Cuarenta Semanas

SEMANA 24

Dimitri

Me quité las gafas de sol y las guardé en su correspondiente estuche. Permanecí en el interior del coche unos minutos más, pensativo. Durante la última semana Catherine había cumplido con su propósito de alzarme el ánimo hasta tal punto en el que creí que lloraría de júbilo. Jamás imaginé que alguien tan dulce como ella y yo alcanzaríamos este punto. Sonreí levemente ante el recuerdo y me apeé del coche.

Mi padre me había citado hoy en la empresa. Probablemente deseaba discutir acerca de mi reciente traslado al que había sido su despacho, más amplio y luminoso que aquel que yo solía ocupar. Colocaría una fotografía de Catherine sobre el escritorio.

Las empleadas me saludaron nada más poner los pies sobre la alfombra de tonos burdeos, pero me limité a asentir en su dirección. No tenía ánimos de formalismos. De hecho y si de mí dependiera, entraría por las puertas traseras para evitar toparme con los individuos que ahora trabajaban para mí. Era el jefe de Ivanov’s House of Cars, por lo que no tendría porqué codearme con todo el personal.

O cumplían su objetivo, o iban fuera.

—Adelante —dijo Bart tan pronto como mis nudillos golpearon la puerta.

Los guardas de seguridad me permitieron pasar, apartándose de la entrada como si fueran meros robots sincronizados.

—¿Para qué me has llamado?

—Toma asiento, hijo. Lo que voy a tratar es de suma importancia —señaló a la silla de cuero rojo colocada frente a su escritorio. Mi respuesta fue un resoplido.

¿A qué venía tanta formalidad? Hice lo que pidió y crucé las piernas, adoptando la pose más seria que conocía. Bart no ocultó el suspiro tras presenciar mi expresión. Ahora que estaba a unos pocos centímetros de distancia, pude apreciar que estaba cansado, y no le culpaba. Las últimas semanas habían transcurrido impregnadas de especulaciones acerca de la cancelación de mi compromiso y todo lo relacionado con la empresa. No había hecho público —todavía— mi relación con Catherine. Prefería suavizar la situación actual antes de regalar otra gran noticia.

Le invité a hablar tras mover la cabeza, preparándome mentalmente para lo que pudiera salir por esa lengua tan viperina.

—No puedes continuar viendo a esa joven. —Pronunció con voz altiva, izando el mentón para igualar mi altura. En cuanto esas palabras emanaron de sus labios, tuve el incontrolable impulso de estampar el puño contra su cara—. Catherine, ¿cierto? En parte me halaga ver que, por fin, te hayas percatado de lo que le conviene a la empresa. Tu faceta de padre cariñoso hubiera hecho que los inversores comprobaran que no solo nos preocupamos por las ventas; que hay algo más en esta familia, una unidad. Es toda una lástima que la madre no haya sido la que yo seleccioné.

—Un momento —alcé un dedo—. Te equivocas completamente, padre. No estoy con Catherine por la empresa, mucho menos por tus amenazas. La quiero, tanto a ella, como al bebé que está en camino. No me vengas con esas estupideces porque no estoy de buen humor para soportarlas.

—¿Qué otra opción tienes? —sentenció, entrelazando las manos sobre el escritorio. Sus tensos nudillos mostraban lo inquieto que esta cuestión le ponía—. Svetlana es una mujer que posee capital y una imagen perfecta para las promociones de la empresa. En cambio, esa tal Catherine es una chica vulgar, una universitaria que quedó embarazada del primero que encontró. Tu exprometida sigue siendo dueña de gran parte de las acciones. ¿Sabes lo que ha dicho que hará si la situación no mejora? Retirará todas las inversiones, y podríamos caer en picado a partir de ese momento. Si no deseas vivir bajo los puentes de Madison, haz las paces con ella.

—¿Qué?

Estallé en carcajadas tan pronto como se silenció. Golpeé el escritorio con la palma de la mano mientras procuraba no llorar a causa de la risa. ¿Había dicho justo lo que yo había escuchado, o había perdido la cordura tras el paso de los años? Sacudí la cabeza en un intento de despejarme y recuperé la expresión sombría una vez que caí en la cuenta de que, en realidad, no bromeaba.

—Fuérzame para que me distancie de Catherine y moveré cielo y tierra para hacértelo pagar. Recuerda que el director de la empresa soy yo; que las decisiones finales pasan por mí antes que por otra persona. Si ella accedió a invertir dinero en nuestra causa, no podrá retirarlo sin romper las cláusulas del contrato. Ganaremos tanto dinero con la venta de coches que su marcha no supondrá pérdidas.

—Dimitri, el único motivo por el que te he legado la empresa ha sido por tu imagen. Eres jovial, atractivo, impecable, adinerado, inteligente. Eres la cara de esta gran casa. ¿Realmente has creído que los inversores confiarán en tu juicio? Lo único que aportas es el físico. Para ellos no eres más que un niño mimado; desconoces lo que sucede entre las paredes de este edificio, y se reirán de ti tan pronto como cometas el primer error, que lo harás. Por lo tanto, me aseguré de añadir en el contrato que, aunque tú asumas la jefatura, yo poseeré el 85% de las acciones actuales, lo que me hace tan o, incluso, más poderoso que tú.

—Hijo de puta —mascullé entredientes—. Entonces, ¿por qué demonios apareciste en el funeral y regalaste esas palabras de consolación? ¡Estoy harto de tus juegos, padre! ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Qué he hecho para merecer tus castigos? Pienso que ya he compensado mis errores.

—Le confesé a Svetlana nuestra pequeña confidencia con la intención de vigilarte, de evitar que el número de burradas aumentaran. Necesitaba a alguien manejable, y ella resultó ser la mejor opción. A pesar de ello, te las apañaste para burlarte de nosotros. ¿Te lo puedes creer? ¡Siempre manejas mis planes a tu antojo, sin pensar en lo que yo hago por ti! Pero eso ha terminado. Aquí te presento mis dos alternativas.

Arrastró dos sobres hacia mí, ambos del mismo tamaño y aspecto físico. Temeroso, dudé si debía aproximarme a ellos. Bart se adelantó y los expuso ante mis ojos, extrayendo del papel avellana unos documentos con demasiadas letras en negrita. Los depositó de tal forma que pudiera leer su contenido y empalidecí.




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