Cuarenta Semanas

SEMANA 29

Catherine

Caminé descalza por el suelo de madera mientras masticaba una barrita de chocolate. Subí las escaleras con rapidez y me hice paso a la habitación. Dimitri todavía dormía. Sonreí para mis adentros al contemplar su espalda cubierta de tatuajes. Apoyé la cabeza contra el marco de la puerta y miré al reloj: eran pasadas las ocho de la mañana y yo ya estaba en pie. ¿El motivo?

El bebé deseaba despertar a su madre. Lo consiguió.

Hoy tenía cita con la doctora Keller. Habían transcurrido más de dos meses desde la última vez que la vi, por lo que tendría que hacer una revisión mucho más profunda para comprobar que todo iba bien de camino al parto. Además, quería conocer el sexo del bebé ya que tenía que amueblar toda una habitación para él, o ella. Regresé a la cama y me senté junto a Dimitri. Acaricié su piel desnuda y suspiré.

El vídeo del aeropuerto se convirtió en viral en cuestión de minutos, tal y como supuse. Las imágenes tuvieron una gran aparición en periódicos, revistas del corazón e, incluso, en la televisión. Dimitri parpadeó al sentir mi tacto y giró su rostro para quedar frente a mí. Una arrebatadora sonrisa comenzó a formarse en su rostro conforme se desperezaba.

—Buenos días —susurré, apoyando la mejilla sobre la palma de mi mano.

—¿Qué haces despierta tan temprano? —usó sus codos para incorporarse. Descansó la espalda contra el cabezal de la cama y abrió los brazos, invitándome.

Me eché a reír al mismo tiempo que me sentaba ahorcajadas sobre él. Anudé los brazos en torno a su cuello y ladeé el rostro, buscando su mirada.

—No tenía más sueño —me limité a responder.

—Has amanecido sonriente hoy —me rodeó con sus brazos.

—¿Te has olvidado de nuestros planes, señor Ivanov?

Jugueteó con los botones de la camisa que llevaba puesta —en realidad era suya, pero ya que vivía con él durante los últimos nueve días, pensé en llevar prendas más cómodas por casa—, y arqueó una ceja. Al escuchar mi pregunta, bufó. Supuse que era imposible que hubiera olvidado la cita del médico, por lo que me limité a esperar a escuchar su respuesta.

—Hoy perderás la segunda apuesta —contestó—. Ya sabes, aquella que hicimos ayer en la que yo decía que ese bebé será una niña y tú, un niño. ¿Cómo podría olvidar algo así, eh?

—Estás resentido —le golpeé en el pecho con suavidad—. Perdiste la primera apuesta. Eres incapaz de resistirte a mis encantos durante más de unos pocos días —intenté imitar su tono de voz, pero lo único que conseguí fue echarme a reír.

—Oh, vamos. El beso del aeropuerto no debería contar.

—¡Por supuesto que..! Espera, Dimitri, ¡espera! —chillé mientras caía de espaldas a la cama.

Dimitri se abalanzó sobre mí, apoyando los codos a ambos lados de mi cuerpo para evitar que yo cargara con su peso. Me crucé de brazos entre el diminuto espacio que separaba mi cuerpo del suyo y resoplé. ¡No era justo que siempre acabara así! Es decir, ¿a quién no le gustaría estar en mi lugar? Pero él tenía mucha más fuerza que yo. No podría liberarme de su agarre ni aún usando explosivos.

Bueno, quizá he exagerado un poco.

Enroscó un mechón de mi pelo en torno a su dedo y ensanchó la sonrisa.

—¿Qué? —suspiré.

—Va a ser una niña —repitió con convicción.

—Estás equivocado —quise empujarle. Nada—. Será un insufrible mini tú.

Aproximó sus labios a los míos para arrebatarme un beso antes de apartar las sábanas de su cuerpo y levantarse. Observé su cuerpo desnudo y no pude evitar clavar la mirada en su trasero, el cual desapareció tras la puerta de la habitación. No comprendí el motivo por el que los colores ascendieron a mis mejillas. Quizá era porque todavía no me había hecho a la idea de que ese hombre era mí prometido.

Mencionar esa palabra en mi mente sonó tan extraña como si la hubiera pronunciado en voz alta. Él mismo dijo que sería capaz de esperar varios años para celebrar una boda. No quería apresurar los acontecimientos más de lo que ya estaban, por lo que esperaba que respetara esa decisión suya. Miré al reloj desde mi posición y, aferrando mi vientre, me senté en la cama.

Teníamos que estar en la clínica en apenas una hora, y yo todavía continuaba en pijama, si es que se podía llamar de aquella forma.

Me deshice de su camisa y rebusqué por la maleta algo decente. Sí, mis pertenencias estaban aquí ya que las preparé cuando creí que me marchaba a California. No había colocado las prendas en el armario porque estábamos en proceso de mudanza. Esta casa nos recordaba a Svetlana, y a todo lo relacionado con el pasado, el cual queríamos dejar atrás. Decidimos marcharnos tan pronto como pudiéramos.

¿Dónde? Ni aún estaba resuelto.

Escogí una camiseta de tirantes junto a unos pantalones largos, los cuales se ajustaban a mis piernas. Tras tomar una pausada y relajante ducha, me aseé y una vez que me consideré más o menos presentable, regresé al dormitorio. Dejé caer la toalla y todo lo que llevaba en los brazos en el suelo al ver una bandeja repleta de comida junto a mi novio desnudo sobre la cama.

—¿Me harías el favor de vestirte? —pregunté, frunciendo los labios.

—¿Por qué? —cogió una tostada y la mordió—. Sé que te gusta verme así.

—Es cierto, no voy a negarlo. Pero nos tenemos que marchar porque la doctora nos estará esperando y, además, podríamos tener visita y no estás presentable —le lancé uno de los cojines que había esparcidos por el suelo—. ¿Por favor?

—Desayuna primero, aliméntate, no vaya a ser que te desmayes —se incorporó, empleando la almohada para cubrir esa zona en particular—. Cuando pierdas la apuesta, desearás no abandonar la cama durante días.

Deslizó la yema de sus dedos por la piel desnuda de mi nuca antes de coger alguna de sus prendas y encerrarse en el cuarto de baño. Exhalé el aire que estaba conteniendo y llevé la bandeja de comida hasta el escritorio. Devoré todo en cuestión de minutos. A cocinero no le ganaba nadie. Dimitri regresó a la habitación con una camiseta de manga corta y unos vaqueros oscuros. Marcó un número de teléfono, al cual le habló con monosílabos, y dijo:




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