Cuarenta Semanas

SEMANA 10

Catherine

Fruncí el ceño y presioné mis labios hasta formar una fina línea. Había transcurrido una semana y media desde la última vez que hablé con mi hermano, y con Dimitri. Hoy era domingo. Estaba tan ocupada con los estudios que solo veía a dos personas cada pocos días: Alexia y Nathaniel. Devoré mis uñas hasta el punto en el que quedaron destrozadas antes de que Nate se quitara sus gafas.

No conseguía memorizar la línea que tantas veces había repetido. Mañana por la mañana tenía los dos primeros exámenes, los cuales estaban seguidos de una semana repleta de agobios y noches sin dormir. Si pudiera beber café, hubiera comprado varias máquinas para mí sola.

La asignatura de Prehistoria era bastante complicada con tantos nombres extraños y fechas. A pesar de que Nathaniel no estaba especializado en esa rama, aceptó ayudarme en todo lo que él podía. Además, yo acepté esa excusa para poder pasar más tiempo con él. Descarté algunas páginas que me resultaron innecesarias y las guardé en el cajón.

—Voy a suspender —me lamenté.

—No, Catherine —repitió—, estoy seguro de que si has sido capaz de aprobar las cinco primeras asignaturas, también podrás con las cinco siguientes.

La carrera contaba con diez materias a lo largo del curso.

—Estas son mucho más complicadas —recalqué.

—No seas tan quejica, Cathy —alcé la vista tan pronto como pronunció ese apodo. Solo una persona me llamaba de aquella forma, y me resultaba extraño escucharla salir de otros labios—. Tenemos hasta mañana por la mañana para terminar con la explicación. No dormirás si es necesario.

—¿Quieres permanecer en esta habitación más de veinticuatro horas? —chisté—. No pienso permitir que te quedes aquí cuando tendrás asuntos más importantes que atender. Además, mira qué hora es. Casi las ocho, y tengo hambre.

Se encogió de hombros, restándole importancia.

—Mis asuntos pueden esperar —abrió otro libro.

—Escucha, no tienes 18 años —mentalmente corregí su edad. Según él, acababa de cumplir los 27—. Eres todo un adulto con muchas responsabilidades. No voy a privarte de ellas. Da igual si es domingo, si es de noche o lo que sea. Alexia regresará en cualquier momento y me ayudará con el resto de asignaturas. No es la primera vez que lo hace.

—¿Me estás echando?

—No, no, no —repuse con rapidez—. Tan solo digo que si tienes cosas por hacer, eres libre de irte.

Sacudió la cabeza una vez más y regresó con la explicación. Subió dos tazas de café y dos hamburguesas, pero rechacé con amabilidad la comida. Sí que estaba hambrienta, pero, puestos a ser sinceros, el leve malestar de estómago me impedía comer. Una hora más tarde, eché la silla hacia atrás mientras cerraba los ojos. Mi cabeza no podía aguantar más la luz de la lámpara y mis ojos parecían quemar.

Me excusé para ir al cuarto de baño, cerrando la puerta con pestillo. Apoyé las manos en el mármol antes de refrescar mi cara y nuca con agua fría. Ese leve dolor de estómago acrecentó por momentos, eran unos pequeños retortijones. Sabía que, a pesar de no tener nada de comida en el estómago, terminaría vomitando por culpa de los nervios.

Incapaz de aguantar, me arrodillé frente al aseo y eché todo lo que tenía. Me retorcí por culpa del dolor antes de sentarme en el suelo. Esto no era normal, ¿o sí?

—¿Catherine? —Nate golpeó la puerta con suavidad—. ¿Estás bien?

—Sí… sí —musité.

Intentó girar el pomo de la puerta para pasar al interior, pero al ver que estaba cerrada con el pestillo, volvió a llamarme. Estiré de la cadena y caminé hacia el espejo cuando pude erguirme. Mi aspecto había cambiado por completo: mi cara estaba mucho más pálida, y un sudor frío comenzó a resbalar por mi frente y nuca. El dolor no había disminuido, ni siquiera después de vomitar.

Comencé a preocuparme más de lo que ya estaba. ¿Ocurría algo con el bebé?

Acaricié mi vientre, como si aquello fuera a calmar el dolor, y busqué en los bolsillos de mi pantalón el teléfono. Necesitaba llamar a alguien cuanto antes, y mi mente solo pensó en un nombre: Dimitri. El móvil no estaba allí y recordé que lo había apagado y encerrado en un cajón del escritorio para evitar la tentación de cogerlo mientras estudiaba.

Maldición, tenía que regresar a la habitación.

Con las manos temblorosas, conseguí quitar el pestillo y Nate se apartó cuando abrí la puerta de esa forma tan brusca.

—Ey, estás temblando —apoyó una mano en mi hombro—. ¿Qué ocurre?

—No me encuentro bien —dije mientras abría el cajón—. Cre… creo que llamaré a Alexia.

—¿Necesitas ir al médico? Yo te llevaré.

Hizo el amago de coger su chaqueta y recoger sus cosas, pero le detuve. Nadie podía saber acerca de mi embarazo, y mucho menos Nate. Me parecía un chico inteligente, atractivo y simpático, y no quería espantarle cuando descubriera la gran noticia. Normalmente los hombres huían como moscas al enterarse sobre ese tema en particular, y no deseaba perder su amistad.

—Iré yo, con Alexia —insistí y emití un suspiro cuando encontré el móvil—. Te llamaré tan pronto como termine los exámenes, ¿de acuerdo?

—Pero… —no le permití finalizar la frase.

Le ayudé a recoger sus pertenencias y le acompañé hasta la entrada. Me despedí de él con un pequeño beso en la mejilla y le repetí que nos volveríamos a ver muy pronto. Mientras se alejaba echaba algún que otro vistazo hacia mi posición, y fue en ese entonces cuando cerré la puerta y marqué el número de Dimitri —el cual había memorizado— con rapidez. El timbre sonó al instante y esperé impacientemente a escuchar su voz.

Cada segundo que transcurría era una tortura.

—Cathy, ¿cómo llevas los estudios? —Dimitri dijo nada más descolgar.

Vi innecesario ocultarle mi pequeña cita con Nate para estudiar, así que opté por informarle sobre mi vida cotidiana, algo que hacen los amigos. Es algo típico, ¿no?

—Necesito que vengas a la residencia ahora mismo, por favor —supliqué.




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