Cuarenta Semanas

SEMANA 16

Catherine

Desperté rodeada de las sábanas rosadas aromatizadas con jazmín. Como era de esperar, Dimitri y yo dormimos en habitaciones separadas a pesar de que mis deseos eran otros. Ayer —domingo, la hora de la llegada a Houston—, fue un día bastante interesante. Mary me contó acerca de su enfermedad. Padecía de un cáncer terminal. Tan pronto como esas palabras emanaron de sus labios, sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Creí que me echaría a llorar.

Tras una abundante comida saludable, Mary me enseñó la casa mientras Dimitri ocupaba su viejo dormitorio. Deshice la maleta y guardé la ropa en los armarios que ella había señalado. La planta de arriba estaba prácticamente deshabitada, pues ella no podía estar subiendo las escaleras cada dos por tres. Le suponía demasiado esfuerzo, por lo tanto, había amueblado una estancia en la planta inferior para ella.

Resumiendo: el día de ayer transcurrió de una forma rápida y agradable. Tras instalarme, paseamos por la playa mientras Mary me contaba cientos de anécdotas sobre su vida y la infancia de Dimitri. Ese repentino cambio de aires hizo desaparecer todo el estrés acumulado durante las últimas semanas.

Aparté las sábanas y me levanté, caminando con los pies descalzos en dirección al armario. Cogí el bikini de color rosa chicle y un vestido blanco de tirantes. Lo deposité sobre la cama y me quité el pijama. Me puse la parte inferior del bikini e intenté abrochar los cordones del bikini. No tuve problema para la zona del cuello, sin embargo, tuve problema con la espalda. Mordisqueé mi labio inferior y, dubitativa, salí al exterior, deteniéndome frente a la puerta cerrada.

¿Estaría Dimitri despierto? No le había escuchado salir de su habitación.

A ver… Tampoco estaba vigilándole, pero su dormitorio era contiguo al mío y yo llevaba despierta desde hace una hora. No había escuchado ni el menor ruido. Giré el picaporte y caminé de puntillas hacia el interior. Sujeté los hilos del bikini con una mano y golpeé la puerta —a pesar de estar ya dentro—, con el fin de llamar su atención. Al no obtener una respuesta, opté por cerrarla tras pasar por completo.

La persiana bajada y las cortinas echadas impedían que los rayos solares penetraran en la habitación. Una figura boca abajo descansaba sobre las sábanas, junto a un portátil con la pantalla apagada y varios folios amontonados a su alrededor.

—¿Dimitri? —musité.

Encendí la pequeña lámpara situada sobre la mesilla y estudié su rostro dormido. Respiraba con una calma que consiguió relajar mis nervios. Recorrí su cuerpo con la vista, contemplando los tatuajes que poblaban sus omoplatos. La tentación de tocarlos fue tan grande que tuve que soltar los hilos del bikini para entrelazar mis propias manos.

Maldición.

Aparté el portátil, amontonándolo junto a los folios, y lo deposité en el escritorio. Lo único que llegué a comprender de esos papeles fue las cifras de los números. Siempre odié los temas relacionados con economía, así que no le di mucha importancia.

—Dimitri… ¡Despierta! —dije en un tono más alto.

Sobresaltado, se sentó en la cama y agradecí mentalmente el haber apartado el portátil. Con toda seguridad, hubiera terminado en el suelo tras aquel brusco movimiento.

—¿Qué hora es? —dijo con voz pastosa—. Te dije que…

—Sí. Lo hiciste —me apresuré a posicionar el bikini en su lugar, aferrando los hilos—. Tan solo son las diez de la mañana, no te preocupes. La playa no se va a marchar. ¿Qué es todo esto?

Señalé a los papeles con la mano libre.

—Trabajo. —Frotó su rostro—. Mi padre me llamó anoche. Me necesitaba para solucionar un problema con una de las cuentas bancarias. Nada de lo que debas preocuparte.

—¿A qué hora te dormiste? —me aproximé a él—. Menudas ojeras.

Cuando consiguió despejarse y centró la mirada en mí… Suspiré con pesadez ante su actitud exagerada. Agrandó los ojos y apartó las sábanas de su cuerpo con rapidez. Supe lo que iba a decir, así que me preparé mentalmente para una posible lista de cumplidos que rechazaría amablemente.

—¿Quieres provocarme un infarto? —puso las manos en mis caderas.

El tacto de esa calidez en mi piel me hizo estremecer. Sin embargo, no me opuse a que me arrastrara hacia su cuerpo. Me sentó en su regazo como si fuera una niña pequeña y antes de ser capaz de abrir la boca, apartó mis manos y ató el bikini con un nudo perfecto. ¡Por fin! Ya no tendría por qué pasearme medio desnuda por los pasillos de la casa.

Aparté el cabello de mis hombros y busqué su mirada. Se veía bastante cansado y agobiado.

—Tengo hambre —le golpeé el hombro desnudo con suavidad—. Ponte el bañador, vístete, y bajemos a la playa. Llevo casi dos años sin visitarla, ¿sabes?

Dimitri ladeó el rostro y suspiró.

Acarició mi estómago con la yema de los dedos y se deleitó con esos pequeños y breves movimientos que tanto él como yo podíamos presenciar. Quise sacar el tema de conversación que quedó pendiente ayer en el aeropuerto… Pero tampoco sabía cómo comenzar exactamente, así que decidí posponerlo para otra ocasión.

Apoyó su frente contra mi hombro y acaricié su cabello. Sí, esto era típico de parejas pero también de amigos íntimos… ¿no?

—¿Qué te ocurre? —susurré—. Estás raro desde ayer.

—Nada, no tiene importancia —presionó sus labios en mi cuello y olfateó mi aroma—. ¿Qué te parece si me preparo y comenzamos con nuestras mini vacaciones?

—Estoy de acuerdo con eso.

Me incorporé de un salto y salí apresuradamente de la habitación. Regresé a la mía y terminé de vestirme. Aferré una de las bolsas de playa que había traído conmigo e introduje en su interior un par de toallas, crema solar… Todo lo necesario. Bajé las escaleras con la bolsa entre mis brazos. La voz de Mary podía escucharse desde el salón. Al parecer hablaba con alguien por teléfono.

Me saludó con la mano en cuanto me vio. Le sonreí en modo de respuesta y me adentré en la cocina.




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