Cuarenta Semanas

SEMANA 32

Catherine

Me abracé mientras miraba a través de la ventana.

Las diminutas gotas de lluvia caían con fuerza contra los cristales, corrompiendo todavía más los barrotes que impedían saltar por la ventana. De todas formas, me encontraba en la primera planta. No podría escapar por ella aunque quisiera. Tras ese encuentro en mitad de la carretera y descubrir que mis secuestradores —por llamarlos de alguna forma—, eran nada más y nada menos que Jeremy y Svetlana Rogers, comprendí que todo esto tendría que ver con la anulación del matrimonio y la serie de amenazas de Svetlana hacia mi prometido.

No me permitieron responder en su entonces. Abandonaron el coche sin matrícula en mitad de la carretera y me escoltaron personalmente en dirección a una vieja casa. A juzgar por su aspecto exterior, los árboles chamuscados, y los tablones de madera ennegrecidos, el lugar en el que me encontraba sufrió un severo incendio.

Había transcurrido un periodo de tiempo de más de una semana. Pasé cada uno de esos días sin compañía. Ninguno de los hermanos se dejaba ver el tiempo suficiente para preguntarles qué demonios planeaban hacer conmigo. Además, quería asegurarme de que tanto Dimitri como el resto de mi familia estuvieran a salvo. Las visitas tenían lugar siempre en el mismo horario: las dos de la tarde, y las ocho y media de la noche. Ni un minuto más, ni uno menos. Básicamente empleaban el tiempo para entregar la comida y la cena. No me estaba permitido abandonar la habitación.

Tampoco es que deseara hacerlo.

El único consuelo que me restaba era el bebé. Podría sonar una estupidez —teniendo en cuenta la situación, por supuesto—, pero no me sentía tan sola ante su presencia. Conocía de antemano que debía salir de aquí antes de noviembre. Cueste lo que cueste, tenía que marcharme o ser encontrada antes. Jamás permitiría que esta niña estuviera en sus manos. Desanimada, acaricié mi vientre con detenimiento y descansé la cabeza contra la pared más próxima.

El dormitorio contaba con escaso mobiliario: la cama, colocada cerca de la pared y junto a la ventana; un escritorio sin silla y un armario, en el cual tuve que introducir la maleta. Emití un pesado suspiro y parpadeé con lentitud. Me caía del sueño.

Alguien golpeó la puerta tres veces antes de abrirse. Ya era hora.

—Veo que te has acomodado. Creo que mi hospitalidad se excede.

Svetlana deslizó la bandeja de comida sobre el escritorio. Si me estaba alimentando de forma correcta, era solo por el bien del bebé. Si de mí dependiera, dejaría de comer, aunque eso suponga caer enferma. Estudié el contenido de la bandeja antes de trasladar la mirada hacia su rostro.

—¿Qué otro remedio tengo? —formulé con tono sarcástico.

—Lo lograste —dijo súbitamente, arrojando un periódico a los pies de la cama—. Si la intención de conseguir fama era tu objetivo, entonces lo has conseguido. Eres portada en todos los periódicos del país.

Extendí un brazo para alcanzar los papeles arrugados, desdoblándolos para ver de qué se trataba: mi rostro junto al de Dimitri eran portada. El titular en letras negritas y mayúsculas anunciaba mi reciente desaparición. Los cuerpos de seguridad habían comenzado con la búsqueda hará un par de días: sabían que era un secuestro.

No obstante, si su principal sospechosa no era Svetlana, ¿a quién investigaban? Contemplar el rostro de Dimitri después de esta larga y agónica semana me partió el corazón. Deslicé la yema de los dedos por su foto, mordisqueando mi labio inferior con tanto brío que creí que me haría una herida. Él había sacrificado mucho por mí. Ahora era mi deber salvarme de esta situación aunque fuera por mis propios medios y sin ayuda. Le dije a mi padre en su entonces que era capaz de protegerme a mí misma.

Y cumpliría mi palabra.

Lancé el periódico al suelo una vez más y Svetlana arqueó ambas cejas.

—¿No te gusta lo que ves? —arrastró las palabras, como una víbora.

—Es mejor disfrutar de Dimitri en carne y hueso que en una simple e insulsa foto de papel —contesté, fingiendo indiferencia. Provocarla con palabras era el único medio para sustraerle algo de información—. Tú lo comprendes, ¿cierto? No es lo mismo besar un pedazo de revista que unos labios. Es toda una lástima que los sentimientos que él alberga hacia ti no sean más que… deseos de destrucción.

—Estás poniendo en jugo muchas cosas, Catherine.

—¿Como qué? Sin preguntas ni respuestas, me obligas a abandonar mi hogar y al hombre al que quiero, argumentando que le matarías si no obedecía. Él te fue infiel y no en una única ocasión. A pesar de ello insistes en permanecer junto a él. ¿Crees que no sé que hay algo más? Me da igual si tengo que estar encerrada en esta habitación durante otra semana más. No conseguirás nada.

Pretendía sonar segura de mí misma, de mis palabras, pero interiormente sabía que, tan pronto como las contracciones tuvieran lugar, no podría salir de aquí con mis propios pies. Y ellos no permitirían visitas a hospitales.

—He procurado tratarte de la manera más afable —señaló a la puerta, entreabierta—, pero dejaré de hacerlo en cuanto yo lo ordene.

Tensé la mandíbula en un intento de ocultar mis temblores. Su hermano, tan famoso por su descontrol, su violencia y sus drogas, había sido arrestado en más de una ocasión por hurto y posesión de tabaco ilegal. Si me dejaba a solas con él, ¿qué haría conmigo? ¿Me golpearía? Mi rostro se crispó y humedecí mi labio inferior, alternando la mirada entre ese hueco abierto de la entrada y Svetlana.

No. Ella no sería capaz de hacerme tal cosa. Sin embargo, y teniendo en cuenta que me estaba reteniendo en contra de mi voluntad y había amenazado con asesinar a dos de mis familiares… sí.

Lo haría.

—¿No tienes hambre? —señaló a la bandeja.

—Sí. Pero no estoy segura de si has puesto demasiado veneno de rata —musité.

—Muy graciosa, Catherine —rio con amargura—. Tienes que alimentarte, ahora.




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