Cuarenta Semanas

SEMANA 30

Catherine

Apoyé las manos en el volante y giré hacia la derecha. Miré a ambos lados, por la ventanilla, para asegurarme que no chocaría contra ninguno de los coches aparcados tanto en el extremo delantero como el trasero. Mordisqueé mi labio inferior en un intento de concentrarme más de lo que ya estaba. Tenía que aparcar el coche a la perfección.

Dimitri observaba cada uno de mis movimientos con una expresión que reflejaba su entusiasmo. Durante la última semana me había esforzado al máximo para aprender a conducir. Ya estaba cansada de depender tanto de taxis como de chófer. Aunque no lo haya mencionado nunca —la verdad, no le di mucha importancia—, era que, durante los últimos dos meses había estudiado para aprobar la parte teórica del carnet del coche.

Ahora que la tenía, me quedaba lo más difícil: la práctica.

Tras suplicarle a Dimitri que me ayudara —él se negó en un principio, argumentando que era demasiado arriesgado para mí aprender a conducir con el embarazo—, comenzamos a salir de casa, siempre a la misma hora, y me llevaba a una de las zonas en las que el tráfico era menos frecuentado para enseñarme. Actualmente, lo manejaba bastante bien.

Solo había un pequeño defecto: no sabía aparcar.

—Gira un poco más a la izquierda y retrocede. ¿Ves el coche que hay en frente tuyo? Chocarás contra él si sigues así —deslizó una mano por mi muslo y lo pellizcó—. Lo estás haciendo mejor de lo que pensaba. Tú puedes —sonrió de esa forma tan pícara.

—Lo único que estás haciendo es distraerme —siseé entredientes.

Apartó la mano al instante y se cruzó de brazos, adoptando una pose de un niño enfadado. Puse los ojos en blanco, apartando una mano del volante y llevé la suya hasta mi pierna, de nuevo.

—He dicho que me distraes, cierto —rectifiqué mis palabras—, eso no significa que quiera que la quites —le miré de soslayo y por fin, aparqué.

Exclamé un grito de felicidad al mismo tiempo que descansaba mis manos sobre las suyas. Dimitri bajó la ventanilla para comprobar si realmente el coche no había rozado ninguno de los otros ni se había subido al bordillo. Tras echar ese vistazo, me sonrió de nuevo.

—Ahora, regresa a la carretera y volvamos a casa —dijo.

—¿Qué? ¡He pasado más de treinta minutos para aparcar el maldito coche! ¿De repente quieres que deshaga todo ese esfuerzo? Oh, venga ya —bufé.

—Únicamente con mucha práctica se logra aprender —respondió, extendiendo una mano para volver a arrancar el motor—. Tú lo sabes mejor que nadie, ¿cierto?

—Muy gracioso.

Le saqué la lengua, comprendiendo al instante la indirecta en sus palabras. ¡Sexo, por supuesto! Tan pronto como puse mi concentración en salir de ese diminuto espacio, metí las marchas correspondientes y en unos minutos estuve en la carretera. Conducir con las ventanas bajas, la nueva brisa fría y el hombre al que amas a tu lado, era la mejor sensación del mundo. Encendí la radio para poner un poco de sonido en el interior.

Dimitri correspondió a mi petición cantando una vieja canción de Bon Jovi. Giré a la derecha mientras él cantaba los coros.

—It’s my life, it’s now or never. I ain’t gonna live forever! —exclamó.

—I just want to live while I am alive —continué yo.

—It’s my life! —gritamos al mismo tiempo.

Cualquiera que nos viera, pensaría que estábamos locos. Pero ahí estaba el secreto de nuestra relación. La mansión era perceptible a varios metros de distancia, giré en la rotonda y en nada ya estaba abriendo la gran verja. Apoyé la espalda contra el asiento y esperé a que esta se abriera del todo para pasar. Dimitri me había advertido un millón de veces sobre lo que me ocurriría si rayaba este coche.

Sonreí interiormente ante el recuerdo de esa conversación. Me deshice del cinturón y apagué el motor. Bajé del vehículo y suspiré cuando por fin pude estirar las piernas. Después de pasar tanto tiempo sentada, en la misma posición, un masaje no vendría nada mal.

—No obstante, Dimitri ya tenía otros planes.

—No te marches todavía, Jacob puede esperar unos minutos más —dije mientras pasaba al interior de casa.

Me deshice de los zapatos y los arrojé a un extremo del pasillo.

—Catherine, ya te he dicho que es importante —aflojó su corbata—. Mi hermano ha conseguido acceder a las cuentas que tanto ansiábamos ver. ¿Sabes lo que eso significa? Si encontramos algo ilegal que involucre tanto a Bart como a Svetlana, entonces desaparecerán de nuestras vidas, ¡para siempre! No viviremos preocupados por las posibles repercusiones.

—Lo sé, pero la reunión es a las ocho y todavía son las seis. Sé que la empresa queda lejos de casa pero, por favor, no me dejes sola todo este tiempo —le aferré de la camisa y le impulsé hacia a mí, arrastrándole.

Repartí una serie de besos por su mandíbula, sabiendo de antemano que eso le provocaría más de lo que yo quería. Le sujeté de la cintura para no perder el equilibrio y no tardé en presenciar sus manos viajando hacia mis piernas. Logró alzarme en sus brazos, no sin realizar un esfuerzo que quedó reflejado en su cara, y me miró con resignación.

—¿Desde cuándo te has vuelto tan caprichosa y retorcida? —me preguntó.

—¿Yo? —parpadeé repetidas veces, anudando los brazos en torno a su cuello—. No sé de qué me estás hablando, señor Ivanov. Yo solo pido unos minutos más con mi futuro esposo. ¿Me convierte eso en un ser tan tan malvado?

—Conoces mis puntos débiles y no dudas en explotarlos. Ese truco lo has aprendido de mí. No solo eres mi novia, prometida, familia y el amor de mi vida. También te has convertido en mi perdición —me depositó en el suelo, junto a los sofás, y me besó en los labios—. Me marcho ya. No me esperes despierta. Si es algo grande, tardaré bastante tiempo en regresar.

—Vamos, quédate. Treinta minutos —insistí de nuevo, jugando con los botones de su camisa.

—No.

A pesar de la seriedad en sus palabras, no ocultó la sonrisa de satisfacción cuando deslicé mis manos por el interior de su camisa.




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