Cuatro Gobiernos

Capítulo 8

Y al fin el día había llegado, todos por igual estaban nerviosos y repasaban sus trajes para que no tuviesen la menor mota de polvo o ninguna insignificante arruga.

El engaño de Ana Flynch había funcionado, y esta estaba en estos momentos ayudando a su cuñada con el vestido. Como estas horas previas al baile no nos interesan ni al lector ni a mí, mejor nos las saltamos.

Por fin la hora había llegado, todos se pusieron sus trajes y salieron de sus casas rumbo al palacio real. Los señores Blackmont tomaron un carruaje, no porque estuviese lejos, pues solo había que dar unos cuantos pasos para tropezarse con el lujoso edificio, sino para dejar claro su estatus. En la otra parte de la ciudad, Amelia agarrada del brazo de Braulio caminaban por el camino desde hacía una hora, rumbo a su destino. En la casa de los señores Maug, había una pequeña discusión porque según el criterio de Kevin, Lydia tardaba demasiado. Al fin consiguieron salir de casa e ir también en carruaje. Ana Flynch en casa de su hermano, ayudada por su hermano a subir a su caballo, de dispuso a ir a galope.

Por matemática pura, el primero en ser recibido por el guardia real fue Richard Blackmont. Así que les acompañó hasta el gran salón. Era una estancia muy amplia que, aunque estaba ya llena de nobles como él, no podían llegar a tapar las magníficas pinturas renacentistas. El anciano monarca se acercó a ellos y los dos hicieron una protocolaria reverencia.

- Majestad, mi nombre es Richard Blackmont y esta es mi esposa.

- Sí, ya sé quién es, he leído su informe.

- Espero que haya sido de su agrado.

El rey sonrió.

- Permítame preguntarle una cosa, y espero que me responda con total sinceridad.

- Adelante, majestad, soy todo oídos.

- Si el poder es representado como una jugada de ajedrez, ¿qué haría usted con esa partida?

Richard reflexiono unos segundos y contestó:

- Proteger al rey, cueste lo que cueste, es la pieza más importante del tablero –respondió y sonrió a su esposa.

- Los dos sabemos que la reina, es la más importante –se limitó decir el rey y sonrió a la señora Blackmont.

El monarca los dejó solos, así que estos aprovecharon para saludar a sus amistades.

El segundo en llegar fue Kevin Maug, y como su predecesor fue conducido hasta el salón. Se quedó anonadado ante tanta belleza, en el blanco techo con relieves, había grandes lámparas de araña que iluminaban toda la estancia.

El rey se acercó a ellos y después de la reverencia, el señor Maug se dispuso a presentarse.

- Majestad, permítame presentarme, soy Kevin Maug y esta de aquí es mi esposa Lydia Maug.

- He leído su informe y lo felicito por él.

- Gracias, majestad.

- Antes de que se vaya a disfrutar del baile, le ruego que me responda a esta pregunta.

El rey formuló nuevamente la pregunta, a lo que Kevin reflexionó su respuesta unos instantes.

- Intentaría ganar, sin sacrificar muchas piezas y protegiendo al rey –respondió al fin.

El rey se marchó y los señores Maug fueron al encuentro de los señores Balckmont, y se entretuvieron en una amena charla.

El tercero en llegar fue Braulio Thomas y fue conducido al salón por el guardia real, que empezaba a comprender las quejas de la pobre criada. Cuando este entró, se dio cuenta de la cantidad de dinero que tenía el rey, de los lujos a los que estaba sometido, mientras que su gente malvivía.

Como con los anteriores el soberano fue a su encuentro y tras las presentaciones el rey formuló la pregunta, Braulio se la pensó unos segundos y finalmente contestó:

- Entregaría al rey, mejor una pieza que miles, después pondría a un peón en el puesto del rey.

Al rey le gustó la elocuencia del muchacho, pero no lo confesó y los dejó para que se integrasen en el ambiente festivo. Los señores Thomas, fueron a reunirse con los otros dos representantes.

Y finalmente, llegó Ana Flynch, que ante la mirada incrédula del guardia acudió montada a caballo. Fue conducida al salón donde quedó deslumbrada por la arquitectura y el arte de la estancia.

El rey se acercó a ella y quedó maravillado por su elegancia y su belleza. Se presentó y como las veces anteriores formuló su pregunta, a lo que Ana sin pensar respondió:

- Volcaría el tablero y recogería la figura del rey para romperla. No necesitamos a alguien superior a nosotros, nos necesitamos a nosotros mismos.

Al rey le gustó la elocuencia de la joven y la dejó para que se integrase.

Esta se reunió con los otros, y esta, querido lector, fue la primera vez que estuvieron juntos nuestros protagonistas.

- Y, ¿su marido que ha propuesto? –le preguntó Richard a Ana.

- Mi marido nada, es sido yo, por eso estoy aquí.

Richard escupió el champán que estaba bebiendo y Lydia sonrió.

Decidieron que cada uno contase su forma de gobierno y cuando llegaron a la de Ana la miraron incrédulos.




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