Cuarenta Semanas

SEMANA 9

Catherine

—No puede ser —jadeé tras leer el mensaje de texto—. ¡Tiene que estar bromeando!

Mi corazón latió de manera desbocada y comencé a caminar como una posesa por el parque. Alexia me siguió con la mirada mientras terminaba de comer la quinta barrita de chocolate. No entendía cómo era posible que, después de todo lo que comía, no engordara ni un gramo.

—Es lo que hay, Catherine —apenas la entendí. Tenía la boca llena.

—Mi hermano intentará matarme, y no solo a mí, ¡buscará a Dimitri después! Y le someterá a una larga y dolorosa tortura. No puedo creer que ya esté de vuelta.

—Patrick no desaparecerá por arte de magia —ironizó.

—Ya lo sé, tonta. ¿Cómo le cuento a mi hermano que estoy embarazada?

—Si Dimitri no se desmayó cuando se enteró, tu hermano tampoco lo hará.

Puse las manos sobre mis caderas y entrecerré los ojos.

—No es esa la reacción que temo ver, querida.

Alexia abrió la boca para replicar, sin embargo, una bocina proveniente de un coche la interrumpió. Con rapidez, ambas centramos nuestra atención en el conocido coche que mi hermano adquirió dos años atrás y dejé de respirar. Lo primero que hace todos los años, tras regresar de California, es ir en mi búsqueda. Mis padres han tenido que decirle dónde me encontraba.

Cuando encontró un hueco libre, aparcó y se aproximó a mí con grandes zancadas. Sus fuertes brazos me rodearon y me estrecharon con fuerza contra su pétreo pecho. ¿Había estado yendo al gimnasio, o ahora había un doble Patrick Miller? Sus ojos azulados se encontraron con los míos antes de esbozar una sonrisa que denotó felicidad.

—¿Sorprendida? —preguntó con rapidez—. Caray, hermanita. Hace meses que no nos vemos, pero creo que sigues igual de enana y horrenda que siempre.

—Yo también me alegro de verte —repuse, devolviéndole la sonrisa.

—Hola, Alexia —saludó mientras deslizaba un brazo por mis hombros—. ¿Ves? Ella sí que ha cambiado. Pero supongo que mi opinión os importa poco, ¿no es así?

—¿Qué tal te ha ido por California? —me apresuré a preguntar. Los nervios ya eran palpables en mí, prácticamente mis manos estaban temblando de nuevo—. Tenemos mucho de lo que hablar.

—Y tanto —completó Alexia por mí.

Hice un gesto con la cabeza, sabiendo de antemano que mi hermano no dejaría pasar esa indirecta. Su sonrisa comenzó a tonarse un tanto confusa ante la expresión indecisa que adopté y señalé a los alrededores de Central Park. Sí, tenía que confesarle a mi hermano que iba a convertirse en tío con tan solo 26 años. Bueno, de hecho, no era tan poco.

Alexia captó mi preocupación y encontró una excusa para marcharse. Se despidió de mi hermano con dos besos en la mejilla, alegando que estaba encantada de volverle a ver, antes de alejarse con su típico paso lento y descansado por la cera de en frente.

—Te estás comportando de una manera bastante extraña —cruzó los brazos sobre su pecho—. Papá y mamá me han dicho que tenías que hablar conmigo tan pronto como aterrizara en Manhattan, no han querido decirme qué es lo que ocurre, por lo que esperaba…

—Lo sé —le interrumpí, tomando una profunda bocanada de aire—. ¿Qué te parece si andamos un poco? Hace un estupendo día para pasear. Y charlar de paso.

—Estás pálida —apoyó una mano contra mi frente—. No tienes fiebre.

«Por supuesto que no, idiota», pensé.

Mi hermano y yo siempre habíamos mantenido una típica relación de amor y odio. No podía imaginarme una vida en la que Patrick Miller no existiera. Como todos los hermanos existentes en este planeta, nos peleábamos a diario por la más mínima tontería. Sin embargo, siempre acabábamos riéndonos el uno del otro al final del día.

Para añadirle una pega, tenía que admitir que era muy sobreprotector. Al ser la hermana pequeña, y también la más joven de la familia —solo tenía un tío por parte de madre y jamás había entablado una auténtica conversación con él—, argumentaba que necesitaba protección en contra de aquellos tíos que solo buscarían aprovecharse de mí.

—¿Qué pensaría tras confesarle? No podía siquiera finalizar la frase en mi cabeza.

—Regresemos a casa —añadió al instante, empujándome al coche.

—Me encuentro perfectamente —mentí.

Las náuseas del embarazo no habían desaparecido; no a pesar de tomar las vitaminas cada mañana al despertar. Seguían provocándome unos terribles mareos aunque, afortunadamente, jamás me había desmayado. Al final cedí ante sus insistencias de subir al coche y cerré la puerta con desgana. Una parte de mí deseaba imponerse sobre la de mi hermano, mostrarle que ya era una chica adulta capaz de manejar cualquier situación.

La otra se negaba a que Patrick perdiera mi imagen inocente. Demonios.

Comenzó a conducir en dirección a casa. Pensé que quizá era alguna excusa para hablar en otro lugar, uno donde nuestros padres no estuvieran presentes para estudiar cada uno de mis movimientos. Pero no. Me equivocaba. Las calles que tan bien conocía aparecieron ante mí en un santiamén.

Era ahora o nunca.

—Estoy embarazada —dije con rapidez. Ni siquiera yo entendí mis palabras.

El coche se detuvo en medio de la carretera. Tuve que apoyar las manos en el asiento para no volcarme hacia delante y, gracias al cinturón de seguridad, no terminé de perder el equilibrio. La expresión de Patrick cambió de un color beige al rojo. Vi como sus nudillos se tensaban en torno al volante y me fulminó con la mirada.

Bajó su vista hasta ese punto en concreto y luego alzó la mirada hasta mis ojos.

Mierda, mierda, mierda.

—Mientras estabas fuera sucedió algo… Te juro que fue un accidente, ninguno de los dos se esperaba que esto ocurriría, pero lo ha hecho, así que lo único que te pido es que me apoyes y no me juzgues porque eres mi her…

—¿Quién es el padre? —tensó la mandíbula.

—¿Es eso lo único que te interesa?

Me dolió en el fondo que esa fuera la única cosa que le preocupara.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.