Cuarenta Semanas

SEMANA 18

Catherine

Casi dos semanas, queridos.

¡Casi dos semanas sin saber nada de su existencia! No respondía a mis llamadas, ni siquiera estaba segura de si conservaba el teléfono consigo. Dios, ¿dónde demonios se había metido? Tuve la tentación de pasarme por su casa en más de una ocasión, sin embargo, me vi obligada a permanecer encerrada en mi habitación, pues, ¿qué excusa pondría si Svetlana se presenta ante mí?

—Tu padre me está volviendo loca —musité cuando el bebé pateó.

Acaricié la zona con suavidad, con mucho cariño, y le dediqué una sonrisa boba. Cuando alcé la mirada, me encontré con las manillas del reloj girando en mí contra. Jadeé y me incorporé con rapidez, aproximándome al armario y aferrando las primeras prendas veraniegas que encontré.

¿Ya era tan tarde?

Conseguí vestirme de manera presentable. Una vez aseada, y arreglada en sí, puse mis pertenencias en el interior de un bolso y bajé las escaleras de dos en dos, siendo cuidadosa de no tropezarme. Mi móvil se encontraba en el salón, donde mi padre intentaba ganar a mi hermano en uno de esos videojuegos de carreras. Pasé entre los cables de los mandos para alcanzar mi teléfono.

 

Si estás leyendo esto, deja de desaparecer como un jodido fantasma y enseña tu egocéntrica cara en la consulta del médico. La cita es en media hora —C.

 

Pulsé enviar y lo introduje en el bolso también. Me despedí de mi familia con un gesto y me apresuré a buscar un taxi. La próxima semana era mi cumpleaños, no podía esperar a tener mi propio carnet de conducir para poder ir a donde yo quisiera. Le indiqué al conductor la dirección y me acomodé en el asiento trasero. Hoy tenía otra revisión para ver si todo estaba correcto, y realmente así lo esperaba. Crucé las piernas y observé el paisaje que tantas veces había admirado. El verano se estaba pasando en un abrir y cerrar de ojos, y el segundo año de universidad estaba más próximo.

Temía que llegara noviembre, pues si mis cálculos no eran erróneos, en ese mes daría a luz. Me convertiré en madre con apenas 18 años de edad. ¿Quién me lo hubiera dicho? Bueno, teniendo en cuenta que mis padres tuvieron a Patrick con la misma edad que yo… Esto parecía genética o alguna broma del destino.

Pagué la tasa y bajé del coche con rapidez. Con pasos apresurados, me adentré en la clínica y me aproximé al mostrador para entregar los papeles correspondientes.

—Le avisaremos cuando sea su turno —anunció la enfermera—. Puede tomar asiento mientras tanto.

Asentí levemente y me dirigí a la sala de espera situada a la derecha de la entrada. Acaricié la tela de la silla con la yema de los dedos mientras pensaba en él, de nuevo. La primera vez que estuvimos aquí Dimitri sufrió un ataque de ansiedad. Me parecía que eso había ocurrido hace años cuando tan solo unos pocos meses habían transcurrido.

¡Y vaya meses! Besos, peleas, agonías, romances secretos…

Bueno, quizá lo último no había sucedido, pero me hubiera gustado.

Jugué a uno de esos estúpidos pero adictivos juegos de móvil para entretenerme mientras esperaba mi turno. Entonces escuché una voz proveniente del mostrador, una demasiado masculina y familiar como para tratarse de un desconocido. El móvil resbaló de mis dedos y se precipitó contra el suelo de madera oscura.

Oh, oh.

Él estaba aquí.

La herida de la nariz había sanado por completo. Sus ojos caramelo parecían brillar y su sonrisa se ensanchó tan pronto como se encontró con mi mirada. Empecé a temblar. ¿Por qué estaba tan nerviosa? Es decir, no era como si le acabase de conocer. Puede que todos estos nervios fuesen producto de mi reciente revelación de sentimientos. No podía mirarle de la misma forma, no después de convencerme de que, efectivamente, estaba enamorada de él.

—El egocéntrico ha llegado, Cathy —su mano, mucho más rápida y ágil que la mía, cogió mi móvil.

Me lo entregó antes de dejarse caer a mi lado. Se había afeitado y cambiado la típica camisa blanca y vaqueros por un traje de corbata y chaqueta. Uff. Con este calor no comprendía cómo era capaz de llevar eso, pero supuse que tendría algún asunto de la empresa entre manos. O peor.

Decidí reservar ese tema de conversación una vez que terminásemos con la consulta, si es que él permanecía conmigo.

—Pensaba que te había aducido los ovnis —crucé los brazos sobre mi pecho.

—Algo por el estilo. En vez de tener la piel verde y viscosa, es morena y se llama Svetlana —bufó.

—¿Has estado con ella… Toda la semana? —aclaré mi garganta.

No era lo que yo me esperaba.

—Sí, por obligación —ajustó su corbata—. Perdona por ignorar tus llamadas, no he encontrado tiempo libre para responderlas. Ni siquiera estoy cómodo en mi propia casa, es un puto espectáculo.

—¿Qué ha sucedido?

—¿De verdad quieres saberlo? —chistó—. Ya tengo fecha para la fiesta de compromiso, y pasados dos días de dicha fiesta, la boda. Todo perfectamente organizado. Svetlana me aterroriza en ese sentido, y en muchos otros que ya conoces.

—No es una gran novedad —coincidí.

—Esa ha sido mi última semana. Organización de fiestas, de bodas, compromisos con la empresa, charlas interminables de conducta por parte de mi padre… —deslizó un brazo por mis hombros y me atrajo hacia él.

Sentí sus labios plasmarse contra mi frente antes de apoyar su barbilla sobre mi cabeza. Instintivamente escondí mi rostro en el hueco de su cuello, cerrando los ojos y disfrutando su aroma. Maldita sea, ¿por qué me hacía esto? El despertar de estas emociones…

Le había echado mucho de menos.

—¿Qué tal la tuya? —acarició mi brazo desnudo—. ¿Y el bebé? Veo que tu vientre ha aumentado de tamaño. Eso me gusta, te hace ver más sexy.

—Por supuesto. Tener un balón que te impide moverte es algo fantástico, ¿cierto? —exageré, pues ni siquiera llegaba a tener ese tamaño… Todavía—. Ha sido una semana tranquila y aburrida. Oh, por cierto, la próxima semana pienso celebrar mi cumpleaños y quiero verte ahí. ¿Qué mejor ocasión para conocer a mis padres que en ese día tan, tan especial? Alcanzaré la mayoría de edad.




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