Cuarenta Semanas

SEMANA 11

Catherine

Bip-bip-bip.

Sobresaltada, abrí los ojos y tanteé la mesilla con el objetivo de encontrar mi teléfono y apagar la maldita alarma. No abrí los ojos en ningún momento, pesaban demasiado como para hacerlo. Dimitri se removió a mi lado, pero tampoco dijo nada, y si lo hizo no me di cuenta. Al cabo de unos minutos la alarma volvió a sonar y me vi obligada a sentarme y apagar el móvil si no quería arrojarlo contra la pared más cercana.

Dimitri murmuró algo que no logré comprender y cubrió su rostro con la sábana. Cuando no tenía esa faceta seria y escalofriante resultaba ser un hombre normal, como todos.

—Son las seis —le dije con voz pastosa—. Vamos, comienza la jornada.

Le vi sacudir la cabeza bajo la sábana y me dio la espalda. Aquel impulso de cubrir la piel desnuda de su espalda con besos me sacudió y tuve que alejarme para no hacerlo. Puestos a ser sinceros, nuestra amistad iba mejor de lo que pensaba, y no deseaba que todo aquello se fuera a la basura por unos tontos deseos que seguramente fueran por culpa del embarazo.

Hormonas, adolescente y antojos. Muy mala combinación.

—Lo digo en serio. El primer examen comienza a las ocho, ¿entiendes? Quedan menos de dos horas. ¡Qué te levantes he dicho! —le arrojé un cojín.

A pesar de mis intentos, continuó inmóvil como si fuera una figura de mármol. Me arrodillé sobre el colchón y comencé a darle pequeños golpes en los brazos. No había nada más molesto que eso. Abrió un ojo y ladeó el rostro hacia mi dirección mientras fruncía el ceño.

Bien, por algo se empieza.

Me crucé de brazos y aclaré mi garganta intencionadamente. Había sido idea suya la de quedarme aquí a dormir, así que yo no tenía culpa del estúpido horario de exámenes. Descubrió su cuerpo para que el frío terminara de despejarle la cabeza antes de sentarse. Enterró los dedos en su cabello, peinándolo… Peor de lo que ya estaba, antes de mirarme con reproche.

—Pensaba que estarías acostumbrado a despertar a estas horas con tantas reuniones de empresa y ese rollo. Además, también impartes clases en la universidad —me defendí.

—El resto del mundo se adelanta, yo jamás llego tarde.

Me reí por su respuesta y caminé descalza por la alfombra en dirección al cuarto de baño. Se me había olvidado recoger mis pertenencias, las cuales continuaban desperdigadas por todo el suelo.

—¿Qué quieres desayunar? —le escuché decir desde la habitación.

—¿Qué? —asomé la cabeza por el marco de la puerta—. Tengo que estudiar primero.

—No puedes ir con el estómago vacío, necesitas comer.

Se puso de pie, se desperezó y me dio la oportunidad de estudiar con detenimiento cada uno de los tatuajes que recorrían la piel de sus brazos. Me deleité con la vista antes de regresar a la realidad y me aproximé a la mochila para tomar el libro. Sobre la cama —pues era el lugar más cómodo de toda la habitación, sin duda alguna—, ojeé las páginas que había señalado como importantes. Eran demasiadas como para leerlas en menos de una hora. Tras treinta minutos de intensa lectura, desistí de la idea y me encerré en el cuarto de baño.

Me aseé tras una buena ducha y me preparé mentalmente para lo que sucedería durante el examen. Suspiré profundamente varias veces, intentando que los nervios no volvieran a dominarme justo como sucedió ayer mismo.

—¿A qué huele eso? —dije una vez que estuve de vuelta en la habitación.

Jugué con un mechón de pelo mientras me acercaba hacia la bandeja situada sobre el escritorio. Dimitri apartó la silla para que me sentara en ella, no obstante, yo preferí tomar asiento sobre el escritorio y apoyar la bandeja en mi regazo.

Tortitas de caramelo, huevos fritos y un vaso de zumo.

El delicioso aroma que desprendía la comida hizo que mis tripas rugieran. Corté un trozo de tortita con el cuchillo, lo pinché con el tenedor y lo llevé a mi boca; todo bajo la vigilancia del señor Ivanov, el cual no apartaba la mirada de mis actos. Fruncí el ceño y cerré los ojos, suspirando.

—¿Qué ocurre? ¿No te gusta? ¿Te encuentras mal otra vez? ¿Son los nervios? ¿El bebé? —acortó las distancias, quedando a escasos centímetros de mí y presionó una mano en mi estómago.

—No. No, cálmate —no aparté su mano. No me molestaba—. Huele tan bien como aparenta, así que no. Estamos bien, Dimitri.

Besé su mejilla con rapidez y esbocé una sonrisa encantadora.

—Me vas a volver loco —se quejó antes de alejarse.

Caminó en dirección al armario, supuse que iba a vestirse. Comencé a devorar la comida con rapidez y la mastiqué hasta quedar completamente triturada, pues de esa forma me sentaría mejor y probablemente, no sentiría náuseas ni ganas de vomitar. Una vez que la bandeja quedó vacía, la deposité a mi derecha y regresé al suelo de un pequeño brinco.

—Eh… ¿te importa si dejo aquí el pijama? —señalé al estante—. No quiero llevar mucho peso ya que no tendré tiempo para entrar en la residencia antes del examen.

—Claro, no te preocupes.

Veinte minutos más tarde, ambos nos encontrábamos en el coche. Dimitri condujo por las calles desiertas y se detuvo a una manzana de la universidad. En estos momentos estaría repleta de alumnos que, con toda seguridad y debido a los rumores que circulaban, alegarían que yo soy la supuesta amante de Dimitri.

Eso no podía pasar.

—Ah, una última cosa —dijo antes de cerrar la puerta—. Repasa bien la página setenta y ocho. He visto tu examen y sé que con esa pregunta conseguirás bastantes puntos. Suerte, preciosa.

Me guiñó un ojo y arrancó de nuevo.

Mis mejillas volvieron a ruborizarse y golpeé el suelo con el pie. ¡Por supuesto que lo había visto! Él era profesor, nadie sospecharía si el gran Dimitri Ivanov es pillado con las manos en la masa, es decir, ojeando los exámenes finales.

¿Y me lo dice ahora?

Si no fuera por el embarazo, hubiera echado a correr tras el coche al instante.




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