Tanto Braulio como Ana, ganaron múltiples adeptos a sus gobiernos, ante el malestar general que se palpaba en el ambiente. Los pobres eran cada vez más pobres, y los ricos eran cada vez más ricos. El miedo usado como arma contra ellos, se estaba convirtiendo en ira, lo que muy probablemente iniciase una revolución.
El ambiente crispado también se palpaba en el servicio de palacio, que no dudaban en sugerir envenenar al rey. Pero el monarca se les había adelantado, y hacía probar al sirviente el plato o la bebida antes de hacerlo él. Lo que desencadenaba la muerte del sirviente y del envenenador.
El campesinado tenía esperanza en Braulio y en Ana, porque aún, ante tales condiciones de vida, veían el futuro con esperanza. Richard sabía que Braulio era una amenaza para él, para su poder, así que cuando vio que el pueblo comenzaba agitarse, tomó una decisión.
Reunió a todo el pueblo ante las escaleras de palacio y como la vez que había fusilado a Kevin y a Joan, se asomó al balcón. Notaba las miradas de crispación sobre él, pero les hizo caso omiso.
- Mis queridos súbditos, quiero anunciaros el feliz nacimiento de mi primogénito Richard II de Nusquam.
El aplauso de su público no se hizo esperar, pero no transmitía la emoción que debería ante tal feliz noticia.
- También quiero anunciar una nueva medida-noto las miradas de terror y reprimió la sonrisa-. Habrá un toque de queda, a las seis de la tarde todo ciudadano deberá estar en su casa, sino será detenido y ajusticiado. También, quiero anunciar públicamente, que Brulio Thomas, está bajo orden de arresto, y se pide a todos los ciudadanos que colaboren con su detención.
El hijo de Braulio, Derek, corrió a su casa para alertar a su familia, él era el único que había acudido a la llamada del rey. Cuando llegó, casi sin respiración, su madre se preocupó.
-Vienen a por padre.
Braulio se levantó de golpe, cogió comida y algunas mantas. Estaba seguro de que harían daño a su familia, así que le pidió a Amelia que le imitase. La esposa hizo lo mismo con suma rapidez.
- ¿A dónde vamos, padre? -preguntó Derek.
- A las montañas.
En pocos minutos todo estaba listo para partir. Corrieron y se alejaron lo más posible del pueblo. Subieron las escarpadas colinas y encontraron por fin una gran cueva, lo suficientemente cómoda para vivir un par de días.
-No nos encontrarán –dijo Braulio para tranquilizar a sus hijos.
Derek era el mayor, tenía el pelo negro y ya mostraba poseer gran fuerza, después estaba Anne, que se llevaba dos años con su hermano, de cabellos castaños y ojos claros como su padre y finalmente, estaba Tom, el más pequeño de seis años, que miraba aterrado la cueva, mientras su hermana le abrazaba.
Amelia miró a sus vástagos y luego a su marido. Sabía que los encontrarían, tarde o temprano, lo harían. Pero no valía la pena alertar a los niños.
Cuando Lydia y Anna se enteraron de lo sucedido, los guardas ya habían irrumpido en la casa de la segunda. Estuvieron horas intentando sonsacarles el paradero de Braulio, pero no consiguieron nada, porque ellas no paraban de repetir lo mismo:
-No sabemos dónde están.
Al final, les creyeron y se fueron.
Cuando informaron a Richard de que Braulio había huido con su familia, se puso furioso. Les insultó y amenazó con matar a toda la guardia, por incompetentes. Cuando se retiraron, pidió a su amado que se quedase.
- ¿Cómo te llamas?
- Ben Smith, señor.
- ¿Tienes familia, Ben?
- No, señor.
- ¿Le has contado a alguien lo que pasó la noche del baile?
- No, señor.
- ¿De lo que pasó entre nosotros? –Richard se fue acercando poco a poco a él.
- No, señor.
- ¿De qué vimos a mi esposa acostándose con mi mejor amigo?
- No, señor.
- Muy bien.
Estaban tan cerca que podían sentir la respiración del otro en su propia piel.
- Bésame, es una orden.
El guarda lo hizo y Richard se apartó mientras respiraba entrecortadamente.
- ¿Me amas? –le preguntó.
- Espero que no me mate por esto, señor.
Richard le miró sin comprender, el guarda le agarró suavemente de la cabeza y le besó. Después de ese, le siguieron otros. Richard se apartó y le dijo que esperase. Llamó a la criada y ordenó que nadie le molestase. Cerró la puerta tras de sí, y se quitó la chaqueta.
-Muy bien, por donde íbamos.
Se acercó a Ben, que sonreía y se lanzaron a la pasión.