Cuarenta Semanas

SEMANA 13

Catherine

Jugué con mi anillo de plata una vez más, incapaz de controlar los desbocados latidos de mi corazón. Alexia me llamaría estúpida por llevar puestas las gafas de sol que Dimitri me regaló. De todas formas me reconocería tan pronto como entrara en el lugar. Subí la cremallera de la chaqueta y me calcé unas zapatillas que mi madre me compró hace dos semanas y que todavía no había estrenado. Nunca había frecuentado este tipo de locales, así que no sabía con exactitud qué vestir.

Volví a arrepentirme de haber planeado todo esto. Sin embargo, estaba obligada a hacerlo. Dimitri se enfrentaría a no sé quién únicamente porque hay algo que le debe. ¿Y si le hiere con algún arma ilegal y acaba muerto? ¿Qué haría yo en ese entonces?

Interiormente sabía que no me estaba preocupando únicamente por el futuro del bebé.

Acaricié mi pequeña barriga sobre la tela de la chaqueta y suspiré. Alexia debía estar esperándome en la entrada de casa. Mis padres se encontraban en el salón, y mi castigo había comenzado desde el minuto uno. Sí, era verano y estos meses estaban destinados a cometer cualquier tipo de locura. La diferencia entre yo y el resto de adolescentes era que yo había cometido la peor de todas ellas.

El truco de rellenar las sábanas con almohadas y peluches era el más viejo que conocía. Tampoco tenía una mejor opción por lo que, tras dejar la habitación preparada, me escabullí. Salí por la puerta trasera, la que daba al jardín, y logré llegar a la carretera en cuestión de segundos. Alexia estaba sentada en su coche, y abrió la puerta del copiloto en cuanto me vio llegar.

—Vaya, ahora vamos de espías. Chaqueta negra, pantalones cortos negros, zapatillas negras. ¿Te has puesto así únicamente para que él no te reconozca? —movió las cejas.

—Obviamente. Tan solo arranca —insté.

Rio por lo bajo y puso rumbo hacia el local donde tendría lugar la pelea. Mordisqueé mi labio inferior durante todo el camino hasta el punto de que casi eliminé el rastro de pintalabios rojo que quedaba. Recé mentalmente para que Dimitri no estuviera borracho. Esa tendencia suya a autodestruirse me estaba preocupando demasiado.

Me puse las gafas de sol y preparé mi falso carnet. Mi cumpleaños era en apenas unas semanas, así que todavía continuaba siendo menor de edad. Gracias a Alexia lograría colarme. Dios, ¿cuándo mi vida se había torcido de esta manera? ¡Esto no era Maravilloso Desastre!

—Ya estamos aquí —dijo Alexia tras apagar el motor—. ¿Demasiado nerviosa?

—Mucho. Dimitri me matará.

—Bah, no dejaré que te toque.

—No lo decía en el sentido literal de la palabra.

Puse los ojos en blanco aunque no pudiera verlos tras el cristal oscuro de las gafas y bajé del coche. La ropa negra camuflaba a la perfección el embarazo, es más, me daba un toque más adulto. Me aferré al brazo de Alexia antes de que se marchara y suspiré, inquieta.

—Seguiremos el plan al pie de la letra, nada de desvíos —le repetí por enésima vez—. Primero entrarás tú, ya que eres mayor de edad te dejarán pasar sin problema. Habla conmigo por teléfono tan pronto como estés dentro y busca alguna puerta trasera por la que yo pueda pasar. No quiero arriesgarme a terminar la noche en comisaría.

—Sí. Sé lo que hago.

—Cualquier entrada me vale —añadí—. Tan solo necesito asegurarme que Dimitri esté bien.

Alexia me dedicó una de esas miradas de reproche pero no respondió. Se marchó con zancadas amplias y, sin ni siquiera mostrar su carnet, el hombre que se asemejaba a un gorila, se apartó para dejarla pasar. Hizo una señal para que la siguiera, pero me negué. Teníamos un plan. Había que seguirlo para que las cosas no se torcieran tanto.

Ella miraría primero el ambiente y buscaría el lugar más adecuado para ver la pelea. No me arriesgaría a sufrir posibles golpes. Mi móvil vibró en el interior de mi chaqueta y pulsé en el botón verde con la mayor rapidez posible.

—Qué seguridad tan buena, ¿no crees? —ironizó.

—¿Cómo está todo dentro?

—Uff. No te recomiendo que entres por esta entrada. Lo digo en serio, Catherine. Si tengo que quedarme y proteger a ese tonto, lo haré. Pero no vas a entrar. Aquí hay peste a sudor, alcohol, y cosas peores. Joder. Me están entrando náuseas. ¿Por qué no me habré echado mi perfume favorito?

Cambié el peso de mi cuerpo de un pie a otro.

—Tan solo busca un lugar para que pueda entrar y te prometo que no me mezclaré con toda esa gente. Me limitaré a observar desde un lugar alejado, por favor. —Supliqué.

—Agradezco que no seas mi novia —ironizó—. No podría aguantarte.

Ninguna de las dos añadió nada más, pero tampoco finalizamos la llamada. Teníamos que seguir en contacto pasara lo que pasara. Teniendo en cuenta los hechos, la pelea era ilegal. Este local tan cutre, la escasa seguridad y la zona tan alejada a los barrios principales de Manhattan… Mi interés por conocer más de cerca el pasado de Dimitri acrecentó por segundos.

Escuché a Alexia gritar unas cuantas veces, no a mí por supuesto. De repente, el barullo de fondo se detuvo y un silencio pasó a formar parte de nuestra conversación.

—¿Hola? —susurré.

—Dirígete a la derecha del local, esquiva al guarda (aunque sinceramente no creo que te diga nada si te ve), y fíjate en una ventana que acabo de abrir. Pero no en la planta de arriba, sino abajo. La pelea tendrá lugar en un bajo, así que tendrás que saltar. No hay más de dos metros de distancia, si te impulsas bien no te harás daño al caer —me explicó de manera detalla.

—De acuerdo, nos vemos en cinco minutos.

Ahora sí que colgué. Seguí el camino que ella había mencionado, dejando atrás al guardia, y me colé entre varias rejas entreabiertas hasta llegar a la fachada derecha del edificio. Lentamente, y debido a la oscuridad que reinaba en esa zona, me arrodillé con cuidado y palpé las ventanas hasta que encontré la que recién acababa de abrir.




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