Cuarenta Semanas

SEMANA 26

Alexia

El sol cegador y la brisa cálida me subieron el ánimo. Con una mera maleta de mano, y las gafas de cristal oscuro que ocultaban la pena en mi mirada, bajé del avión y puse rumbo al interior del aeropuerto. California era una ciudad mucho más soleada que Manhattan. Además, las vistas eran preciosas —y no me refería únicamente al paisaje.

Logré alcanzar un taxi antes de que una rubia de bote me lo quitase. Le dije la dirección que marcaba el correo electrónico que el propio Jacob se había olvidado de borrar y apoyé la cabeza contra el respaldo del asiento.

Sí. Había viajado desde mi ciudad hasta esta con el objetivo de esclarecer todo con Jacob. Le quería y no estaba dispuesta a que alguien con un propósito mayor al suyo se interpusiera en nuestro camino. No quería sonar borde, ni egoísta, pero la diferencia entre Catherine y yo es que yo sí actúo. Ella se limita a pensar y sopesar opciones.

Aproveché para sacar algunas fotos de las palmeras. El conductor me miraba de reojo de vez en cuando, usando el espejo retrovisor. Puse los ojos en blanco.

Le pagué la tasa correspondiente una vez que se detuvo frente a una casa de fachada blanca. Frente a la playa, y con el sonido de los restaurantes y gente disfrutando de sus vacaciones, Jacob tendría que estar en el auténtico paraíso. Mi visita sería toda una sorpresa para él. Estaba un tanto nerviosa, no iba a mentir. Mi novio había besado a mi mejor amiga, y lo mejor de todo era que Dimitri detuvo aquel beso, no ella.

No la culpaba. Jacob se hizo pasar por otra persona.

Golpeé la puerta repetidas veces y me crucé de brazos, a la espera de que Jacob decidiera abrir la puerta. Me imaginé su reacción de miles de formas, pero ninguna se asemejo a la que mostró cuando me vio parada frente a él. Verle así, con esa mirada tan apenada, me hizo rememorar la noche en la que él y yo nos conocimos:

Era la fiesta de despedida de soltero de Dimitri. Pensar que tanto mi vida como la de mi mejor amiga cambiarían tras esa noche me parecía un tanto imposible en estos momentos. Con la bandeja repleta de copas de Martini y el traje ajustado, me hice paso entre los invitados. Ninguno me prestó demasiada atención y me alegré por eso. No deseaba tener la mirada atontada de cientos de hombres puesta en mi trasero.

Divisé a Catherine en la lejanía, la cual andaba de un lado a otro, ajetreada. Dejé la bandeja sobre la mesa más próxima y cogí las copas con las manos, dispuesta a entregarlas en persona. Así beberían más, tendrían más sed, y acabarían… Pues eso, más borrachos.

Alguien mencionó el nombre de Dimitri desde el escenario, por lo que me apresuré a darme la vuelta para poder ver el siguiente espectáculo. Sin percatarme de los acontecimientos, acabé con las copas de Martini esparcidas sobre la camisa de uno de los invitados, y los trozos de cristal dispersos por el suelo. Llevé las manos a mi boca, cubriéndola temporalmente antes de aferrar varias servilletas y pasarlas sin descaro alguno por su pecho.

—¡Lo siento, lo siento! —me apresuré a decir, restregando más su camisa.

—Eh, no es nada —contestó en un tono más alto para que fuera capaz de escucharle sobre el elevado volumen de la música—. Debería agradecértelo.

—¿Y eso? —respondí, sin apartar la mirada de la grande mancha.

—Hace demasiado calor como para pasearse de un lado a otro sin una camisa húmeda que desprenda olor a Martini —chasqueó la lengua, con un aire de diversión—. De paso, aprovecho para hablar con la guapa camarera que tanto me ha llamado la atención. Mi nombre es Jacob.

Estudié su rostro durante unos segundos, sin borrar la sonrisa. Era joven, atractivo, y no parecía haber consumido mucho alcohol ya que, a excepción de las copas que yo había arrojado, no había ninguna otra.

—Si quieres saber mi nombre, gánatelo —le guiñé un ojo y, tras recoger los pedazos de cristal más grandes, los puse de nuevo en la bandeja y regrese a la parte trasera del local.

Recargué las bebidas mientras pensaba en Catherine. Su historia con el prometido de nuestra amiga era intensa a pesar de que, entre ellos, no había sucedido más que un beso. ¡Un beso! Le había repetido hasta la saciedad si estaría cómoda esta noche. Ella, tan testaruda e irritable como siempre, me dijo que esa atracción por el multimillonario desapareció tan pronto como regresó del campamento.

No me creí ni una de sus palabras.

Las horas transcurrieron y la fiesta se animó más, si era posible. El sudor resbalaba por mi frente debido a que iba de un lado a otro y, entonces, vi lo que estaba sucediendo. En una de las barras, varias personas se aglutinaban en torno a la figura de mi amiga, la cual había vaciado media botella de vodka. Olvidándome de mi trabajo, me aproximé a ella.

—¡Otro, otro, otro! —exclamó el coro de personas formado a su alrededor.

Levantó el vaso de chupito de la barra de mármol y lo llevó hasta sus labios. Sin vacilar, se tragó todo el alcohol y frunció el ceño antes de echarse a reír. ¿Cuándo y cómo había llegado hasta tal extremo? Yo le había animado a beber un poco para acomodarse en el ambiente, pero, ¿esto? ¡Catherine se estaba pasando!

—¡Caramba! ¡Menudo aguante! —palmeé su hombro—. Has bebido doce chupitos en menos de una hora, Cat. Creo que deberías parar de beber.

—Fu… fuiste tú quien me… me animó —intentó pronunciar todas las palabras de una sentada, sin embargo, se trababa en cada una de ellas—. ¡La noche es jo… joven!

—A este ritmo terminarás en el suelo, Catherine. Lo digo en serio —la aferré del brazo.

La obligué a dejar el siguiente vaso en la barra y la impulsé a caminar junto a mí. Una vez que Catherine bebió un vaso de agua para despejarse y un poco de café para bajar los niveles de alcohol, le entregué el dinero justo y necesario para que tomara un taxi. No me fiaba de ella. La acompañaría yo hasta la residencia, pero la fiesta estaba demasiado entretenida como para marcharme ahora.




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