Cuarenta Semanas

SEMANA 15

Catherine

Arrastré las tres maletas al exterior de la casa. Dos llevaban ruedas, y la otra la cargaba en las manos. La dejé en el suelo para no soportar el peso y me apoyé contra una de las grandes para poder bostezar. Había perdido la cuenta de las veces que había bostezado en los últimos minutos.

Me esforcé al máximo en mantener los ojos abiertos.

Dimitri me envió un fax ayer con la información más simple. Permaneceríamos en Houston dos semanas y media, pues a la próxima es mi cumpleaños y él no quería que por culpa del viaje no pudiera celebrarlo con mis amigos de la universidad. Además, sería el momento idóneo para presentarles a todos que estaba embarazada, para desvelar el secreto a ellos.

Un mercedes rojo dio la esquina a toda velocidad y se detuvo en la entrada. El gran millonario había realizado su entrada triunfal. Volví a abanicarme con la hoja de papel pues en el exterior el aire era demasiado cálido y húmedo para mi gusto. Nunca me había agradado el verano, siempre lo pasaba encerrada en casa, muriéndome de calor. El invierno era mucho más agradable sin duda alguna.

—Gracias a Dios —susurré, sin querer despertar a todo el vecindario.

Dimitri bajó del coche y subió las gafas de sol sobre su cabeza. Con una camiseta de tirantes que dejaba al descubierto toda la musculatura de sus brazos cubierta por tatuajes, se aproximó a mí. Ensanchó la sonrisa y, tan pronto como estuvo a escasos centímetros de mi posición, me estrechó entre sus brazos.

Agrandé los ojos ante la sorpresa y me apresuré a rodear su cintura con los míos con la intención de no perder el equilibrio. Tuve que ponerme en puntillas para alcanzar su hombro, donde apoyé mi barbilla. Su respiración movió mi cabello y me erizó la piel de la nuca. Dejé que los segundos avanzaran sin decir nada. Cuando aflojó el agarre fui capaz de separarme unos escasos centímetros, y en cuanto realicé aquel movimiento, Dimitri aproximó sus labios a los míos.

Nuestras frentes quedaron pegadas la una a la otra, y nos miramos fijamente.

—¿No te quedó claro lo que hablamos? —musité.

—Últimamente me dejo llevar por mis emociones, lo juro —alzó las manos en el aire y se apartó, con una sonrisa tan burlona que me hizo sonreír a mi también.

—Te podría matar —apoyé las manos en mis caderas—. Pero no aquí, delante de mi casa, donde mis padres duermen. O donde mi padre podría estar apuntándote con su rifle de caza favorito. Solo quiero avisarte de los riesgos que tomas, señor Ivanov.

—Cierto, será mejor que subamos al coche.

Puse los ojos en blanco e hice lo que él pidió. Dimitri se encargó de mis maletas antes de tomar asiento a mi lado. Se le veía extrañamente feliz. Acomodé varios mechones de pelo tras mi oreja e intenté calmar las aceleradas pulsaciones de mi corazón. ¿A quién pretendía engañar? Adoraba sus besos. Demasiado, diría yo. Toqué mi propio labio inferior y sonreí como una idiota.

Conseguí recomponerme y entrelacé las manos en mi regazo.

—¿A qué ha venido eso? —me atreví a preguntar.

Mantuvo la vista puesta en la carretera y se encogió de hombros.

—Quería abrazarte, y besarte otra vez. ¿Hay algún problema con eso?

—Sabes que sí lo hay —jugué con mi anillo de plata.

—Me da igual lo que piensen ciertas personas, Catherine.

Bufé y dejé que mis manos descansaran sobre mi vientre. Lo acaricié con suavidad mientras avanzábamos por la carretera. El aeropuerto quedaba a menos de treinta minutos de donde yo vivía, así que tan pronto como llegamos, le envié un mensaje de texto a mi madre para que supiera que estaba bien. Por la mañana lo leería. A mi padre no le agradaba saber que me marchaba con Dimitri, a solas. Pero, ¿qué más podía pasar? ¡Estaba embarazada!

Bajé del coche y disfruté de la suave brisa fría que acababa de formarse. Recogí mi cabello en un moño, sin importarme los mechones que caían por los laterales, y acomodé la camiseta. Dimitri bajó del maletero tanto sus maletas como las mías. Eran en total cinco. Hice un amago de ayudarle, pero se limitó a negar con la cabeza.

—Llevan ruedas —le dije antes de aferrar dos con cada mano.

Tiré de las maletas hacia el interior. Parecíamos una pareja de recién casados con estas pequeñas peleas y sonrisas tontas. Me gustaba. Paseé la mirada vagamente por los alrededores y me detuve cuando encontramos nuestra terminal.

—Iré a por los billetes, quédate aquí —musitó antes de alejarse.

—Tranquilo, no me escaparé.

Tomé asiento en una de las incómodas sillas y apoyé los pies sobre una de las maletas. Mi vientre había aumentado unos centímetros en las últimas semanas, y me preguntaba cuándo sería capaz de conocer el sexo del bebé.

Puestos a ser sinceros, me gustaría averiguarlo el día del parto para llevarme una grata sorpresa. Pero tampoco estaba mal conocerlo con anterioridad para adquirir todo el mobiliario necesario. Hoy me sentía extraña. Bueno, todo me parecía extraño después de la llamada de Dimitri. Su rostro todavía conservaba el rastro de las heridas, y eso me hizo recordar la terrible noche de la pelea.

Deseé que ese momento nunca hubiera sucedido.

—Tu padre es muy testarudo —le hablé a mi barriga tan pronto como Dimitri comenzó a aproximarse—. Cuando le conozcas querrás volver ahí dentro enseguida. Ya lo verás.

—No lo creo —respondió mientras sacudía los billetes en la mano—. Ya son nuestros.

—Como te estaba diciendo… —continué como si él no hubiera intervenido—. Recordarás todos estos alocados momentos tan bien como yo y querrás esconderte lejos.

Dimitri se dejó caer a mi lado y deslizó un brazo por mis hombros, atrayéndome hacia él.

—Muy, muy lejos —dije, apartándome—. Lejísimos.

—Ya puedes parar, Cathy —sus dedos se deslizaron por mi cabello.

—¿Qué te ocurre? —no pude evitar preguntárselo—. Nunca te has comportado conmigo de esta forma. Estás demasiado atento y cariñoso. ¿Acaso has ganado la lotería o algo parecido?




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