El presente inundó lo que quedaba de mi pasado. Las horas en aquella sala de hospital pasaron apresuradas, pero melancólicas. Madre volvió a la habitación.
Estela, ya podemos irnos. Recoge tus cosas.
No niego nada, solo procedo a quedarme en silencio y recoger mis pertenencias.
Hija, mañana es el funeral, ¿vas ir?
Claro que iré al funeral, así, tal vez solo tal vez, podría asumir todo esto que aflige mi alma.
Sí, madre.
La noche se transformó en un alba resplandeciente; los colores eran majestuosos. El morado acaparaba toda vista y los animales se veían alegres y juguetones. Me levanté y me alisté con una vestimenta negra digna de un funeral. Madre ya me esperaba paciente en la sala.
El camino era una tortura apacible. Al llegar, veo personas de mi clase y un par de desconocidos a los que no logro identificar. Al entrar, el pasillo es largo y tempestuoso. Las miradas se clavan en mi espalda con tonos de lamento y empatía envolvente. Todo es tranquilo, no como en los funerales donde caen en llanto; este libera el alma. Me dirijo a las primeras filas de la iglesia; adelante se encuentra un ataúd blanco y repleto de claveles.
El sentimiento de querer verla era igual al que tenía en el aula de clase el día de tan aterradora noticia. Tal vez, solo tal vez, sería mi última oportunidad de ver su cara. Por eso, aun con el miedo de perder las memorias, caminé hacia el lugar de descanso de mi bella chica. Mis ojos están cerrados, respiro y procuro ver el interior de la caja blanca. Me di cuenta de que su rostro era casi igual al de unos días atrás. Estaba pálida y su calva liza, sus labios, que aun en agonía, eran de un rosa pálido, parecían imperceptibles, y sus bellas manos seguían frágiles con un manicure perfecto. No daba miedo, aun reflejaba una leve sonrisa, y las flores de lavanda quedaban perfectas a su lado.
Ella había sufrido inmensamente. El dolor que tuvo que vivir debió ser más intenso de lo que nunca imaginé. Aun así, siempre me hacía reír y clamaba el caos, al punto en el que a veces olvidaba su enfermedad.
El padre pidió que tomáramos asientos y las plegarias iniciaron. Las lágrimas salían inevitablemente de los ojos de todos, y los suspiros permanecían. Así transcurrió aquel evento; tal vez todo ya había terminado, pero aún siento un nudo en mi garganta.
¿Estela, quieres subir al podio y decir tus últimas palabras?
Solo procedí a ir a tal lugar; aquello era como flotar en una realidad alterna. Todo en mí tiembla, pero mi voz toma aliento y es capaz de pronunciar aquello que calla mi corazón, la necesidad de borrar aquel nudo era más fuerte que mi miedo. Todos esperaban que diera aquellas palabras. Respiré profundo y clamé.
-Ni en mis peores pesadillas había tal soledad y angustia como la que tuve después de aquella noticia. Me odio completamente por ello, no por el hecho de sentirme culpable, sino por no saber con exactitud qué decir frente a esta catástrofe. Y es que el todo se fue con ella: la luz y la felicidad. No deseo sentir esto ni ser la persona que hoy está parada aquí, todo lo que rechacé, todo lo que negué de mí, ha vuelto a la vida cuando la muerte se acercó. Esta no solo se llevó aquel rostro alegre y esa voz dulce, sino también mi sustento, el escape de mi soledad.
Aleje el micrófono para limpiar mis lagrimas y que los suspiros no fuesen escuchados. Me calme y seguí.
-Solemos sentirnos tan vacíos que no nos damos cuenta de que deseamos alejar al resto por amor. No había pensado en ello, pero aún con la insistencia de Tania de que no lo hizo, me acuerdo de miles de ocasiones en las cuales intentó irse de mi lado. ¿Esta habrá sido su emoción? Tal vez nuestro amor era tan fuerte que aun intentando con todas sus fuerzas alejarme, la felicidad de tenernos la una a la otra hizo que aquello fuera inexistente. Lo admito, la amo como si aún estuviera viva; su olor llega a mí e inunda todo. Deseo abrazarla porque esto podría decirle todo lo que mis palabras no pueden; los te amos más grandes vienen de las acciones más honestas. Por eso, Tania, si en alguna parte de este mundo u otro puedes escucharme, tal vez no me dijiste nunca un te amo de forma literal, pero siempre me dabas a entender ello. Por eso, estas sílabas nunca faltaron.
Estaba apunto de bajarme, pero aun tenia algo que decir.
- Las preguntas que formaron tus manos, Tania, no podré responderlas de una vez, pero en todo ello hay una que no puedo dejar para después: me hiciste feliz, la mujer más feliz del mundo.
Todo seguía en silencio, de pronto nadie entendió el discurso , pero mi mente si lo hizo y eso era lo importante.
Allí una sombra aterradora apareció: era Adjara.
Editado: 15.11.2024