Cuarenta Semanas

SEMANA 35

Catherine

Me incorporé sobresaltada por un golpe. Lo primero que hice fue proteger mi vientre, creyendo que el ruido se había producido en el interior de la habitación. Sin embargo, todo ocurrió en la planta superior. Escuché el ruido de unos tacones pasear por el suelo situado sobre mi cabeza, deteniéndose de vez en cuando.

—No sé cómo lo han hecho, pero no van a encontrarla —la escuché decir. Su tono de voz estaba muy alterado y parecía furiosa.

—¿Qué ha ocurrido ahora? —preguntó Jeremy.

—Bart ha sido detenido. Aparentemente, Dimitri ha descubierto todos nuestros planes. Sabe que fue su padre quien asesinó a nuestro hermano y, ¿sabes qué más? Somos portada en todos los periódicos del estado —un sonido similar a un libro cayendo al suelo resonó en la planta superior. Supuse que sería un periódico a juzgar por sus palabras.

¿Qué? Me incorporé con suma rapidez a pesar de que no iría a ningún lado y cubrí mi boca con una mano. Mi prometido era inocente del asesinato. ¡Él siempre se había culpado a sí mismo! Una amplia sonrisa comenzó a formarse en mi rostro y quise chillar de felicidad. Dimitri me estaba buscando. ¿Acaso no lo esperaba?

—Escúchame, hermana. Quizá han descubierto nuestros planes y toda la verdad. Pero no van a dar con ella. No hay constancia de esta casa en ningún registro puesto que, supuestamente, fue arrasada por un incendio hace muchos años —los pasos de Jeremy pasearon de una esquina a la otra—. Así que, por el momento estamos seguros. No podremos regresar a Manhattan a por más provisiones. Tendremos que cambiar de ciudad.

—Dimitri siempre consigue lo que se propone —escuché decir a Svetlana.

—No, esta vez no. Es hora de que alguien le enseñe que es vulnerable —los pasos se detuvieron, al igual que los demás sonidos procedentes del exterior—. Ha llegado el momento. Prepara la otra casa por si algo falla y nos trasladaremos. ¿Qué te parece? Podríamos irnos de aquí a una semana. Sé que es peligroso estar en el exterior durante demasiado tiempo, pero estoy dispuesto a tomar ese riesgo.

—¿Cómo dice? —musité para mí.

¿Alejarnos todavía más de Manhattan? ¡Era de locos! No podía viajar ahora, no con el embarazo tan avanzado. Ya me costaba caminar alrededor de la habitación sin cansarme. Mi espalda dolía, al igual que mis caderas. Mi cuerpo no solo soportaba todo mi peso, sino también el del bebé. Marcharnos comportaría un importante riesgo para mí.

—No podemos hacerlo —respondió Svetlana—. Podría ponerse de parto.

—Contrataremos a un médico.

—Oh, por supuesto. ¿Y qué demonios le dirás, eh? —me imaginé a una Svetlana cruzándose de brazos, con su típica actitud de mujer desafiante—. Esto es un secuestro, hermano. No podemos aproximarnos a un hospital y mucho menos llamar a un doctor. El simple hecho de estar recluidos en esta casa nos limita. Tenemos que permanecer aquí hasta que dé a luz.

De nuevo mencionaron la palabra maldita. Ellos deseaban arrebatarme al bebé nada más nacer con tal de hacerle pagar a Dimitri por sus errores. Sin embargo, ahora que habían descubierto que había sido Bart el culpable de todo, ¿por qué continuaban culpando a mi prometido? Aparentemente, su deseo de venganza era superior a lo que yo esperaba.

—Ya es la hora —añadió Jeremy.

—¿Vas tú? —dijo Svetlana.

—Sí. Mientras tanto, ¿por qué no te acercas a Nueva Jersey? Aquí tienes doscientos dólares. Adquiere provisiones para las próximas semanas —escuché los pasos alejándose de la estancia en la que ambos se encontraban—. Por favor, no vuelvas a decirme lo que tengo que hacer. Si llamo a un médico vendrá, y si tenemos que retenerle en contra de su voluntad, también lo haremos. Nos hemos metido en un lío del que no podremos salir solos.

Me apresuré a tomar asiento en el borde de la cama y coger el libro que sí había comenzado a leer. El aburrimiento era mortal aquí dentro, sin ningún tipo de conversación con mis secuestradores. Además, adoraba leer. Hacía que mi mente se distrajera de lo que me estaba sucediendo. Sin embargo, no me sentía tan asustada como debería, no por el momento. Ya tendría tiempo de preocuparme cuando llegase el día del parto.

La puerta se entreabrió con lentitud, dejando a la vista a Jeremy. Llevaba la bandeja de comida entre sus manos. Pasó al interior antes de echar un vistazo a su alrededor.

—La comida —colocó la bandeja sobre el escritorio.

Cerré el libro con fuerza, a propósito, y caminé pegada a la pared contraria a él hasta llegar a la bandeja. Comí y mastiqué con lentitud y no pude evitar fijarme en el espejo oculto en la puerta del armario. Mi aspecto había cambiado mucho: mi vientre había aumentado de volumen y mi cabello estaba enmarañado. Me permitían ir al baño siempre y cuando yo lo pidiera, pero no disponía de más de cinco minutos ahí dentro.

Las esperanzas de ver a Dimitri de nuevo acrecentaron tras ese pensamiento.

Terminé con el plato de espaguetis y usé la servilleta para limpiar mis labios. Cuando Jeremy iba a aproximarse para retirar la bandeja, su hermana le llamó desde la entrada. Salió de la habitación y aproveché estos valiosos minutos para coger el cuchillo que siempre acompañaba el plato. Cogí uno de los pañuelos limpios, enrollándolo, y lo coloqué bajo todas las sábanas. Era el único escondite razonable en esta habitación.

—Ten cuidado —repitió Jeremy antes de regresar.

Se llevó la bandeja sin comprobar si faltaba algo y salió. Me detuve unos instantes para estudiar la cerradura. En un principio no me había percatado de que los tornillos estaban tan oxidados y raídos que, con un empujón, podría quitar el picaporte y con él la cerradura al completo. Gracias al cuchillo podría salir cuando la vigilancia fuese mínima. Pero, ¿a dónde iría?

Creyendo que dispondría del tiempo suficiente para idear un plan, escuché los pasos amplios y pesados de Jeremy aproximarse de nuevo al dormitorio. Resoplé, un tanto agotada de su actitud tan misteriosa pero molesta, y tomé asiento sobre el colchón.




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