Cuarentena Forzosa

3

Capítulo 3

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Feliz cumpleaños…, toma, te regalo un bebé.

➥ Heller Moretti no tenía un nexo especial con su gemelo porque Keller nunca lo entendía…, siempre lo juzgaba ─¡sin importar qué rayos hiciera!─, y él aborrecía esa manera que tenía su copia de arruinarle todo.

No obstante, había crecido cuidándole la espalda: si alguien osaba meterse con Kell, tendría que batallar con él también. Gitti le dijo una vez que Theodor creía fervientemente en que sus bebés ─sus lindísimos hijitos de ojazos azules y cabello tan oscuro como la noche─ eran uno solo. Las vidas de ambos dependían una de la otra y, por ello, se defenderían entre sí a toda costa; como leones…, como verdaderas bestias.

Hell pensó que estaba bien; es decir, por algo nacieron juntos, ¿no?

Lo que él ─en su nebulosa de irresponsabilidad y descontrol─ se negó a comprender era que Keller sufría más ─con esa necesidad insaciable de su progenitor por convertirlo en nada menos que el mejor─; sentía más ─su capacidad de empatizar lo había llevado a errar más de una vez─, lloraba más ─en ocasiones Heller lo oía en mitad de aquellas crisis donde gritaba y golpeaba hasta la inconsciencia─… y amaba más.

Hell se consideraba indigno de poseer el mismo rostro que su hermano, cuando espiritualmente no se parecían, en lo absoluto. Por ello, había jurado que lo protegería siempre: a Kell no iba a pasarle nada; jamás.

… desde luego, no tomó en cuenta el insignificante detalle de que su copia era tan humana como él, y estaba destinada a morir en cualquier momento.

Sasha se dejó caer en el suelo; su cuerpo se deslizó contra la madera de la puerta y terminó sentada, con las rodillas flexionadas y una mano cubriendo su boca para mermar el llanto. No era consciente de todo el dolor que la embargaba, pero tampoco podía calmarlo; frenar el pánico le resultó inverosímil sabiendo que, ahí, dentro de ella, crecía otro ser humano. La pelirroja se alarmó: otra persona…, ya no estaba sola.

─¡Sasha! ─escuchó la voz de Taddeo.

Se sintió atrapada. Las paredes del baño se encogieron y la muchacha, débil y aturdida, pensó que se la tragarían viva; pero aquello no ocurrió. Entonces, decidió que eso era lo que deseaba: morir; que el grandísimo monstruo ─al que todos le temían y llamaban: la muerte─ la arrastrara y así ella, por fin, podría descansar. Se iría con su hermano y no habría más dolor. No habría más equivocaciones. No habría más miedo.

─¡Maldita sea, Sash! ─esta vez era Keller─. ¡Si no abres vamos a llamar a los demás (incluyendo a Niklaus), y querrán saber el motivo por el cual estás encerrada!

Pensó en Nik... ¿qué haría él si ella se suicidaba un día antes de su cumpleaños? ¿qué pensaría?

─¡Joder ─Taddeo se impacientó─, abre la puerta!

Sasha sabía que no existía forma en que su muerte no les doliera a los chicos; puestos a ser sinceros, eran su familia. Habían crecido limpiándose las heridas; habían estado en las buenas y en las malas, ¡se pertenecían! si no eran seis, no eran nada. Uno no funcionaba sin el otro porque, desde antes de saber siquiera qué era el amor verdadero, ellos se amaban entre sí. La atontada hija de los Berlusconi, desde que los conoció aquel día con tan solo cinco años, los amó.

Como hermanos. Como amigos. Como hombres

Inconscientemente, los orbes grisáceos de ella recorrieron la habitación buscando un objeto punzante ─o algún medicamento─. No podía soportar la idea de erradicar la amistad que con tanto esfuerzo concibieron. Ni Kell, ni Taddeo, ni Aris, ni Hell… ni Niklaus, merecían eso. Un bebé no los iba a unir más; estaba segura de ello, sólo causaría el efecto contrario…: el distanciamiento, porque ─Sasha sabía bien─ las relaciones entre amigos nunca prevalecían luego del sexo. Mucho menos después de algo tan drástico como la maternidad.

─Escúchame ─Kell probó tranquilizarla; ella notó que la voz áspera de su amigo se había suavizado─: entiendo que estés asustada, ¡te juro que sí! ─hizo una pequeña pausa, como si estuviera pensándoselo bien─ pero estamos aquí, Sash. Pudiste hablarlo con nosotros. Es válido tener miedo, lo que no quiero es que pienses que estás sola. ¡Jamás vas a estar sola!

 »¿Tienes idea de las ganas que tengo de golpear a Niklaus en este momento? ─tragó saliva─; sin embargo, la prioridad siempre has sido tú. Me aterra no saber qué estés pensando y por qué te has encerrado, pero, por favor…, sal.

Sobre el lavabo, reluciente y mal acomodada, yacía una navaja de afeitar; y Sasha la miró como una luz nueva; tentadora a más no poder.

─Necesito cortarme ─dijo, honesta. Llevaba mucho tiempo sin hacerlo (no desde hace meses) y, con todo ese caos, sintió que lo necesitaba más que nada─. Oh, mierda… ¡necesito hacerlo, Kell!

Se autolesionaba desde los dieciséis. Según su psiquiatra, Sasha padecía de estrés postraumático y, aunque mejoraba, este no se iba nunca; la pelirroja, por el contrario, sentía que solo se escondía y esperaba el momento para resurgir y devorarla como la bestia que era; para hacerla ceder y recordar ─oh, ¡cómo odiaba recordar!─, además de evocar todas esas sensaciones que ella, simplemente, no podía canalizar.

Los traumas eran reales…, el dolor era real.

─Sasha abre ─exigió Taddeo─. ¡O te juro que tiro la puerta a patadas!

Cogió aquel objeto entre sus dedos temblorosos y sucumbió… el primer corte fue como una liberación: el dolor físico apagaba el mental.

Keller Moretti había huido al escuchar la palabra «cortar» salir de los labios de su mejor amiga.

Pensó en que era cuestión de tiempo, ella siempre buscaba una salida, un hueco para drenar el dolor y, también, una manera de autocastigarse. Kell la conocía demasiado bien, por ello no se quedó ahí, rogándole que abriera la puerta, porque sabía que ella no lo haría: ya recibida la tentación, Sasha no iba a retroceder ni que se lo implorara de rodillas.




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