Cuatro Gobiernos

Capítulo 9

Eran las diez de la mañana cuando la criada, sirvió el suculento desayuno a su majestad. Le informó que todos sus ministros estaban reunidos en el despacho. El monarca terminó de desayunar y se dirigió allí, consciente de que lo que iba a anunciar, iba a ser un pasaje de la historia digno de recuerdo. Esperaba, que su decisión no fuese muy errada.

Todos los ministros se levantaron al verle y esperaron a que este le diese permiso para sentarse.

-Parece que el baile, surgió un gran efecto en nuestros concursantes, parece que se llevan bien entre ellos.

- Ha decidido, su majestad, ¿cuál es la forma de gobierno más adecuada? –preguntó un ministro.

- En efecto.

- Y, ¿cuál es, mi señor? –preguntó otro.

Una criada les interrumpió.

-Ya están aquí, majestad.

El rey asintió, miró a sus ministros y esperó como si tuviese toda la vida para hacerlo. A los pocos minutos, llegaron los representantes y se sentaron en las cuatro sillas de madera que quedaban libres.

-Ahora que estamos todos puedo comenzar, hace ochenta años que llegue al mundo destinado a ser un rey. Mi propósito siempre fue hacer el bien, cosa que a veces ha sido difícil, y espero haberme acercado a mi deseo. No tengo descendencia por lo que la única forma de que mi pueblo tenga un gobierno es eligiendo uno nuevo. Por eso convoque este concurso, en los cuales vuestros cuatro informes me han maravillado, debo confesar que el del señor Thomas y el de la señora Flynch me han demostrado que debemos tener a cuenta a las clases más bajas de la sociedad. Así que espero, que ustedes cooperen con el nuevo representante para que los intereses del campesinado no sean olvidados.

Braulio y Ana asintieron en silencio.

- Quiero anunciarles a todos mis ministros, mi decisión irrevocable de que la nueva forma de gobierno sea la de…

Todos salieron del palacio, para anunciar al pueblo de Nusquam, el nuevo gobierno. La gente vitoreó al nuevo jefe del estado y por otro lado el rey se ganó el sobrenombre de El Justo. Braulio y Ana aceptaron con suma felicidad cooperar con el nuevo gobierno, y fueron nombrados por el momento ministros. Convirtiéndose así, en los primeros ministros procedentes del campesinado.

Fue así, como se fijó que tras la muerte del rey entraría en vigor en nuevo gobierno.

Amelia, estaba sumamente orgullosa de tener de marido a un ministro y no paraba de comentarlo con las vecinas. Los hijos de Braulio también estaban orgullosos de su padre.

Lydia Maug seguía trazando sus planes para que es secretario se los contase a su marido. Un día, incluso, su esposo dijo que tenía suerte de tener un secretario tan cabal, a lo que ella, no pudo reprimirse la risa. Si supiese la verdad, seguramente no opinaría igual, pensó.

La señora Blackmont seguía ocupada con sus amantes, mientras que su marido reunía más afiliados a sus ideas, eran sobretodo, nobles hartos de la burguesía, que según ellos lo apoyarían pasase lo que pasase.

Ana había pedido, al rey, el divorcio. El monarca se lo concedió al ver los moratones de su cara, y esta disfrutó por fin de un poquito de la libertad que tanto predicaba.

Esta era la paz antes de la tormenta, que continuó unos meses, hasta que, en una noche, la tempestad se empezó a vislumbrar y no tardaría mucho en desatarse.

Después de cenar el rey se acostó como de costumbre en la mullida cama, se tapó con las suaves sábanas, pero no estaba solo. Junto a él, una vieja conocida, le esperaba.

- Has tardado –se limitó a decir.

- He llegado en el momento que tenía que llegar.

- Gracias, por esperar a que solucionase el asunto del gobierno.

No contestó.

- ¿He hecho bien?

- No se puede evitar una guerra que estaba destinada a desatarse. Más tarde o temprano, tendré que regresar para llevarme a cientos.

El rey sollozó.

- ¿Sabes? Eres a la única mujer que siempre he esperado, la única que en estos meses ha ocupado mi pensamiento, que no me dejaba dormir, ni comer…

- Es halagador.

- Por favor, hazlo sin dolor – el monarca cerró los ojos.

La mujer encapuchada se le acercó:

- Adiós, Jorge XV, al que llaman el Justo. Buen viaje, majestad –acto seguido, le besó en los labios.

El rey sintió sus labios cálidos que le arrebataban su alma, pero no tuvo miedo y se dejó llevar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.