Cuéntame una historia

2.

"El beso encantado".

 

Capítulo 2.

—Pensé que lo habías dejado.

—No estoy para tus regaños ahora mismo ¿ok, Noah? Me está llevando el mismo diablo en este instante —gruño dando otra calada, mis manos temblando por la misma razón que hace un día—. No es buen momento.

—Tu vida entera se basa en "no es buen momento" —tener una compañera de apartamento no es tan genial como se cree.

A veces sucede que te llevas bien con una persona, pero igual te dan deseo de matarla en ocasiones, hablando en forma de broma, claro.

Con Noah la relación es algo extraña, sabemos de ambas solo dos cosas: el nombre y que respira.

Tal vez este exagerando, ni modo, mi cerebro esta achicharrado en este momento.

—Sí, es más cool de lo que se escucha —parloteo, sin apartar la vista de la ventana.

Por alguna razón, creía que nos espiaban, o que algún policía se encuentra por ahí mirando hacia nuestro departamento para ver qué sucede en mi "hogar".

—¿A quién demonios estas asechando? Me tienes con el culo apretado por tu expresión de niña asustada.

—Puedes ser más vulgar, si te da la gana.

—Jodete.

—Ya lo estoy —sonrío hipócrita—. Y me va de maravilla en eso.

Como lo cotilla que es, se acerca hasta mí y mira por la ventana conmigo. Para luego hacer una mueca.

—Sé que te gustan mayores, pero eso ya es otro nivel. Ni siquiera puede agacharse sin usar el bastón —expresa.

Frunzo los labios al notar que se refiere al viejo que se encuentra en la calle paseando a un perro igual de viejo que él.

¿Qué mierda son esas de las almas gemelas? Yo quiero un alma de vejez como la de ese anciano.

—Estas enferma —comento apartándome.

Ella carcajea de una manera risueña que obtiene que mi atención quede en ese momento, su cabello se balancea de una forma tan fantasiosa que causa arcadas por la escena que mis ojos presencian.

Tiene linda sonrisa.

—No más que tú.

Dejo lo que queda del cigarro en el cenicero donde lo pongo siempre, Noah resopla y procede a tirarlo al zafacón de basura. Ruedo los ojos.

—Deja de limpiar mis desastres.

—Entonces deja de hacerlos —se cruza de brazos, la ignoro los próximo tres minutos en el que me dedico a mirar el techo con la sensación de que en algún momento la vida se me pondrá de cabeza.

Como si no estuviera así ya.

Golpeo mi abdomen siguiendo el ritmo de la melodía que se reproduce en mi cabecilla justo ahora, ni siquiera me recuerdo en dónde la escuche.

>> Arlene, ¿qué te sucede? Estas más intranquila que todos los días, y eso es mucho de decir —la ignoro, ¿cuánto dura una investigación por homicidio?— Arlene, te dije hace tiempo que dejaras de fumar, ahora mírate. Estas histérica.

—No estoy histérica, estoy ignorando tu presencia en esta habitación. ¿Notas lo hermoso que se escucha el silencio sin tu voz de por medio?

La escucho gruñir, yo resoplo rodando los ojos. A veces es insufrible.

Aunque tiene razón, internamente estoy histérica, preocupada, intranquila, nerviosa. Incapaz de respirar con normalidad, a mi mente llegan vagos recuerdos de esa noche, de la cual no figuro la mayoría de los sucesos que pasaron. A duras penas recordé el lugar en el que dejé mi celular en la policía, ahora temía que lo encontraran y lo asociaran con la escena del crimen.

Porque se supone que yo no salí de aquella estúpida discoteca.

—¿En qué lio te metiste esta vez, Arlene? —suspiro, levantándome del sofá que ella misma compró.

El tono cansado de está me deja peor. Suena como mi madre hace unos años, como cada vez que me traía algún policía a casa o llegaba golpeada.

Recordando eso llevo la mano a mi ojo, duele un poco. Tuve que ponerme hielo y tomar un analgésico, comenzaba a tomar un color muy feo. Estiro mis brazos con pereza mientras la observo con pesadez.

—Deja de pedirme cuentas sobre lo que sucede conmigo. No eres mi madre —refunfuño, buscando un chicle de uva en la diminuta cocina que compartimos.

Los tengo en todas partes para cuando me canso del cigarrillo o se me acaban.

—Pero me preocupas, somos amigas.

—No lo somos —la paro en seco—. Y nunca lo seremos. Así que vete a la mierda.

Giro para verla, sus ojos azul cielo mirándome dolidos. No soportaba que fuera tan sensible.

Noah tuerce sus labios pintados de rosa, para luego levantarse y comenzar a alejarse. Suspiro cuando no me ve, vuelvo a ponerme tiesa al escucharla de nuevo.

—Si quieres hablar, sabes dónde encontrarme —la escucho murmurar con la voz entrecortada y bajita.

No sé si es estúpido o admirable que a pesar de todas las porquerías que le arrojo, siga brindándome su ayuda.

Con eso en mente, tomo deprisa la chaqueta vieja que llevo teniendo por más de dos años y salgo. Tiro la puerta con fuerza y camino, pasando por puertas de personas que se suponen son mis vecinos.

Patético nombre. Patética vida.

Estando afuera, no evito cuestionarme sobre Noah.

Es de esas chicas que soportan todo, y eso lo admiro, no lo niego. Una persona fuerte que soporta todo lo que le tire la jodida vida y que siga manteniéndose de pie, es de admirar.

Incluso si una de esas cosas que la vida le tira sean personas jodidas con una vida jodida. O sea, yo.

La envidio.

Sonríe como si la vida fuese perfecta y se mantiene tan horriblemente positiva que es molesto. Y es egoísta de mi parte que quiera apagar su brillo y la manera tan bonita que tiene de ver la vida solo porque yo quiero que la mía se acabe cada segundo.

Es muy egoísta.

Y lo detesto, abomino que sea así porque no se da cuenta de que la existencia es triste y deprimente. De que tiene más cosas malas que buena, de que mirarla de otra forma no hará que sea mejor.




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