Cuarenta Semanas

SEMANA 22

Catherine

El periódico yacía entre mis manos como si fuera de plomo. Las noticias se habían revolucionado tras los últimos acontecimientos de la anterior semana, y los medios de comunicación daban lo que fuera con tal de conseguir una entrevista con el nuevo dueño de las industrias Ivanov.

Efectivamente, Dimitri había sido nombrado presidente ejecutivo de la empresa. Releí el artículo una y otra vez hasta el punto en el que memoricé ciertas partes. No podía creer todo lo que había pasado en apenas unos días. Como era de esperar, la boda no llegó a celebrarse. Dimitri hizo públicamente la cancelación del compromiso y, unas horas más tarde, Bart anunciaba las grandes noticias. ¿Por qué había cedido la empresa a su hijo si había roto todos sus requisitos?

Me hubiera gustado hablar con Dimitri, pero no me atreví a salir de casa o, al menos, aproximarme a la suya en un radio de doscientos metros. Maldita sea. Él tampoco había hecho ningún acto público desde ese entonces. Era como si hubiera desaparecido no solo de la ciudad, sino del planeta.

¿No era esto lo que él quería?

—Catherine, te estoy hablando —mamá me sonsacó de mis pensamientos.

La observé tomar el último sorbo de su taza de té y suspiré profundamente.

—Perdona, andaba distraída —respondí.

—¿Qué planes tienes para hoy? —formuló de nuevo.

—No lo sé. Alexia estará fuera de la ciudad por unos días, ya sabes. Sus padres han alquilado una casa en la playa y, obviamente, no va a dejar pasar la oportunidad para tostarse —chisté—. Patrick ya está ocupado arreglando los papeles para regresar a California. Y…

—¿Y qué, cariño? —mi madre apoyó una mano sobre la mía, estrechándola—. Siento mucho lo que sucedió en la fiesta de compromiso. Sé que llevo repitiéndolo durante toda la semana, pero no puedo evitarlo. Mi niña se ha convertido en una mujer y es como si ya no me necesitaras más.

—Mamá, no pienses eso —evité mirarle a los ojos—. Sí, yo misma he notado el cambio que he provocado tanto en mí como en toda la familia tras descubrir el embarazo, pero sigo siendo la misma adolescente de hormonas revolucionadas que comete muchos, muchos errores.

Respondió a mis palabras con unas sonoras carcajadas. Se incorporó para plasmar sus labios en mi mejilla y me dio un torpe abrazo. Desde mi posición, y con mi abultado vientre, ya me costaba bastante moverme. No quería pensar en los meses que restaban.

—Hay alguien que quiere verte —confesó al fin—. Está en el salón, conversando con tu padre. Parece simpático, ¿sabes? Y también está muy nervioso.

—¿Qué?

Me levanté al instante. No esperé a que dijera nada más, pues mi corazón ya hablaba por sí solo. Bombeó con fuerza y rapidez conforme me aproximaba a la estancia. Noté mi respiración acelerarse. Me deslicé en el interior, esperando ver el rostro que tanto anhelaba.

Sin embargo, fue otro el que me esperaba sentado en uno de los sillones.

—¿Qué estás haciendo aquí? —no oculté el tono hosco y desagradable—. Vete. Ya le has hecho suficiente daño a tu familia y a la mía como para tener las agallas de presentarte aquí, en mi casa.

—Catherine, por favor. —Jacob respondió con rapidez.

—No quiero escuchar tus mentiras —le señalé con un dedo.

Mi padre, absolutamente perdido, intercambió una mirada entre ambos y se posicionó frente a mí, protegiéndome tras su espalda. Puse los ojos en blanco. ¿Por qué todos hacían siempre lo mismo? Tengo voz, tengo manos. Puedo protegerme por mí misma, así que no necesitaba a nadie que dijera nada por mí, incluso si esa persona fuera mi propio padre.

Acaricié sus hombros, demasiado tensos, antes de apartarle.

—Papá, yo me encargo de esto —le aseguré—. Es un asunto entre él, y yo.

—¿Segura? —me miró por encima del hombro. Por primera vez, pude fijarme en la gran cantidad de canas que habían poblado tanto su barba como su cabello. Había estado tan ensimismada en arreglar lo correspondiente con el embarazo que no me había percatado del paso del tiempo—. Puedo echarle de aquí si es lo que quieres. Nadie va a amenazar a mi niña.

—No pretendo… —Jacob quiso hablar, pero el interrumpí.

—Estaré bien. Ve con mamá —le sonreí en un intento de transmitirle confianza. Tras sopesarlo, desapareció del salón, dejando la puerta abierta a su paso.

Agradecí ese gesto. Quería que todos escucharan sus palabras para luego no tener que dar tantas explicaciones. Mi familia estaba al tanto de todo lo ocurrido —casi todo—, y me apenó muchísimo haber tenido que desechar el vestido. Las manchas de sangre se extendieron por el interior de la tela y fui incapaz de deshacerme de ellas. Si lo llevaba a una tintorería, ¿qué excusa pondría?

Procuré evitar a Dimitri todo este tiempo. Necesitaba pensar, estar sola, aclarar mis ideas y no dejarme influenciar por mis emociones o deseos. Y, ahora que tenía la mente bien colocada, pensaba dejarlo todo finalizado.

—Catherine, lo siento muchísimo —habló de forma apresurada, manteniendo la distancia en todo momento—. Nunca quise mentirte, pero tuve que hacerlo. En cuanto descubrí la relación que mantenías con mi hermano, estuve obligado a cubrir mi verdadera identidad. Sabía de antemano que nunca hubieras buscado mi amistad si sabías quién era en realidad.

—¿Por qué llegaste a esa conclusión? —crucé los brazos sobre mi pecho—. No comprendo la necesidad que tiene los de tu familia a mentir. ¡Siempre estamos igual!

—Mi hermano habló con mi padre tan pronto como supo que estabas embarazada. Le pidió consejo, en pocas palabras. No tenía ni la más remota idea de lo qué hacer.

¿Qué?

Él me aseguró que el secreto permanecía entre nosotros dos. No podía fiarme de sus palabras. Si me había engañado acerca de su identidad, ¿cómo puedo saber ahora si estaba contando la verdad? Opté por escuchar su versión, así que le invité a continuar hablando.

—Bart le dijo que se hiciera cargo del bebé porque, aunque le hubiera sido infiel a su exprometida, daría una muy buena imagen de la empresa —Jacob no titubeó en ningún momento—. Él quería tenerte bajo sus garras, manipularte en caso de que algo no fuera como él precisaba.




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