Cuarenta Semanas

SEMANA 28

Dimitri

Miré el reloj por última vez, a la espera de escuchar las noticias por parte de Jacob. Impaciente, comencé a caminar alrededor de la mesa del despacho, que pronto dejaría de ser de mi propiedad. El plan de mi hermano era excelente, aunque estaba preocupado por Catherine. En parte ella lo había creado, y ahora no daba señales de vida.

—Lo único que Alexia sabía era que estaba encerrada en casa. Ni siquiera ella pudo ir a verla, pues Catherine le negó la visita. ¿Qué demonios le sucedía? Había estado llamándola cada hora, y su teléfono siempre estaba apagado. ¿Por qué? ¿Tanto le afectó nuestra última pelea?

En cuanto Jacob aterrizó en Manhattan, me llamó. Me comunicó que se dirigía a casa de Alexia, donde mi novia también le esperaba. Quise ir en primera instancia, pero él insistió en que era mejor que no me involucrase demasiado. De lo contrario, los espías de mi padre darían con la localización y el plan se echaría a perder. Una vez que estuve al tanto de todo de lo que habían hablado, me puse manos a la obra.

El móvil comenzó a vibrar y pulsé en responder, sin mirar de quién se trataba.

—Lo he conseguido, hermano —Jacob anunció, y noté la emoción en su tono de voz.

—¿Eres el presidente? ¿Has revisado los papeles que firmé? —pregunté de nuevo.

Nunca estaba de más asegurarse de que todo iba como tú querías.

—Sí. Bart me ha nombrado presidente ejecutivo con todos los derechos. Dice que confía en mis instintos más que en los tuyos. Va a ser arriesgado sacar a la prensa este repentino cambio, sin motivo aparente, pero podremos calmar a la masa de periodistas enseguida —respondió.

—Esto es magnífico —esbocé una amplia sonrisa—. Catherine se pondrá tan feliz al escuchar esto. Su plan está saliendo a la perfección. Ahora solo queda averiguar de qué trataban las reuniones secretas de Bart y…

—Enviaremos a nuestro propio padre a la cárcel. Y a Svetlana. ¿Desde cuándo nos hemos convertido en esto?

—Somos así desde que descubrimos que el motivo de nuestra separación era Bart —resoplé al mismo tiempo que acariciaba la madera del escritorio—. ¿Dónde está Bart ahora? Debería preparar una buena actuación. Es decir, ¿qué reacción esperará él? ¿Enfado? Quizá piensa que volveré al club de lucha. ¿Te lo imaginas?

Jacob paró de hablar y fruncí el ceño. ¿Qué ocurría ahora?

—Papá tiene algo preparado para ti, pero no ha querido decirme el qué. Solo espero que no sea algo demasiado grave y que pueda ayudarte a salir —se aventuró—. Tengo que colgar. Me esperan los asesores y accionistas.

—Adiós, Jacob. Gracias por cubrirme en esto.

Tras finalizar la llamada guardé el móvil en el bolsillo. Tomé asiento en la silla del escritorio, admirando la estancia por última vez. Yo mismo falsifiqué los papeles ante notario. A decir verdad, fue bastante divertido. Bart cree que un abogado se encargó de elaborar la cláusula del contrato cuando, en realidad, fui yo. Recuperaré el papel de la empresa tan pronto como pueda.

Nadie me quita lo que es mío.

Alguien golpeó la puerta repetidas veces y adopté una pose seria y formal. Encendí la pantalla del ordenador y fingí que estaba tecleando algún informe antes de centrar la mirada en el semblante cargado de júbilo de Bart. Me negaba a llamarle padre. Ya no más.

—¿Puedo hablar contigo? —preguntó.

—Claro —dije con indiferencia.

Tomó asiento frente a mí y entrelacé las manos sobre el escritorio.

—Has aceptado el traspaso de empresa y no te has percatado de ello —su ironía me hizo sonreír interiormente. Tenía que mantener la faceta sorprendida en todo momento—. Jacob te sustituirá. Siempre supe que sería mejor para esta empresa sin tanto escándalo.

—¿Qué? —tensé los nudillos hasta ponerlos blancos, sin sentir nada de furia en realidad.

—Lo siento, hijo. Pero es lo que tenía que hacer. Seguiré en esta empresa para ayudarle, todavía es joven y no conoce los negocios tan bien como nosotros, pero confío en él. Al menos, sé que no intentará matar a nadie cuando tenga un arrebato ni andará acostándose con cualquier mujer que encuentre —se encogió de hombros—. Tras acordar el legado de tu hermano, me gustaría discutir el tuyo. He tenido un sueño que me ha inspirado.

—Esto va a ser impresionante —musité, apretando el puente de mi nariz.

—Jacob ha heredado la empresa familiar, así que a ti te dejaré el resto de mis pertenencias. No es que me esté muriendo, no cantes victoria tan pronto —se echó unas risas que me negué a acompañar—. Casas, coches, fortuna. ¿No era eso lo que siempre has querido? Te lo cedo. No te privaré de esos derechos. Cometí ese error y no volveré a hacerlo.

Tenía que estar fingiendo, seguro que lo hacía. ¿Desde cuándo mi padre contaba con esa bondad? Por unos instantes deseé desenmascararme y desvelar mis auténticos sentimientos. Entonces, recordé que las apariencias engañan y que debía de haber algo oculto en cada una de sus palabras. Siempre lo había.

Aclaré mi garganta y me dispuse a hablar cuando su voz severa me lo impidió:

—Sé feliz con aquella joven, Dimitri. Tu madre hubiera querido verte así, y aunque no me he comportado como el mejor padre en estos últimos meses, espero hacerlo a partir de ahora. No pretendo ofenderte, pero este despacho ya no te pertenece —se levantó, exhalando un pesado suspiro, y añadió—: Tienes hasta las dos para recoger todas tus pertenencias.

Le observé con los ojos bien abiertos. ¿No había nada más? ¿Ninguna pega? ¿Ningún contrato que firmar? ¿No me obligaría a marcharme del país? No me percaté de que tenía las uñas clavadas en mi piel hasta que abrí la palma de mi mano. Mis nudillos volvieron a su color natural y tragué saliva, incapaz de pronunciar palabra alguna.

¿Qué demonios me sucedía ahora? Todo mi enfado se había esfumado.

Abandonó la estancia y giré en la silla hasta quedar de cara a la ventana. De nuevo: ¿qué? Envié un mensaje a Jacob informándole de todo lo que acababa de decir y me puse la chaqueta, acomodando la corbata. Catherine y yo éramos libres. No había más impedimentos. Le dejé bien claro a Svetlana lo que quería, y me arrepentí de no haber grabado su reacción en vídeo.




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