Cuarenta Semanas

SEMANA 17

Catherine

Terminé de cerrar la maleta tras depositar en el interior toda mi ropa, bien planchada y ordenada. Mis manos temblorosas delataban mi pena por marcharme de ese lugar. Mary me había ayudado a poner orden con todas mis cosas, incluidas aquellas que no eran materiales. En cuanto a Dimitri… Nuestra relación se había intensificado en todos los sentidos. Pasábamos las veinticuatro horas del día juntos, e, incluso, llegamos a dormir en la misma cama.

No. No ocurrió nada de sexo. Sí que dormí con él durante los últimos siete días, pero no sucedió nada más que unos cuantos besos. Se podría decir que ahora era incapaz de cerrar los ojos sin sentir su cálido abrazo ni su respiración en mi nuca.

Sabía que lentamente me estaba enamorando de él. Lo sentía y no hacía nada para impedirlo. A pesar de los hechos, a pesar de que estaba embarazada de su hijo, él pertenecía a otra. Y sí, aunque él no quisiera a Svetlana en ninguno de los sentidos, estaba atado a ella por culpa de esa amenaza. Junto a él, intenté ponerle solución. Pero ninguna de ellas era la adecuada. Svetlana conocía el secreto, podía chantajearle, delatarle ante la policía, ¡podría desmantelar una empresa completa!

Solo podía cruzarme de brazos y… esperar.

—Ya están todas —Mary dijo tras cerrar la última maleta.

—Gracias por la ayuda —intenté esbozar una sonrisa. Sin embargo, lo único que conseguí fue acrecentar mis ganas de echarme a llorar—. Te visitaré tan pronto como me sea posible. Tienes que conocer al bebé, por supuesto.

—Esta siempre será tu casa.

Tomó mis manos entre las suyas y sonrió. No hacía falta añadir que Mary conocía las sensaciones que el embarazo traían consigo —hormonas revolucionadas, mareos, desmayos, terribles antojos ante cosas imposibles de comer—. Ahora, mis lágrimas anegadas delataban mis verdaderas intenciones. Me daba pena marcharme, pero ese no era el motivo principal de mi tristeza.

En cuanto pusiera un pie en Manhattan, todo atisbo de felicidad se disiparía.

Mary me abrazó con delicadeza y derramé alguna que otra lágrima, las cuales procuré limpiar con el mayor disimulo posible. Apoyé mi barbilla en su hombro y suspiré profundamente.

—Oh, pequeña —dijo, acariciando mi cabello—. No te preocupes, todo saldrá bien.

—Eso no lo sabes —mi voz se quebró al final de la frase—. Nunca lo tuve y siento que le estoy perdiendo, que cada vez está más lejos de mí. Siempre habrá algo que nos separe. Ya sea una boda, una amenaza, lo que sea.

¿Acababa de pronunciar eso en voz alta?

—Puedo confesarte algo que calmará tu ansiedad —centró su mirada en la mía—: Jamás le he visto mirar a alguien como te mira a ti. Dale una oportunidad, todavía tiene mentalidad de niño pequeño.

—¿Otra? —no pude ocultar una risa nerviosa—. Llevo haciéndolo todo este tiempo. He procurado mantener mis sentimientos a raya para que no interfieran en nuestra amistad, pero es imposible. No puedo decirle que le quiero, porque lo que siento por él…

—Confía en mí.

Su mirada me transmitió una esperanza…

…que desapareció tan pronto como bajé a la primera planta. Limpié el rastro de lágrimas de mis mejillas antes de que Dimitri apareciera. Aferró con rapidez las maletas que yo cargaba, sin pedirme permiso primero. Puso los ojos en blanco ante mi expresión y salió al exterior. El olor a mar y la suave brisa invadieron el interior de la casa tan pronto como abrió la puerta.

—No quiero marcharme —volví a quejarme—. Por favor, Dimitri, no me obligues a volver.

—¿Crees que yo quiero hacerlo?

Su mirada me recordó la conversación que mantuvimos hace unos días.

—Sé que no pero apenas hemos disfrutado de nuestro tiempo aquí. Solo hemos estado una semana y media, casi dos. ¿Por qué no permanecer durante más tiempo? —arrastré los pies al caminar.

—Porque tenemos que regresar a nuestra vida, Catherine —cerró la puerta del maletero y se apoyó en el coche—. Svetlana ha vuelto a comunicarse conmigo. Me necesita para acordar el lugar de la boda. Mi padre quiere que vea su última inversión porque quiere mi apoyo en esto. Y tú… Bueno, tú tienes que disfrutar del verano y celebrar un cumpleaños.

—No me lo recuerdes, por favor.

Dimitri se aproximó a su madre y la estrechó de la misma forma que el día en el que llegó. La sonrisa que Mary esbozaba mostraba más tristeza y añoranza que felicidad. Mary acarició el rostro de su hijo antes de volverse hacia mí. Volví a abrazarla, esta vez con un poco de más fuerza pero sin excederme. La liberé, tomé una profunda bocanada de aire para aliviar mi malestar, y me apresuré a montarme en el taxi que nos esperaba.

—Un momento —dijo Mary al instante.

No terminé de cerrar la puerta amarilla. Depositó algo en la palma de mi mano, algo de textura rugosa pero suave, junto a una carta. Fruncí el ceño, sin saber exactamente de qué se trataba, y alcé mi mirada hasta encontrarme con la suya.

—Ábrela cuando quede poco para dar a luz. Dijiste que conocerías el sexo del bebé el día del parto, ¿cierto? Pues léela antes de ese momento —me comunicó.

—¿Por qué? ¿Qué es?

Hice un amago de abrir la pequeña bolsa, pero ella no me lo permitió.

—Te sorprenderá.

Dimitri esperó pacientemente a que terminase la conversación. Me deslicé junto a él y le indicó al conductor nuestra dirección. Agité la mano en signo de despedida mientras la figura de Mary decrecía hasta convertirse en una mancha en el horizonte. Bajé las ventanillas con la intención de disfrutar del aroma del mar y apoyé el codo contra esta.

Él me miraba fijamente.

Yo intentaba no pensar en lo que nos esperaba al volver.

—¿Qué? —pregunté con cansancio.

—Será raro regresar después de todo —frotó su barbilla. Genial. Iba a comenzar a hablar del tema que yo procuraba evitar—. Me preguntaba qué pasará una vez que lleguemos a Manhattan.

—Podríamos poner unas condiciones, si te parece bien.




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