ASTRID
Sienna mi amada sienna. Ella es la tormenta, la daga en la oscuridad. Yo soy el eco tembloroso detrás de ella. Pero hay una única cosa capaz de desestabilizarme por completo: la posibilidad de perderla. Sé que somos diferentes. Tal vez a ella le cueste menos matar que a mí. Pero si de salvarla se tratara, quemaría el mundo sin dudarlo.
Zareth es enorme comparado con mi hermana. Su fuerza es descomunal, pero Sienna es ágil, veloz, y su maldita determinación la hará resistir. Lo sé. Tiene que ser así.
Él suelta su espada. Sienna, en cambio, se aferra a sus dagas.Veo cómo le dice algo, pero no puedo escuchar. Y luego lanza el primer golpe.
Sienna lo esquiva, y mi corazón late a mil por hora.
Pero no es suficiente.
El puño de Zareth impacta en su rostro, lanzándola al suelo con brutalidad.
—¡Sienna! —grito, mi voz quebrándose en el aire.
Bastian está a mi lado. Su mano roza la mía apenas, un gesto sutil, su manera silenciosa de decirme que aguante. Pero no puedo. No cuando la veo escupir sangre.
Se levanta.
Recibe otro golpe. Y otro. Algunos los esquiva, pero la mayoría la alcanzan. Su boca sangra, su frente también. Sin embargo, responde. Devuelve el golpe con toda su rabia.
Lo intenta apuñalar. Falla.
—¡Vamos, Sisi! —grito, desesperada, queriendo que mi voz le dé fuerzas.
Pero ella no me escucha. Está concentrada, su cuerpo una ráfaga de ataques. Sus puños y patadas se encuentran con los de Zareth en una danza violenta. Hasta que él la derriba.
Sienna cae.
No se mueve.
El miedo me sube por la garganta como una ola de pánico sofocante. Intento gritar, pero mi voz se ahoga en mi desesperación. Hasta que, finalmente, logro romper el silencio:
—¡Párate, Sienna! ¡Levántate y pelea!
Nada.
Zareth va por su espada.
—¡Que te levantes o bajaré yo misma! —le grito con las lágrimas escapando sin control.
Sienna se mueve. Apenas. Su cuerpo es puro dolor, lo sé. Pero cuando Zareth la toma del rostro, la realidad se quiebra. Un segundo ante de que comprenda lo que está haciendo, veo la intención en su mirada. Intenta doblegarla desde adentro.
Pero él no sabe con quién se ha metido. No sabe que la mente de Sienna no es un lugar al que alguien quiera entrar; Lo veo en el instante en que sus ojos se vuelven blancos y su cuerpo se tensa.
Y entonces, todo el coliseo se paraliza. Los Lords se levantan de sus asientos. La tribuna enmudece, un silencio muerto expandiéndose por el aire.
Porque Zareth no solo ha intentado doblegarla.
Ha caído en su caos, Y lo más extraño de todo no es eso.
Es Bastian. Porque mientras todos contienen la respiración, él… sonríe.
Es un choque de voluntades: ambos permanecen rígidos, atrapados en un trance. Sus ojos, vacíos y blancos, delatan la lucha silenciosa, mientras sus cuerpos tiemblan bajo el peso del sufrimiento.
SIENNA
Soy resistente, lo sé. He sobrevivido golpes hasta quedar en el suelo sin poder moverme. No es la primera vez. Pero esta vez es diferente.
Zareth no solo me golpea. Me destruye.
Siento cómo algunos de mis huesos se quiebran bajo el impacto. Mi visión se nubla, el dolor me abruma y mi cuerpo se niega a responder. A lo lejos, escucho la voz de Astrid llamándome, su desesperación es un puñal en mi pecho. Quisiera decirle que estoy bien, que es solo un golpe más, que ya hemos pasado por esto antes… pero esta vez no puedo levantarme.
Mi mente le grita a mi cuerpo que se mueva.
Nada.
Y entonces, Zareth me agarra del rostro.
Sé lo que intenta hacer.
Su magia arde, duele, me quema desde dentro mientras intenta destrozarme por completo. Su intrusión en mi mente es brutal. Me doblega, me empuja al borde del abismo.
Pero algo cambia.
No es solo su presencia en mi mente. Él está aquí y Abro los ojos. Lo veo.
Aquí, en mi mundo. Aquí, en mi caos.Él también lo nota. Su expresión es puro desconcierto cuando me observa con el ceño fruncido.
—¿Tienes la osadía de entrar donde no te han invitado, Zareth? —mi voz resuena en la inmensidad de mi propia mente.
Su rostro se retuerce de furia.
—¿Qué mierda me estás haciendo, escoria humana?
—No lo sé, Zareth. Eres tú quien entró aquí.
—Yo no quería entrar —gruñe—. Solo quería causarte dolor. Doblegarte. Confundirte.
Sonrío.
—Bueno… las cosas no siempre salen como uno quiere. Bienvenido a mi caos.
Me lanzo sobre él.
Aquí, en mi mente, no hay huesos rotos. No hay debilidad. Aquí soy absoluta. Y aunque recibo golpes, los devuelvo con la misma brutalidad.
Zareth retrocede, aturdido. Por primera vez, veo algo en sus ojos que nunca había imaginado posible.
Miedo.
Me relamo la sangre de los labios y doy un paso hacia él.
—¿Qué pasaría si murieras en mi mente, Zareth?
Él palidece.
—¿Vamos? ¿Los ratones te comieron la lengua? —me burlo, esquivando sus golpes con facilidad.
—¡Cállate! —grita, desesperado.
Pero ya es tarde.
Entró en mi y aquí, la reina soy yo.
Con un movimiento rápido, giro sobre mi eje y le propino una patada brutal en la mandíbula. Su cuerpo se desploma en el vacío de mi mente.
Es mi señal para regresar.
Abro los ojos.
Zareth sigue de pie frente a mí, pero su cuerpo está rígido, sus ojos blancos y su expresión congelada en un grito silencioso. Siento el cosquilleo en mis extremidades y aprovecho la oportunidad. Lo empujo con fuerza y cae pesadamente al suelo.
Corro hacia mi arco, Cuando me giro, apunto mi flecha directo a su rostro. El silencio pesa sobre la arena como un cadáver.
Las Cortes me observan.Los Lords se han levantado de sus asientos. Plebeyos, criaturas, guerreros… todos contienen la respiración, como si acabaran de presenciar lo imposible.
Mis ojos buscan a Drosk. Su mandíbula está tensa, su furia contenida.Pero cuando mi mirada regresa a Zareth, sigue en el suelo, indefenso.