Cuéntame una historia

1.

"La búsqueda del príncipe. "

 

Capítulo 1.

—Arlene Vásquez —por segunda o cuarta vez, suspiro.

—Así me llamo —me remuevo en la silla, es incomoda—. Deberían cambiar las sillas, es difícil acomodar bien el trasero —gruño.

—¿Qué te pasó en la cara, Arlene?

Me tenso, llevando mi mano a mi ojo y labio. El dolor es inmediato al instante en que pongo mis manos en la zona golpeada, alzo los hombros.

—Un idiota que no supo tomar el no como respuesta —pese a que intento verme muy segura con mis palabras, el policía delante de mí sonrió achinando los ojos, una sonrisa diminuta y falsa.

Apoya los codos en la mesa y me mira con curiosidad, ruedo los ojos carraspeando. La luz me molesta un poco.

—Dame su nombre, podemos iniciar una investigación o si quieres poner una denuncia por agresión física.

—Oiga —miro su placa, decido no llamarlo por ningún diminutivo—. No sé qué hago aquí y lo único que me apetece ahora mismo es irme.

Él se reclina en su silla y apoya las manos en su escritorio, no sé si buscaba intimidarme ante eso, pero lastimosamente no lo logró. Me mantuve con la misma expresión aburrida y neutra de hace unas horas atrás cuando fueron buscándome al departamento.

—¿Por qué no confiesas? —iba a decirle que no tengo nada que confesar, me quita el lugar al seguir hablando—. Te aseguro que es mejor hablar conmigo que con un detective, testigos afirman que te vieron saliendo del local en eso de las doce de la madrugada.

—¿Me ve cara de Cenicienta? No salí a ninguna parte a esa hora —comento, aguantando las ganas de orinar.

—No, de hecho, con ese aspecto luces igual a Cruella. ¿Desde cuándo fumas, Arlene?

—No fumo.

—Mentirle a un policía o negarse a cooperar es un delito. El homicidio también —arroja, sin quitar sus asquerosos ojos de mí.

—Desde los dieciséis —ignoro su intento de acusarme, él anota todo en su libreta para luego alzar la vista indiscretamente a mi rostro, fijándose en el labio partido.

Trago saliva ante la mirada reparona de su parte. Odio a los policías, por otra lado, que haya pronunciado la palabra homicidio solo provoca en mí las misma ganas de correr e irme lejos de aquí.

—¿Cuántos años tienes ahora?

—Veintiséis —murmuro en tono bajo, no luce sorprendido, sin embargo, baja la mirada al cuaderno y vuelve anotar.

Ojeo el lugar, policías por allí y policías por allá. Tantos que me marean, ¿por qué hay tanta luz por aquí? Además, qué hora es.

Dejo de averiguar sobre el lugar donde me encuentro al escucharlo de nuevo.

—¿Tienes toda esa nicotina en tus pulmones desde tan joven? —murmura, volviendo a mirarme. Le lanzo una de mis miradas no muy contenta por su averiguación.

—No estoy aquí para hablar de mis malos hábitos ¿o sí? Porque si es así puedo irme, no me apetece hablar de mis mierdas con alguien como usted.

Me levanto, tomando el feo bolso que dejé en el suelo como toda una señorita, el cual solo tiene mis llaves y mi identificación. Me detengo al oírlo decir algo que solo hizo que una pequeña parte de mi enojo creciera.

Que me estén preguntando tantas cosas cuando tengo una jodida reseca no se siente bien.

—He notado el desagrado hacia mi persona...

—No es desagrado a su persona, es desagrado a lo que es y hace —lo corto antes de que crea otra cosa, levanto la mano con el dedo índice señalando su placa—. Ustedes dicen ayudar a los ciudadanos, pero no es más que mentiras y mierdas disfrazadas. Solo buscan el bien de sí mismos sin importarles pasar por encima de otros —a ese punto, me encontraba tan enfurecida que mis manos ya estaban hechas puños y temblando.

Movimiento que él, por supuesto, notó.

—¿Tuvo una mala experiencia con algún policía, señorita Arlene? —rio, ya que en todo el tiempo que llevo aquí no me llamó así.

Pequeños detalles que causan grandes diferencias. Relamo mis labios sonriendo sarcásticamente.

—¿Puedo irme, oficial? —doy por terminada esta conversación, él suspira y se levanta.

Aquellos ojos grises del oficial Garret mirándome con cautela, desconfiando de mí. Lo miro igual puesto que tampoco confiaba en él, en ninguno de ellos.

Relaja sus músculos dejando ir una larga bocanada de aire, un suspiro que solo logra fatigarme más.

—Sabe lo que sucede, y si me permite un consejo. Es mejor que se muestre cooperadora ante este caso. Hablamos de un homicidio en el que más de diez personas fueron testigos o estuvieron involucrados de alguna forma, no descartamos a nadie —informa sin percatarse que ese comentario me pone más nerviosa.

Obviamente no hice que lo supiera, pestañeo con lentitud, sus palabras repicando en mi cabeza, sabía qué significaba eso.

Que yo no sería descartada.

Formaba parte de la investigación, mal día para no recordar absolutamente nada sobre esa noche, es una forma de vulnerabilidad ante ellos. Sería fácil hacerme ver la culpable por no recodar nada, aunque estoy segura que no he sido la única sospechosa que estuvo ebria en el momento del crimen.

—¿Me esta diciendo que creen que yo lo hice o...? —lo dejo a la mitad, él sonríe, odiaba también cuando sonreía. Porque su sonrisa era ladina, de esas que te dicen "conozco cosas que tú no".

—Que pase buen día, le recomiendo no salir de la ciudad —finaliza acercándose a la puerta y abriéndola por mí.

Muevo mi culo saliendo de ahí a toda prisa, estando afuera el sol me da justo en la cara recordándome que no estaba bien en ningún sentido. Trago saliva buscando mi celular, sorpresa, no estaba.

Quedo paralizada, haciendo memoria para saber dónde lo perdí.

Minutos después mientras el sol me da justo en la cara y cabeza, lo tengo, en aquel callejón, cuando salí para fumarme otro cigarrillo y por estúpida resbalé. Pude haberlo tomado si no fuera por el disparo que escuché instantes más tarde de caerme, dejándome estupefacta e incapaz de reaccionar debidamente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.