La criada encargada de levantar al rey se adentró en la oscura estancia, corrió las cortinas para que la luz solar la inundase. Al girarse advirtió que el rey no se inmutaba, así que se acercó para despertarlo. Al tocarlo, notó su cuerpo rígido y helado, y soltó un grito.
La noticia se extendió como la peste, y el ruidoso ruido de la ciudad, se extinguió como un fuego al que le echas agua. El luminoso palacio fue ocupado por la tristeza y la oscuridad, la tranquilidad por la incertidumbre del nuevo gobierno. Todos los representantes acudieron vestidos de luto, como correspondía, para presentar sus respetos a ese rey que les había dado el poder. Las demás naciones mandaron sus condolencias y miraban expectantes el futuro de Nusquam, un reino que para ellos era insignificante pero que ahora, con un nuevo gobierno podría ser perjudicial para los suyos.
El velatorio en el palacio duro dos días enteros, luego en una carroza adornada con ornamentos de oro, acompañado por toda la guardia real, recorrió la calle principal, abarrotada de ciudadanos que miraban expectantes y con tristeza, el adiós de una era. Cuando llegaron al Mausoleo de los Reyes, un lugar en lo alto de una colina, separado del cementerio de los nobles, se depositó el féretro en el que iba a ser su lugar por el resto de la eternidad. El mausoleo de mármol blanco hizo que destacase la inscripción de la tumba:
Aquí yace Jorge XV el Justo
D.E.P
Tras la misa y el último adiós, los ciudadanos volvieron a sus casas. Las criadas, cambiaron la disposición de las salas de palacio, y convirtieron el gran salón que una vez, fue un lugar de lujosos bailes, fue convertido en un parlamento.
Mientras nuestros protagonistas, se preparaban para el discurso de mañana, donde se inauguraría oficialmente el nuevo Parlamento y se convocarían elecciones, en la otra parte de la ciudad un ansia de sublevación se agitaba.
- Nos han quitado parte de nuestra posición y ahora quieren gobernarnos.
- Encima, ahora se han juntado con el campesinado.
- Debemos detener esta demencia.
- Sí, recuperemos lo que es nuestro por derecho.
Eran las frases más recurrentes que se escuchaban en la reunión de afiliados en el salón de los señores Blackmont.
Mientras tal conversación se tenía, la esposa de Blackmont se seguía viendo con el mejor amigo de Richard, y quizás ya podamos decir que se había enamorado de él.
- Clare, abandona a tu marido –le suplicaba este.
- ¿Para que luego me abandones tú? Prefiero más esto.
- Cásate conmigo, Clare.
Ella reía.
- Vosotros los nobles, decís que nos amáis, pero en realidad queréis a otra.
- No hay ninguna otra, Clare.
Ella le miró a los ojos.
- ¿Acaso no amas la fortuna?
- Por supuesto.
- ¿Ves? Ella siempre se interpone en los matrimonios y sino es ella es el otro.
- ¿El otro? –preguntó este escandalizado.
- Sí, el otro, el poder. Es lo único que queréis a toda costa incluso sabiendo que puede mataros.
- Para eso estáis vosotras, para salvarnos.
Esta le volvió a mirar a los ojos.
- Sois imbéciles, sí, no me mires así, cuando os lo decimos no nos hacéis caso, porque pensáis que somos tontas, nos subestimáis, cuando somos nosotras las que os conseguimos los contactos e incluso los contratos.
El hombre hizo caso omiso y siguió besándola, mientras ella pensaba en lo que tramaba su marido.