Cuatro Cortes, Una Reina

Capítulo 3: Robo

SIENNA

El amanecer trae consigo un aire helado y el olor rancio del alcohol impregnando la cabaña. Padre se ha ido. No sabemos ni a dónde ni por cuánto tiempo, pero eso solo significa una cosa: podemos movernos sin temor.

Astrid se arrodilla junto a la chimenea, limpiando las cenizas frías con movimientos cuidadosos. Su cabello negro, aún húmedo del lavado matutino, cae en una trenza sobre su hombro. Yo, en cambio, amarro mi melena roja en dos trenzas apretadas y reviso los tablones del suelo donde escondemos lo poco que nos pertenece.

—Si nos vamos mañana, no podemos llevar mucho —digo, sacando una pequeña bolsa de tela con las monedas que hemos ahorrado vendiendo pieles.

Astrid levanta la vista, con las manos cubiertas de hollín.

—Entonces tomemos lo que necesitamos. Sin más, sin menos.

La miro. Sé lo que quiere decir.

—¿Robaremos el carruaje?

Ella asiente.

Desde la ventana podemos ver el camino de tierra que lleva al pueblo. Cada noche, justo antes del amanecer, un carruaje cargado con provisiones pasa rumbo a la ciudad vecina. A veces con un solo cochero, a veces con dos guardias. No siempre tiene escolta, y hoy hemos visto que solo lleva a un hombre.

El plan comienza a formarse en mi cabeza.

—Cuando oscurezca, nos movemos. Necesitaremos suministros, dinero y un caballo. —Deslizo la bolsa de monedas en mi cinturón—. Si lo hacemos bien, estaremos fuera de aquí antes de que alguien nos extrañe.

Astrid se limpia las manos en su vestido y se acerca, apoyando su frente contra la mía. Es su forma silenciosa de decir que confía en mí.

Nosotras no somos víctimas.

Somos cazadoras.

Y esta será nuestra última cacería antes de desaparecer.

La noche cae como un manto negro sobre el bosque. Nos movemos entre las sombras, sincronizadas como dos felinos al acecho. Astrid tiene su bolsa de tela colgada al hombro, llena de frascos pequeños con líquidos que pueden dormir a un hombre en segundos. Yo llevo mi cuchillo bien sujeto en el cinturón y el arco a la espalda, lista para cualquier imprevisto.

Desde nuestra posición, entre la maleza junto al camino, observamos el carruaje avanzar con el rechinar de las ruedas contra la tierra húmeda. Solo hay un cochero, un hombre robusto con una barba descuidada y una capa gruesa para protegerse del frío.

—Uno solo —susurro, con una sonrisa apenas perceptible—. Casi es demasiado fácil.

Astrid saca un frasco con un líquido traslúcido.

—No lo mates si no es necesario.

Ruedo los ojos.

—Solo si es necesario.

Esperamos. Lo vemos detenerse en la curva del sendero, justo en el punto donde la niebla es más espesa. Se baja del asiento y estira la espalda, frotándose las manos por el frío. Justo como lo planeamos.

Astrid se desliza como una sombra hasta el carruaje y deja caer el contenido de su frasco en la bota de agua que cuelga del asiento del cochero. Yo me mantengo a su lado, atenta a cualquier movimiento. Si el hombre se gira, si hace el menor amago de darse cuenta de nuestra presencia, lo haré caer antes de que pueda dar la alarma.

Un minuto después, el hombre vuelve a subir. Bebe de su bota con un largo trago y, en menos de diez minutos, su cuerpo comienza a inclinarse hacia un lado.

—Duerme bien, imbécil —murmuro justo antes de que su cabeza golpee el asiento.

Astrid ya está subiendo al carruaje, revisando las bolsas de provisiones.

—Tenemos pan, carne seca, mantas... —su voz suena tranquila, pero sus manos se mueven con rapidez—. Y dinero. Mucho dinero.

Me acerco a la rueda delantera y deslizo mi cuchillo contra las cuerdas que la sujetan. No se romperá de inmediato, pero con el movimiento del carruaje, no tardará en colapsar.

—Bien, ahora el caballo.

Desato las riendas del animal y subo con agilidad a su lomo. Astrid trepa tras de mí sin dudar.

Entonces, algo cambia en el aire.

Un escalofrío recorre mi espalda.

—¿Lo sientes? —pregunta Astrid, aferrándose a mi cintura.

Sí. Algo nos acecha. Algo que aún no vemos, pero que está ahí.

—Nos vamos —digo, y clavo los talones en los costados del caballo.

El animal relincha y sale disparado entre los árboles justo cuando detrás de nosotras, en la oscuridad, algo se mueve.

No nos quedamos para averiguarlo.




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