Cuatro Gobiernos

Capítulo 6

Poco a poco los partidarios de Ana iban aumentando; al ver que su líder no aparecía, los partidarios de Braulio, temiendo que este hubiese sido asesinado, se unieron a Ana para vengar su muerte.

A través de sus mujeres eran informados de todas las medidas que quería optar su nueva líder y estos les comunicaban a sus mensajeras sus dudas, que al día siguiente eran respondidas solícitamente. Fue así como, se intentó fijar una fecha para dar otro golpe de estado, pero esta vez a manos del propio estado. La fecha fue indicada para dentro de unas semanas, así tendrían tiempo para pensar y discutir los pasos a seguir.

Entre tales preparativos, nuestro protagonista, se encontraba todavía en las montañas, ajeno a los preparativos de la revolución que le devolvería a su hogar y la paz. La comida estaba escaseando, así que, aunque se opuso fervientemente los primeros días, accedió al ver que sus hijos pasaban hambre. Amelia iría al mercado y mirando que nadie la seguía, traería las provisiones.

Mientras tanto, Richard se paseaba de un lado a otro en el gran salón. Todavía no habían encontrado a Braulio y eso lo ponía de los nervios. Ben lo miraba preocupado, pero seguía en su puesto. La gente no delataba su paradero, y tenía miedo de que en secreto la revolución siguiese avivándose. Lo quería muerto. Nadie podía arrebatarle su poder, su amado poder, nadie.

- ¿Estás bien? –le preguntó Ben seguro de que nadie los oía.

- Soy el rey.

- Y él solo un campesino –le tranquilizó.

-Un campesino muy convincente.

- ¿Por qué no intentas ser más agradable con el pueblo?

- ¿Qué?

- Si te amasen no te quitarían tu poder, no habría razón alguna para una revolución.

-Lo que necesita el pueblo, es miedo, el suficiente para que teman enfrentarse a mí.

-Puede ser, pero demasiado puede convertirse en ira y ese sentimiento, es lo que vence en las revoluciones.

-Bobadas.

Ben se calló y Richard siguió de un lado para otro.

Moria miraba con amor a su pequeño, que dormía plácidamente en su regazo.

-El día en que tu padre sea sustituido de su cargo, los rebeldes te sacarán del país, ese día espero estar contigo, mi vida. Cuando estalle la revolución, no estarás aquí mucho tiempo, sino en otro país, a salvo.

Moria acunaba a su hijo, imaginándose su futuro y no pudo evitar pensar en los hijos de Amelia. No quería que su hijo sufriese lo que seguramente estaban sufriendo ellos.

Amelia caminaba por las calles con la cabeza agachada, compraba sin decir palabra e intentaba alejarse lo máximo posible de los guardias que patrullaban las calles. Su corazón palpitaba con fuerza, temerosa de ser descubierta, atemorizada de que supiesen el paradero de su esposo y de sus hijos. Cuando acababa de comprar pan una mano le tocó el hombro y todo su cuerpo se congeló.

Richard seguía tenso en la comida, Moria le había llevado al niño para que le viese, pero lo rechazó. ¿Debería matarla?, pensó. Al fin y al cabo, ella sabía que ese niño no era de Clare. Rechazó la idea, que amamantase al niño, después ya se ocuparía de ella. El capitán de la guardia real interrumpió la comida, el rey se levantó y le saludó.

- Majestad, hemos detenido a diez presuntos rebeldes, ¿qué hacemos con ellos?

- Mátalos, que vean ese saco de ratas, lo que les pasará si se intentan alzar.

- Muy bien, majestad. Hemos encontrado a Amelia Thomas, señor, ¿también la matamos?

- No –la cara de Richard se iluminó. –Llévenme donde está.

Moria, que estaba escuchando detrás de la puerta, se alarmó y salió con el pretexto de comprar manteca, hacia la casa de Ana Flynch. Amelia iba a morir de eso estaba segura, pero tenían que evitarlo a toda costa.

Braulio estaba preocupado, hacía mucho rato que su esposa se había ido a comprar y aún no había regresado. No podía hacer nada, tan solo esperar, pero la espera se le hacía eterna. Miraba como sus hijos se entretenían jugando con piedras y pensó que cuanto mejor era no haberse presentado a aquel estúpido concurso. Sus hijos puede que nunca creciesen por su culpa. Algo lo sacó de sus meditaciones. Sonido de pasos. Miró a Derek, este también los había escuchado. Sus hijos mantuvieron el silencio. Braulio se levantó sin hacer ruido e intento averiguar quien se encontraba en las inmediaciones. ¿Sería un guardia? Vio a un hombre, pero no le conocía, este se marchó de regreso al pueblo. No parecía que tuviese mucha prisa, así que lo más seguro fuera que no los hubiese visto. Respiró aliviado.

La mujer encapuchada acudió puntualmente al fusilamiento de los diez jóvenes detenidos en la noche anterior. Habían sido torturados para sacarles información, cosa que no consiguieron. Estaban de rodillas, delante de la pared blanca del cementerio. Cada rebelde tenía un guardia que le apuntaba a la cabeza con una pistola. El capitán se colocó detrás de sus hombres y gritó. Diez disparos impactaron en los jóvenes y diez almas recogió la mujer encapuchada. El más joven de ellos la miró y le preguntó:

- ¿Hay esperanza?

- Siempre la hay.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.