Cuarenta Semanas

SEMANA 38

Catherine

Dimitri entrelazó nuestros dedos, negándose así a dejarme sola. Ya era capaz de andar sin la necesidad de apoyarme en mi prometido, sin embargo, en estos momentos aferraba mi mano con tanta fuerza que hasta sentí unas leves punzadas de dolor. No me quejé. ¿El motivo? No podía hablar. El juez leía los delitos que tanto Bart como Svetlana —y su ahora difunto hermano mayor—, habían cometido. Robo, asesinato, extorsión, secuestro.

Nos encontrábamos en el primer banquillo, junto a un abogado. Mis padres estaban entre el resto de los presentes, al igual que mi hermano. Suspiré profundamente y descansé la mano libre sobre mi barriga, acariciándola. En los últimos días me había sentido mucho más fatigada de lo normal, e, incluso, llegué a notar unos pequeños dolores en la zona inferior del vientre.

Era lógico: apenas restaban unas semanas para salir de cuentas y el parto podría adelantarse.

—Su señoría solicita que ascienda al estrado Catherine Marie Miller —la voz del abogado de Bart dijo desde la mesa situada a nuestra izquierda. La mirada de todos los presentes se situó en mí y asentí—. Por favor, su turno.

Me levanté y por fin fui capaz de estirar y mover los dedos tras ser liberados de su agarre.

Esbocé una sonrisa para mi futuro marido y caminé hacia el estrado. Tomé asiento y me preparé mentalmente para cada una de las posibles preguntas que podían salir de la boca del abogado de Bart y Svetlana. Yo era la única prueba tangible. El cuerpo del hermano menor de Svetlana y Jeremy —cuyo nombre desconocía y no quería descubrir—, fue exhumado para realizar una nueva autopsia. Dimitri se negó a desvelarme los resultados puesto que ambos esperábamos con ansias la llegada de este día.

Respondí a cada una de las preguntas con la mayor educación posible, pues era incapaz de mantener la compostura teniendo a mi secuestradora y al causante de todo a escasos metros de mi posición. Ambos, esposados, mantenían la cabeza agachada. Ni el mejor de los abogados podría sacarles de prisión ni reducir la condena.

Me levanté con pesadez y Dimitri hizo caso omiso a la advertencia del juez, aproximándose a mí para ayudarme. Tomé asiento a su lado de nuevo y el juicio prosiguió con normalidad.

—Tras juzgar las evidencias aquí expuestas, y una vez consultada la opinión de los presentes, sentencio a Bart Ivanov con setenta y cinco años de cárcel por la muerte de Sebastian Rogers e intento de asesinato y secuestro de Catherine Marie Miller. Sin reducción de pena. —El juez entrelazó las manos sobre la madera de roble oscura—. En cuanto a Svetlana Rogers, por ser cómplice de los crímenes cometidos, se someterá a una condena de cuarenta y cinco años de prisión y servicios a la comunidad fuera de Estados Unidos.

La que una vez fue mi amiga rompió a llorar frente a todos. Nadie, a excepción de su familia, se dignó a mostrar algo de pena.

El público estuvo de acuerdo con la decisión del juez, por lo que la sesión duró menos de lo esperado. Las cámaras de los medios de televisión estaban permitidas, por lo que todos nos grabaron durante el juicio y al salir de este. Afortunadamente, un coche con ventanas oscuras nos esperaba en el exterior. Tan pronto como estuve en su interior, pude echarme a llorar. Lo hice por varios motivos:

El primero: por fin éramos libres.

Lo segundo: ¿realmente había sucedido todo esto en menos de nueve meses?

Y finalmente, por Jacob y Alexia.

Dimitri deslizó un brazo por mi espalda mientras yo apoyaba la mejilla sobre su hombro. Me abrazó con fuerza durante todo el trayecto a casa, acariciando mi piel con suavidad y dejando un rastro de besos en mi frente, intentando calmar el llanto. No lo consiguió. El coche se detuvo en la entrada y me apresuré a esconderme en el interior. Las maletas ya estaban hechas, los muebles restantes cubiertos con sábanas blancas, y el letrero de casa en venta en el exterior.

Nos marchábamos de Manhattan para comenzar una nueva vida alejados de todo lo sucedido. Teníamos una nueva casa y un nuevo destino. Nuestra hija no crecería rodeada de este entorno.

—¿Preparada para dejar todo esto atrás, futura señora Ivanova? —besó mis mejillas y limpió las lágrimas con los pulgares—. Vamos, Catherine, tenemos que celebrarlo. Hemos superado todos y cada uno de los obstáculos.

—Lo sé, pero no puedo evitarlo —balbuceé—. A pesar de todo, hemos estado a punto de perdernos el uno al otro durante el camino. Echaré de menos a mis padres, también a Patrick. Y sobre todo a Jacob y Alexia. La buena notica es que salió del hospital; siempre supe que lo haría.

—Entonces, ¿por qué estás triste?

—No lo sé —repliqué—, pero estaré bien. Tan solo necesito unas horas para hacerme a la idea de que solo somos tú y yo. Y, bueno, muy pronto la pequeña Catherine estará revoloteando a nuestro alrededor —esbocé una amplia sonrisa.

—No veo la hora de que eso suceda.

Alzó mi mentón y depositó un tierno beso en mis labios.

Cerré los ojos y aferré su camisa con ambas manos, pegando mi cuerpo tanto como me era posible al suyo. Apoyó su frente contra la mía durante unos instantes, regalándome una de sus pícaras sonrisas, antes de dejarme unos minutos para asearme. Me duché, me cambié de ropa por una mucho más cómoda y me aseguré de que no me olvidaba de nada.

—Recuerda que mis padres y los demás nos esperan en el aeropuerto —le repetí por enésima vez, caminando de un lado a otro mientras repasaba mentalmente la lista de tareas.

—Amor mío, lo sé.

—Jacob tiene que saber el nombre que hemos elegido para nuestra hija —continué.

—También me acuerdo, Cathy.

—Oh, tenemos que mirar los muebles tan pronto como aterricemos en Houston —le señalé con un dedo, frunciendo el ceño—. ¿Es mejor comprarlos rosados o de un color neutro, como el beige? ¿Quién sabe? En un futuro podría servirnos para otro pequeño y revoltoso Ivanov.




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