Cuarenta Semanas

SEMANA 20

Dimitri

El reloj marcó las doce de la mañana. Legalmente, Catherine ya tenía los 18 años, al igual que su cumpleaños había quedado atrás. Esperaba que no fuera demasiado tarde para que su último deseo se hiciera realidad. Analizó mi rostro en busca de una respuesta pues, con toda seguridad, estaría recordando una de nuestras últimas conversaciones; concretamente, aquella en la que me pidió explícitamente que no volviera a besarla hasta que ella me lo pidiera.

Bueno, el momento acababa de presentarse.

—Dimitri, por favor —imploró, y me sorprendió esa reacción suya—. Si esta va a convertirse en la última noche en la que podamos estar juntos, bésame de una maldita vez. No hagas esta despedida más ardua de lo que ya es.

Deslizó sus manos por mis mejillas, acariciándolas. Aquel tacto electrizante erizó el bello de mi nuca. Quise envolverla en mis brazos, aguantando la respiración, y se preparó para aquel beso…

…que nunca llegó. Se retiró al ver mi aparente negativa y giró sobre sus propios pies para evitar que viera su rostro. No. No. ¡Joder! No quería hacerla llorar, odiaba cuando yo era el causante de esas lágrimas. Le había dicho hacer el amor de una manera tan natural que ni siquiera yo podía creer que esas palabras habían emanado de mi boca.

Pensé en la amenaza que se cernía sobre mi cabeza, y el miedo irracional de involucrar a Catherine más de lo que ya estaba. ¿Y si Svetlana la hería con el fin de hacerme daño a mí? Porque si era así, jamás sería capaz de perdonármelo. La escuché sollozar, y cubrió su boca con una mano. Tensé los puños a ambos lados de mi costado y bufé.

—Mírame —exigí—. No pienso esconderme ni echarme atrás. Por primera vez estoy absolutamente seguro de lo que quiero, así que ven aquí. Joder, joder…

No le di tiempo a reaccionar. Ni siquiera pudo articular palabra. Presioné una mano contra su nuca y bajé mis labios hasta que rozaron los suyos. Esa calidez y el aroma que desprendía me nublaron los sentidos por completo. Devoré su boca mientras mis manos recorrían cada curva de su cuerpo. Aferré su vestido inconscientemente y me permitió que mi lengua recorriera el interior de su boca. Dejé una brecha entre beso y beso con el fin de no ahogarla antes de aprisionarla contra la pared.

—Catherine, márchate ahora o no me detendré —jadeé contra sus labios.

—No lo hagas, no, por favor —deshizo el nudo de mi corbata y la lanzó al suelo. Limpié el rastro de lágrimas de sus mejillas antes de escucharla decir—: Te quiero, Dimitri. Te necesito.

—Tus deseos son órdenes, preciosa.

Dejé sus caderas libres para centrarme en el escote del vestido, que marcaba sus abultados pechos; más hinchados de lo que recordaba por el embarazo. Sí, la primera vez iba un tanto borracho, pero eso no quitaba el hecho de que no la había admirado desnuda. Comencé a desabrocharlo por la espalda, tomándome mi tiempo en disfrutar del proceso. Cuando el vestido cayó a sus pies, y la tuve ante mí con tan solo la ropa interior, gemí.

Besé el escote del sujetador y pasé la lengua por esa zona. Catherine apoyó la cabeza contra la pared y la escuché suspirar mientras cerraba los ojos.

Cuando quedé a su altura —bueno, ella es claramente mucho más baja que yo—, aprovechó para desabrochar mi camisa. La lancé al suelo con la misma lentitud que todas las acciones. Sus manos se deslizaron por la musculatura de mi pecho, acariciándolo, antes de besar cada tatuaje que cubría mi piel. Mis manos viajaron a su espalda para quitarle el sujetador.

—La primera vez no pude disfrutar de ti —susurré cerca de su oído—. Ahora pienso aprovechar cada maldito segundo, amor.

Quitó mi cinturón con esas manos pequeñas y temblorosas. Mis pantalones ya marcaban la erección, así que cuando estos cayeron a mis tobillos pudo comprobar con total claridad el estado de mi entrepierna. Mientras yo me deleitaba con la vista, ella volvió a atacar mis labios. Acaricié su cuerpo, lentamente, jugué con sus pechos para sacarle esos gemidos que me volvían loco antes de quitar sus bragas de un tirón. No tuvimos tiempo para llegar a la planta de arriba. Noté cómo sus piernas temblaban antes de llegar a más. La tomé entre mis brazos y la recosté en el amplio sofá, situado frente a la chimenea.

Me coloqué sobre ella, quitando mi última prenda al mismo tiempo. Tuve el mayor cuidado para no aplastarla, empleando la fuerza de mis brazos para sujetar todo mi peso. A pesar de los hechos, el embarazo no iba a desaparecer. Deslicé una mano hasta su cadera y obligué a que rodeara mi cintura con esta, presionando mi masculinidad contra su zona íntima.

—Mírame, Catherine —musité con voz ahogada.

Hizo lo que le pedía y centré mi mirada en la suya. Mordisqué su labio inferior antes de besarla con pasión y fervor. Arqueó su espalda, presionando sus pechos contra mi torso desnudo y entré en ella. Lo hice despacio, pues estaba seguro de que todavía sentiría malestar. Su ceño fruncido confirmó mis pensamientos. Únicamente había mantenido sexo una vez —no quería ser fanfarrón, pero me sentí orgulloso de que yo fuese su primera vez—, así que acaricié su cuerpo para relajarla.

Esperé a que se amoldara y, una vez que el dolor se extinguió por completo, moví mis caderas contra las suyas. Presionó sus labios en el hueco de mi cuello, precisamente en mi clavícula, y la escuché gemir. Me recosté por completo sobre ella y, al mismo tiempo que bajaba mis labios para unirlos con los suyos, musité las palabras que tanto ansiaba decir: te quiero.

 

 

Catherine

La suave brisa de verano, un rayo de sol calentando la parte inferior de mis piernas, y un brazo en mi cintura que me impedía realizar cualquier movimiento. Así fue mi amanecer. Parpadeé con la intención de acostumbrarme a la poca luz que se filtraba a través de la ventana mientras intentaba cambiar de posición. No pude.

Dimitri me aferraba con fuerza contra su cuerpo dormido. Estupendo.




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