Si algo ama el ser humano es culpar a los demás de sus propias desgracias, por esa premisa se rigió el monarca y culpó de la creciente crisis económica a gitanos y judíos, y pidió que fuesen desterrados del país. Tenían hasta el final de la semana para huir, sino serían ejecutados.
Familias enteras contemplaban sus hogares con lágrimas, viendo pasar ante sus ojos los espíritus de sus antepasados que los habitaron y que un día los construyeron, llenos de sueños y de esperanzas.
Pero hay un mal que habita, por desgracia aún es nuestra sociedad: el racismo. Richard sabía muy bien, que esta maldición podría servir muy bien para sus fines, por lo que generó todo tipo de prejuicios y temores, con lo que parte del pueblo pasó de mirar a sus vecinos como a sus iguales a odiarlos y a temerlos.
Así, mientras tenía entretenido al pueblo luchando consigo mismo, él podía seguir tranquilo sabiendo que ninguna revolución se volvería contra él.
Esta cruel idea se le había ocurrido esa misma noche, y estaba satisfecho con haber generado tal caos. Ahora se disponía a ver a Amelia Thomas, había ordenado que no se la alimentase ni se le diese nada de beber. Entró en las mugrientas celdas y vio a una Amelia apagada, muy distinta a la viva mujer que había conocido en el baile.
- ¿Te han tratado bien mis guardias, querida? –le preguntó disfrutando.
- Púdrete –le escupió.
Dos guardias la retenían por los dos brazos.
- Me parece que la única que se va a pudrir eres tú.
Se acercó a ella y le colocó un mechón de su cabello detrás de la oreja.
- Ay Amelia, Amelia, … Qué pena que te casases con el enemigo.
Amelia lo miraba con furia.
- ¿Dónde está?
- Muerto.
- ¿Dónde está Braulio?
- Muerto, como tú lo deberías estar.
Le pegó un puñetazo en el estómago y esta gritó de dolor.
- ¿Dónde está?
- Muerto.
Le agarró de los pelos y le tiró la cabeza hacia atrás.
- ¿Dónde está escondido Braulio, Amelia? ¿Acaso quieres que mate también a tus hijos?
- Ya te lo he dicho, está muerto, yo misma lo enterré –le respondió mientras le miraba a los ojos llena de furia.
- Está bien, ya hablarás, querida.
Un guardia entró justo cuando Richard se marchaba y le susurró algo al oído. Amelia lo miraba con terror.
- Dile que pase.
Richard le sonrió y apareció un hombre de unos treinta años, de pelo sucio y barba descuidada.
- ¿Cómo te llamas?
El hombre miró a Amelia y se apresuró a responder.
- Red Fleder, majestad.
- Cuéntame, ¿qué has visto?
- Majestad, he visto a Braulio Thomas con sus hijos en una cueva, no muy lejos del pueblo.
Richard miró con una sonrisa a Amelia.
- Tenemos una cueva encantada, que divertido.
Se rió y le dijo a un guardia que le diesen una buena recompensa a Red por esa valiosa información.
Cuando Richard salía de la celda, Amelia unió todas sus fuerzas y se abalanzó sobre él, pero los guardias eran más fuertes que ella.
- ¡No te atrevas a tocarlos!¡No te atrevas!
Richard se giró, cogió un arma de un guardia y le disparó.
La sala llena de los gritos de esta se silenció, y la mujer encapuchada acogió a Amelia, pero esta se negó.
-Quiero ir donde Braulio, quiero estar ahí, por favor –sollozó.
La mujer encapuchada asintió.
Ana y Lydia se enteraron por Moria del encarcelamiento de Amelia, por lo que decidieron que al día siguiente irían al mercado para comprar provisiones y después hacer que huyesen. Cuando se enteraron de la expulsión de los gitanos y de los judíos, vieron ahí su oportunidad. Las fronteras estarían abiertas, por lo que en uno de los carros podrían ir Lydia y la familia de Amelia. Esperanzadas, salieron al mercado y fue allí donde escucharon un rumor de que Red Fleder había obtenido una buena suma por revelar el paradero de Braulio Thomas. También, se rumoreaba de que unos campesinos se habían encontrado el cadáver de Amelia en una cuneta. Ana palideció.
-Es mi marido, Lydia. Él los ha delatado, hay que avisarle.
Así que dejó a Lydia comprando para no levantar muchas sospechas y corrió hacia el final del pueblo, meditando donde podían estar escondidos. En el pueblo no estaban, así que estaban en la montaña, pero ¿dónde? Todo el pueblo estaba rodeado de montañas. Recordó que Red fue quien los vio, así que seguramente los hubiese visto cuando fue a su prado, cerca de ese prado había una cueva. ¡Ya está! Estaban ahí, corrió tan rápido como pudo hasta llegar a su destino.
Braulio se temía lo peor, hacía un día que su esposa no regresaba, para tranquilizarse pensó que a lo mejor estaba refugiada en casa de Ana. Pero su fuero interno le decía que la tenían ellos, y que la habían matado. Reprimió las lágrimas e intentó tranquilizarse para no preocupar a sus hijos.