Cuéntame un secreto

Capítulo 2: Amigas

La primera semana de trabajo transcurrió tranquila, Mel se sentía a gusto en su nuevo entorno y su nuevo oficio, las personas le saludaban con respeto y todos parecían amables, ella mantenía sus distancias, salvo con Mariana y con Lauri, que rápido la habían acostumbrado a las rutinas de ir a almorzar a la pizzería de la esquina, observar a los camareros y reírse de nimiedades. Aún no se sentía del todo tranquila, más aún si tenía en cuenta que la habían invitado a lo que ambas llamaban los viernes de solteras y que habían descrito como un evento en el que veían películas, se maquillaban o se hacían manicura, se confesaban secretos o hablaban de cosas prohibidas.

—No estoy segura… yo… no soy una persona muy interesante —dijo Mel aquel viernes al mediodía cuando ambas insistieron.

—No hay opciones, muchacha, necesitábamos ser tres para ser las tres mosqueteras, así que ya te hemos agregado al grupo —añadió Mariana con una sonrisa—. Me das tu ubicación y pasaré por ti, hoy toca en la casa de Laura.

Mel lo dudó, pero recordó que Ian le había hecho prometer que iría. Ella le había contado sobre sus nuevas compañeras, y le comentó el terror que le daba asistir a aquella reunión tan íntima. Ian le dijo que estaba feliz de que por fin tuviera amigas y que se dejara llevar, que no pensara, que solo viviera.

Vivir sin pensar era algo que Mel no concebía, dejarse llevar ya le había costado demasiado caro en el pasado y no quería aumentar la deuda pendiente que aún tenía con la vida y que tanto le impedía ser feliz. Pero Ian insistió, le hizo prometer que iría y que luego le llamaría para contarle, le dijo que si no lo hacía no le hablaría por un mes entero.

—Bien… pero ya les aviso que no tengo nada para contar, soy una mujer aburrida —admitió.

—Pues entonces habrá que comenzar a cambiar eso — dijo Lauri con una sonrisa—. ¿No has visto cómo te mira Thiago, el de contabilidad?

—Olvídalo —dijo Mel—, no tengo intereses en hombres —afirmó con certeza.

—¿En mujeres? —inquirió Mariana con curiosidad—. Podemos presentarte a Karla, la del área de paseos turísticos, es muy divertida.

—¡Tampoco! —exclamó Mel, pero su reacción terminó haciéndoles reír a las tres.

—¿Animales? —inquirió Lauri en medio de la risa.

—Ni mascotas ni plantas, suficiente tengo conmigo misma —añadió.

—¡Habrá que cambiar eso! —exclamó Laura con entusiasmo—. Dime qué clase de hombres te atraen y yo te tendré uno perfecto.

—¡O mujeres! —exclamó Mariana.

Las tres volvieron a reír y esa conversación convenció a Mel de que podía pasar con ellas una velada fantástica. Hacía mucho tiempo que no reía tan de seguido como en toda esa semana, y ninguna de las dos parecía juzgar nada de lo que la otra dijera, eso era algo que ella consideraba una cualidad extraordinaria y rara, pero le agradaba. Las dos parecían notarla distinta, pero eso no era suficiente para que le apartaran, parecía ser que justo por eso se le acercaban aún más, y por un ápice de segundo, Mel sintió que con ellas podía ser… simplemente ser.

Cuando regresaban a la oficina, vieron a Ferrán sentado bajo un árbol, se notaba sumido en sus pensamientos.

—Hoy no es su día —dijo Mariana al verlo.

—Parece que no —admitió Lauri—. Un día tendríamos que hablarle, acercarnos a él, intentar conocerlo.

—Es una buena idea —dijo Mariana—, podríamos sacarle ese maquillaje para ver su cara real, ¿no crees? —preguntó.

—Podría ser guapo… tiene lindas facciones —respondió Lauri.

Ferrán levantó la mirada y las observó, las chicas lo saludaron con la mano y él solo les regaló una sonrisa.

—Así que hoy no hay flores de papel —murmuró Lauri.

—Ese hombre tiene dolor en la mirada —dijo Mariana con certeza—, aunque se pinte la cara, los ojos hablan de las verdades del alma.

Tras aquella frase, Mel se sintió incómoda. ¿Podía Mariana leer lo que decían sus ojos? ¿Podría ver el dolor en su mirada?

Cerca de las cinco de la tarde, Ian llamó solo para asegurarse de que su hermana iría a su cita con sus amigas. Le insistió una y otra vez que se relajara y le abriera su corazón a esas mujeres.

—La gente no es mala, Mel. Admito que hay gente que sí lo es, pero si te abrieras al mundo descubrirías la cantidad de personas que van por ahí con buenas intenciones. No te digo que lo hagas de golpe, pero dales un espacio, deja que te involucren en sus mundos y entra con cuidado. No puedes vivir la vida cerrada a la gente por miedo a sufrir, ¿no te das cuenta de que igual sufres? Si vas a sufrir al menos que sea por haber amado, por haberte jugado por alguien, por haber confiado. Siempre habrá alguien que te falle, y seguro tú también le fallarás a alguien, pero también siempre habrá gente que te quiera y te acepte como eres, gente que estará para ti.

—Pareces el hermano mayor —dijo ella con ternura—. Te has convertido en un gran hombre.

—Tú me has convertido en un gran hombre, y tú eres una gran mujer.

***

Unas horas más tarde, sentada en el asiento del conductor del automóvil de Mariana, sentía el ya tan acostumbrado escalofrío y el sudor de sus manos. Mariana no habló por unos instantes, pero luego sonrió.

—Deduzco que guardas una gran pena, algo lo suficientemente importante para que te hayas cerrado al mundo. Me doy cuenta de que hablas poco con la gente, lo justo y necesario, que no socializas con nadie más allá de la oficina y el trabajo, y que, por algún motivo, quizá por caraduras, nos has dejado entrar un poquito a Lau y a mí. Te agradezco por eso —admitió y luego hizo un silencio.



#12399 en Novela romántica

En el texto hay: destino, amor, amistad

Editado: 19.10.2022

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