tomar uno, Estel?" ¿Cómo sería capaz de negarle algo? Mi vida ya le pertenecía y todo lo que tenía era suyo.
-Claro - dije con una leve risa.
-¿De qué te ríes, Estel? Leer nutre el alma y hace que nuestra realidad cambie, siendo parte de un mundo lleno de sueños y letras - dijo entrecerrando sus ojos y vacilando.
Yo procedí a acercarme. Me di cuenta de que era solo un poco más alta que ella. Acaricié su pelo y tomé mi libro favorito.
-¿Te parece si lo leemos, Tania?
-Sí - pronunció, no siendo capaz de ocultar su emoción.
-Pero... Yo lo leo ¿Está bien, Estela?
En ese momento, mi corazón estalló. Solo asentí con la mirada. Tania tomó el libro que estaba en mi mano y empezó a leer mientras caminaba en círculos: "Las sonrisas son como el fuego, pueden extenderse y llenar todo su alrededor, pero si en una fría noche hace falta[...]". Esas palabras las conocía de pies a cabeza, pero nunca se habían sentido tan vivas. Ella pudo darle un nuevo comienzo a una historia ya concluida, ese era su gran poder.
Editado: 15.11.2024