Mi hermano David siempre intentó incluirse; podía parecer distante y culpable por ello, pero hubo millones de ocasiones en las cuales recuerdo sus vagos e insípidos esfuerzos de acercarse, que para él podían significar un esfuerzo inaudito.
Si pudiéramos ponernos en los zapatos del otro por 5 minutos, nos daríamos cuenta de todo aquello que aflige su alma. Si tuviéramos la vida de un asesino desde su infancia, ¿Qué nos asegura que no seríamos iguales? ¿Sería el espíritu? ¿Y si el de uno está más marchito? Lo único que nos diferencia del otro es la vida que cursamos. ¿Podemos llegar a entender al otro a la perfección? Aun pensando millones de veces y analizando cada aspecto del pasado de un ser, es imposible comprenderlo al 100%, excepto que tú seas el dueño de sus pensamientos, emociones, acciones, que seas él.
Pero caemos en el error constante de juzgar, de hablar a las espaldas del otro y, sin querer, generar comentarios denigrantes. Somos cuchillas donde cada día cometemos crímenes no escritos, y la sentencia se divide en dos factores: la carga y el desinterés. Uno te llena de rencor hacia ti y el otro te hace ciego de lo que realmente importa, hundiéndote en falsedad y copiando las acciones que te desligan de todo lo que amabas ser.
Hace mucho que no pensaba en ello. Creo que quiero darle un abrazo a mi querido hermano, pero eso será después.
Mi chica de pelo castaño me miraba confundida.
-¿Por qué me cuentas eso, Estela.
-Tania, mi vida no es perfecta y sé que la tuya tampoco, pero... No por ello debemos escondernos. También me he sentido abatida y con el corazón roto. Me he criticado frente a un espejo, he llorado. A veces, de la desesperación, intenté acabar con todo. Cuando solo me recostaba, mi mente estaba tan ocupada en rebobinar mis errores que terminaba fatigada.
Hice una pequeña pausa.
-Tania, ya no soporto más, necesito saber qué pasa. Has mejorado mi vida como no tienes idea, pero cada vez que veo que pones un muro entre nosotras, me destroza. ¿Te hice algo?
El momento era inquietante. Ella simplemente se quedó en silencio.
-Tania, si te lastimé, dímelo. Si me odias, también, pero...
-Tengo cáncer.
¿Qué acababa de escuchar? No podía entender esas palabras, ¿acaso era broma? me lo pregunte aun sabiendo que ella no haría tales cosas .
-¿Cómo? ¿Qué quieres decir con eso?, No bromees con eso, Tania.
Tania me miró con sinceridad, una que me hizo darme cuenta de que nada era falso. Mientras gotas caían en mi pantalón azul, ella me sonrió gentilmente y me besó la frente antes de irse. Mi amada no miró atrás. Si lo hacía, podía volver, y eso podría lastimarla aún más. Así era ella.
No esperábamos ser protagonistas de historias tan nefastas donde tu ser amado es perseguido por la muerte. Ver una situación como tal desata lágrimas o sentimientos en aquellos con partículas de empatía. Pero esta situación no se desligaba de mí. Ahora, aquello que podía quedarse en penas se volvía aún más grande.
No deseaba que mi chica de pelo castaño se alejara de mí, y aun con la mente repleta y rota, me levanté de aquella banca y corrí hacia ella. Apenas la alcancé, deslicé mis flácidos brazos en su torso y manché su chaqueta con el líquido transparente que mostraba mi tristeza y confusión.
-No importa, Tania, tengas o no cáncer, quiero estar a tu lado, no me alejes. Por favor, quédate a mi lado, déjame estar contigo, oler tu perfume y probar tus besos.
-Estela... no me digas eso, si lo haces, no podré alejarte del sufrimiento.
-¿Sufrir? Ello para mí solo sería tener que pasar un minuto menos sin tu calor.
-Estela... en serio, no.
-No hables más, Tania, no si van a ser palabras que me alejarán de tu vida.
-Pero...
-Le diré a mis padres, te prometo que lo haré apenas llegue a casa, haré lo que sea, y siempre estaré para ti.
Tania alejó mis brazos, volteó su cuerpo y rápidamente me besó, y yo solo la seguí, realmente extrañaba sus labios.
La hora de despedirnos llegó, mi corazón latía con fuerza, y al aproximarme a mi hogar, los nervios se intensificaban y mis pensamientos se descontrolaban. En ese momento, no sabía lo que el destino me preparaba con solo decir unas cortas pero asesinas palabras.
Abrí la puerta y, al entrar, madre estaba haciendo la cena, y como si fuese obra del destino, padre la acompañaba, mientras mi hermano jugaba en su celular.
-Hola, llegué.
Me aproximé a mis padres. Estaba decidida a decirles todo y así demostrarle mi compromiso a Tania.
-Antes de soltar aquella noticia dialogamos, hasta que tomé la valentía necesaria.
-Padres, perdón por interrumpir. Sé que aquello que les diré puede que no les guste, pero necesito contárselos.
-¿Qué es, mi niña?
-Tengo novia.
-¿Novia? ¿Querrás decir novio? -Replicó mi padre.
-No, papá, novia.
Un silencio inundó toda la cocina. Padre se puso pálido y sus ojos llorosos me veían con gran decepción y asco. Me sentí vacía, solté un gran peso, pero a cambio, uno peor había sido anotado en mi cuenta.
-¡Vete, si no te vas, no respondo! ¡Yo no tendré fenómenos en esta casa! -Se levantó de aquella silla y se acercó a mí.
-Me quedé paralizada, mientras él ya estaba enfrente mío.
-¡Te dije que te largaras! ¿Acaso además de una asquerosa homosexual, eres sorda?
Madre estaba perpleja, y al verla con mi rostro que mostraba súplica, vi que ella no entendía nada de esta situación. David ya no se encontraba en aquel lugar. Un fuerte dolor tomaba el protagonismo en mi cara, papá me había dado una cachetada por primera vez.
-¡Que te largues!
Salí de aquella casa, ese ya no era mi hogar.
Caminé largo rato sin un rumbo fijo, para mi mala suerte, el día estaba tormentoso y en segundos mi ropa destilaba agua. Instintivamente llegué a la puerta de Leo; Leticia, su madre, me abrió.
-¿Qué pasó, Estela? Apúrate, entra.
Editado: 15.11.2024