SIENNA
El aire de la feria está impregnado de magia, una mezcla embriagadora de especias exóticas, dulce incienso y la brisa fría que lleva consigo el eco de risas y el tintineo de copas brindando. Astrid tira de mi mano con energía, los ojos brillando con asombro ante el espectáculo frente a nosotras. La noche es joven y vibrante, las antorchas flotantes proyectan reflejos dorados sobre los toldos de colores, que parecen ondear con vida propia. Criaturas de todas las Cortes se mezclan en la multitud: altos elfos de la Corte Aire con túnicas traslúcidas que flotan con cada paso, seres de la Corte Fuego con ojos incandescentes y piel marcada por brasas vivas, mercaderes de la Corte Agua cuyas ropas parecen ondular como el propio océano. El orden y la belleza de la Corte Tierra se reflejan en cada carpa adornada con símbolos ancestrales, estatuas de madera talladas con una precisión sobrehumana y faroles de cristal que iluminan el suelo empedrado con tonos ámbar y esmeralda. La gente se desliza entre los puestos, algunos levitando con gracia, otros envueltos en un aura de misterio, mientras la música de la feria crece en intensidad, una melodía hipnótica tocada por instrumentos que parecen cantar por sí solos.
—Prometí hacer el esfuerzo por divertirme, pero no esperaba sentirme tan cansada— murmuro, ajustándome el vestido con una ligera incomodidad. Es más escotado de lo que suelo usar, pero digno de la Corte Tierra, con telas lujosas que se amoldan a mi cuerpo de una manera que casi me hace sentir fuera de lugar. Sin embargo, al ver mi reflejo en un vidrio cercano, admito en silencio que me veo hermosa. Astrid, con su propio atuendo igualmente elegante, brilla con una dulzura natural que hace que incluso la feria mágica parezca un simple fondo para su luz. Aun así, la magia de la feria es contagiosa, y aunque mi cuerpo protesta, mi mente está decidida a disfrutar de esta noche.
—Prometiste celebrarlo, Sisi. No puedes echarte atrás ahora— responde con una sonrisa traviesa.
—No me acuerdo de haber hecho tal promesa— digo, pero su mirada me dice que no voy a escaparme de esta.
Camino con ella entre los puestos de comida, donde los olores de carne asada, pan dulce y vino caliente se mezclan en el aire. Aunque intento mantener la guardia en alto, hay algo hipnótico en el ambiente. Por primera vez en mucho tiempo, la gente no nos mira con desconfianza o desprecio. Nos observan con curiosidad, con reconocimiento.
Nos detenemos frente a un tenderete de dulces, donde Astrid se queda embobada mirando unos frutos confitados cubiertos de miel especiada. Antes de que pueda decir nada, un par de monedas caen sobre la mesa y una voz profunda interrumpe nuestros pensamientos.
—Dos de esos para ellas— dice Bastian, apareciendo a nuestro lado con su eterna sonrisa de suficiencia.
Astrid se sonroja al instante, y yo solo puedo rodar los ojos. No pasa un segundo antes de que otra figura se una a la escena. Aldrion se coloca a mi lado, ofreciéndome una copa de hidromiel con un gesto relajado.
—Bebida por tu victoria, Sienna— dice con su tono calmado pero firme.
—Por nuestra victoria— corrijo, tomando la copa.
Brindamos y el líquido caliente me quema la garganta con un dulzor embriagador. No me doy cuenta de lo tensa que he estado hasta que el calor del alcohol se extiende por mi cuerpo, relajando mis músculos. Miro de reojo a Astrid y veo cómo su sonrisa se ensancha mientras Bastian le ofrece un trozo de fruta confitada. La forma en que la observa es descarada, pero ella, en lugar de apartarse, se atreve a sostenerle la mirada un segundo más de lo necesario. Al principio, me aterraba la idea de que alguien la viera de esa manera, de que se permitiera confiar en otro, pero ahora... Ahora quiero que lo haga. Quiero que disfrute, que se enamore, que sienta mariposas en el estómago como en los cuentos que alguna vez soñamos. Quiero todo eso y más para ella, porque después de tanto sufrimiento, Astrid merece conocer la dulzura de la vida.
—¿Y cuáles son los planes para el resto de la noche?— pregunta Bastian con aire despreocupado.
—Yo quiero probar los juegos de feria— dice Astrid emocionada.
Aldrion se cruza de brazos, mirándome de reojo con una media sonrisa.
—¿Y tú? ¿O prefieres irte a dormir y perderte toda la diversión?—
—Oh, no. Ahora que estoy aquí, no me voy a quedar atrás— respondo con una sonrisa desafiante.
**
La feria es un torbellino de luces y sonidos vibrantes, un espectáculo en el que la magia parece danzar en cada rincón. Las antorchas flotantes proyectan destellos dorados sobre los toldos coloridos, y la música se entremezcla con el murmullo de la multitud. Nos detenemos en un juego de puntería donde el objetivo es golpear un blanco en movimiento con una daga.
Bastian avanza primero, con la confianza de alguien que siempre espera ganar. Toma una de las dagas y la lanza con precisión impecable. La hoja corta el aire y se clava en el centro exacto del objetivo.
—Nada mal —comento, tomando mi propia daga.
La giro entre mis dedos, sopesando su peso. El metal frío se siente familiar, casi reconfortante. Respiro hondo, dejo que mi instinto tome el control y lanzo. La hoja vuela en línea recta y se clava apenas un centímetro más cerca del centro que la de Bastian.
Bastian arquea una ceja, su expresión una mezcla de sorpresa y diversión.
—Impresionante —murmura.
El juego se intensifica y la competencia despierta en todos nosotros. Astrid, sin embargo, no participa con rivalidad, sino con esa dulzura suya, viendo todo con ojos llenos de asombro y diversión. Aldrion, para mi sorpresa, se une al juego con naturalidad, igualándose a nosotros. Y entonces sucede algo que no esperaba: me estoy divirtiendo de verdad. Me río, me relajo, siento el cosquilleo de la emoción en mi pecho. ¿Esto es disfrutar la vida?
Aldrion se inclina hacia mí con una sonrisa ladina.