Hay minutos que pasan como años y años que pasan como minutos, esto mismo es lo que le estaba pasando a Ana mientras corría a alertar a Braulio. Rezaba porque su amigo no hubiese perecido, y mientras su corazón palpitaba, dando así banda sonora a esta escena que sería recordada toda su vida; los guardias se ponían encamino para matar.
Subió ágilmente todas las colinas hasta que por fin vislumbró la cueva y vio como Braulio, sorprendido la miraba atemorizado.
- ¡Ya vienen! –gritó.
Braulio quedó petrificado.
- ¿Amalia?
Ana se detuvo y recobró unos segundos en el aire.
- Hay que huir, Braulio.
- ¿Amalia? - le volvió a preguntar.
- No lo sé, pensaba que estaba contigo –mintió entrecortadamente.
Una lágrima le resbaló por la mejilla.
- La han matado.
- Braulio, lo siento mucho, pero tenemos que huir, no hay tiempo.
Se agachó y se dirigió a sus hijos:
- Chicos, os vais con Ana, haced todo lo que ella os diga, ¿entendido?
Los niños asintieron y Braulio los abrazó.
- Vamos, deprisa.
Ana les cogió fe la mano y vio que Braulio no los seguía.
- ¡Vamos! –le apremió.
-Id, yo me quedo.
Ya se escuchaban los pasos de los guardias y sus gritos.
- Vamos, hazlo por tus hijos.
- Por ellos me quedo, si voy con vosotros nos seguirán y acabará muertos. Le estoy dando la oportunidad de vivir la vida que se merecen. ¡Marchaos!
Ana intentó aguantar las lágrimas, pero sin éxito.
- Adiós.
- Adiós.
Descendió con los niños por la pendiente contraria hasta llegar al camino caminó unos cuantos pasos y se encontró con Lydia, que iba montada en un carro cargado con los bienes de las familias gitanas y judías, que habían decidido no correr el riesgo de morir ejecutados. Había pensado ese plan justamente cuando Ana se fue a por Braulio y estaba segura de que funcionaría. Le dijo al conductor que parase y Ana le entregó a los niños.
- Id a la frontera y si dentro de tres meses no me he reunido con vosotros, no volváis.
- ¿Y Braulio?
Ana la miró y Lydia lloró, cogió a los niños y le deseó suerte. El carro se puso en marcha y Ana vio como se alejaba por el camino de la libertad.
Richard miraba animado como cientos de familias recogían sus enseres y se despedían de la tierra que les vio nacer, para huir a otro país que los acogiese; para ver crecer a los hijos que habían tenido, sin temer que al día siguiente apareciesen muertos; con la seguridad de que ese miedo que les hacía despertarse sobresaltados por las noches se disipase.
Ben le miraba desde la puerta y Richard al advertirle le invitó a brindar con él.
- Te amo, Richard, pero no comparto esto.
- Esto es el poder, tenía que hacerlo, o sino el pueblo se volvería contra mí.
- ¿Y no has pensado que pueden unirse y acabar contigo?
- ¿Por qué crees que los he expulsado? –se giró. – Seré un psicópata, no me mires así, sé que piensas eso de mí, pero no son imbécil.
- Maldita locura que llaman amor, ¿por qué no me podría haber enamorado de otra persona?
- Por la misma razón que siendo un psicópata pude alcanzar el poder, el destino es cruel.
- Nosotros podemos trazar nuestro destino.
- Y quemarlo también, pero siempre habrá algo ajeno a nosotros que nos condicione.
Tras la marcha de Ana, Braulio cogió una piedra y se escondió detrás de un árbol. Tres guardias llegaron y miraron el interior de la cueva, viendo que no había nadie en su interior, pero conscientes de que ese lugar había sido un refugio, caminaron en dirección a dónde se habían ido sus hijos y Ana. Braulio salió y le dio un fuerte golpe con la piedra a uno de los guardias, le quitó la pistola y apuntó a los otros dos. Los otros se pusieron en guardia.
- Suelta el arma.
- ¿Para qué? Me vais a mandar al infierno igual.
Amelia y la mujer encapuchada miraban la escena sentadas al pie de la cueva.
El guardia que estaba a la izquierda de Braulio disparó justo en el mismo momento en el que Braulio disparaba contra el de la derecha.
Amelia gritó y Braulio la abrazó, y juntos se fueron.
El guardia superviviente cogió el cadáver de Braulio y lo tiró a un pozo cercano. Después cogió en brazos el cadáver de su compañero y se lo llevó, para que su viuda le preparase para el entierro.
Ana regresó a al mercado, reunió a las mujeres y comunicó la muerte de a manos de los guardias de Braulio Thomas. Las mujeres gritaron de indignación y pudo ver en ellas miradas de furia, de ira y de sed de venganza.