Cuarenta Semanas

SEMANA 8

Catherine

Me encontraba nerviosa. Bastante inquieta, añadiría yo. Jugué con mi anillo de plata mientras esperaba a que la puerta de mi dormitorio resonara. Al cabo de tres minutos y un segundo —no pude evitar llevar la cuenta—, unos nudillos la golpearon con suavidad. Me miré en el espejo, comprobando que estaba presentable, antes de abrirla.

—Gracias por presentarte —dije.

—Me ha alegrado ver tu nombre en la pantalla de mi móvil —Nate cargaba varios libros bajo el antebrazo izquierdo. No perdió la sonrisa en ningún momento—. ¿Es aquí donde vives?

—Sí. Comparto el apartamento con Alexia.

Cerré la puerta y acerqué otra silla al escritorio. Tenía planeado ir de compras con Alexia a la famosa calle que encontré dos manzanas más allá de la clínica, puesto que era sábado y queríamos aprovechar de una de las últimas tardes de libertad. Además, la mayoría de ropa que poseía era demasiado ajustada para llevar en la universidad mientras mi vientre aumentaba de volumen.

Tenía que tomar prestada sudaderas de deporte para tapar el no tan evidente embarazo.

Había optado por dejar estudiado el último tema de la asignatura de cuantitativas —todo matemáticas y estadística— esta misma mañana. Para ello precisaba de la ayuda de Nate. Había hablado con él durante toda la semana por teléfono, y de vez en cuando me sacaba alguna que otra sonrisa. Sin embargo, el rostro de Dimitri aparecía en mi mente cada vez que leía su nombre. En este caso llevaba sin saber nada desde hace dos semanas.

¿Estaría bien? ¿Le molestaría si decido enviarle un mensaje? Fue él que dijo que contactaría conmigo cuando pudiera, y no me había llamado. Y yo, como tonta, preocupada.

Nate esperó pacientemente a que dijera algo, y cuando regresé a la tierra, suspiré.

—¿Por dónde vamos a comenzar? Hay tanto por hacer y los exámenes están a solo unas semanas.

—Estoy seguro de que conseguirás aprobarlos todos —tomó asiento, depositando los libros sobre la mesa—. Según me has contado, estás con técnicas… ¿cuantitativas?

—Exacto. Tengo la teoría estudiada, pero la práctica… Es horrible.

El tiempo pareció volar. La manera que tenía para explicar las cosas no se asemejaba en absoluto a las del profesor. Quizá fuera porque Nathaniel había conseguido toda mi atención. Terminé yo sola, sin si ayuda, los ejercicios más complicados. Me di por satisfecha ese día. Cuando miré el reloj, vi que eran pasadas las tres y media de la tarde. ¡Oh! Alexia. Debería estar esperándome para comer.

Nate besó mi mejilla antes de marcharse. Le agradecí —de nuevo— que hubiera empleado parte de su tiempo en ayudarme con este examen, y acordamos vernos de nuevo antes del primer examen. Puestos a ser sinceros, no podía esperar a verle de nuevo.

Como predije, Alexia me esperaba junto a su coche recién estrenado. Un Camaro de color azul cielo, heredado de su abuelo. Mejor eso que nada, ¿cierto? Me reprochó el haber llegado tarde a nuestra comida y me apresuré a tomar asiento en el lado del copiloto antes de ponernos en marcha. Había un restaurante al que nunca habíamos ido y que nos gustaría probar. Durante el trayecto pensé en todo lo que tendría que estudiar durante las próximas semanas. Y el castigo de mis padres.

Dimitri. Tenía que verle. No supe el por qué, pero lo necesitaba. Alexia conducía con tranquilidad y respetando las normas de tráfico. Yo tenía una parte del carnet de conducir listo: la teórica. Tendría que esperar hasta mi cumpleaños para poder tener el carnet por completo. No podía esperar a hacerlo, pues eso suponía una gran libertad respecto a mis padres y el transporte público. Llegamos al restaurante y, mientras esperábamos la comida, dije:

—Esta mañana Nate me ha ayudado con los estudios —no pude evitar morder mi labio inferior. Siempre que me encontraba tendía a hacerlo—. Hemos vuelto a quedar antes del primer examen.

—Me veré obligada a desinfectar todo aquello que haya tocado. ¿Sabes? —gruñó.

—No seas tan exagerada. ¿Por qué le detestas de esa manera? Ni siquiera le conoces.

El camarero depositó los platos en sus respectivos sitios antes de alejarse. Fue en ese entonces cuando Alexia perdió la paciencia y me apuntó con un tenedor. Suerte que no escogió el cuchillo.

—¿Qué sabes de Dimitri, eh? —cambió drásticamente de tema—. ¿Le has preguntado si todo le va bien? ¿Qué pasó con él después de hablar con Svetlana? ¿Sabes siquiera si continua con vida? Llevas toda una semana, ¿o dos?, sin hablar con él.

Dejé caer mi tenedor sobre el plato mientras fruncía el ceño.

—¿Cómo sabes de qué habló con Svetlana, Alexia?

—Pregúntale a él —se encogió de hombros—. No puedes imaginarte lo que he pasado esta semana. Svetlana me está acorralando, literalmente. Está obsesionada con su plan de descubrir a la amante de su prometido —entrecerró los ojos cuando clavó la mirada en mí—. Estás descuidando tu papel de amiga con Dimitri. ¿No es eso en lo que quedasteis?

Alexia era mi mejor amiga, sí, no tenía problema alguno en admitirlo. Sin embargo, odiaba cuando su carácter de sabelotodo se manifestaba. Estas pequeñas pullas entre nosotras terminarían en una pelea tarde o temprano, pero no quería montar el espectáculo en el restaurante, por lo que opté por tomar aire, calmarme, y responder de la manera más pacífica posible:

—¿Qué quieres escuchar? ¿Qué me da pánico sentir algo más que una simple amistad? Joder, Alexia. Tú tampoco me lo pones fácil. Estoy em-ba-ra-za-da —deletreé.

—Pero él te necesita —siseó—. Estoy segura de que habrá estado esperando tu llamada durante los últimos días. Cuando un tío te dice que ya te llamará lo hace por su orgullo. ¿Acaso no conoces la actitud de Dimitri, a estas alturas sigues así? Él quería atraer tu atención, quería que tú dieras el paso. No siempre tiene que darlo él.

¿Le estaba defendiendo? ¿Qué habían hecho con Alexia?

De acuerdo, tenía razón e interiormente sabía que lo estaba haciendo mal. No podía aparecer en su vida y luego abandonarle como si nada. El problema se encontraba en su forma de hablarme, de mirarme, esos gestos cariñosos y atentos que hacían que mi estúpido corazón se derritiera. Y me asustaba. Mucho. Él es un hombre comprometido o, al menos, eso intenta.




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