Cuéntame una historia

5.

"Si yo soy Bestia, tú eres Bella."

 

Capítulo 05.

Eran cerca de las tres de la madruga y no podía dormir.

Mi mente traía recuerdos amargos y desagradables que en más de una ocasión hicieron que me removiera en la cama.

En mi pecho se centraban aquella emoción llamada tristeza. Esa que siempre viene acompañada con soledad.

Por esa razón intentaba no darles riendas sueltas a mis lágrimas, yo no era de llorar, si estaba mal trataba en lo más mínimo no demostrarlo.

Porque lo que a mí me duele en el alma ningún humano puede sanarlo. Solo yo puedo liberar todo lo que me ata al dolor interior que poseo como si fuera un trofeo.

Sin embargo, había dejado hacía tiempo esa misión de intentar mejorar y sanar. Eso llevaba tiempo, y yo no soy de esperar.

Necesitaba y quería que, si debía sanar, que sea ahora mismo, en este segundo.

Por el contrario, cosas así no le ponemos tiempo, pueden durar años, meses o siglos. Pero duran.

Exhalo, ¿tenía suficiente tiempo?

Trago saliva, dando una calada al humo y expulsándolo después, este se desvanece en el aire que acompañaba la madrugada.

Podía esperar que amanezca, no sería la primera vez.

Quedaríamos solo mis pensamientos tristes y yo. Junto con mi hermana soledad.

Vaya, ¿cuándo se me jodió la vida así? Sonrío triste, dando otra calada. Sabía perfectamente cuándo y dónde.

Tenía la fecha exacta, el lugar y todo lo que había pasado para que hoy en día sea como soy. Una mierda de persona con sueños rotos y sin ganas de seguir tras otro.

Y tenía muchos sueños. Demasiados.

El primero en la lista era ser psicóloga, sí, psicóloga.

Ahora lo pienso y simplemente no entiendo cómo se me ocurrió imaginarme ejerciendo esa profesión. No lo lograría, no con mi actitud. No con mi vida, no con lo mal que estoy en todos los sentidos.

¿Cómo ayudar a alguien más cuando no puedo ayudarme a mí misma? Cuando no puedo solucionar mis propios problemas...

Un sollozo sacude mi cuerpo gravemente, dejó escapar aire. Siento como si estuvieran oprimiéndome fuerte el pecho, tan fuerte que me cuesta respirar con libertad.

Suelto una risa irónica, yo hace tiempo dejé de respirar con libertad.

Soy presa y esclava de mi tristeza, de mi angustia y negatividad. Soy presa del miedo, de la ansiedad, de la desesperación.

Hace tiempo estaba preocupada por mi futuro, y ahora solo quiero que se acabe mi presente ya que no puedes pensar en un futuro cuando no sabes qué hacer con tu presente.

Comienzo a murmurar y tararear la canción que tantas veces canto y repito cuando estoy en momentos así, aquella que cuenta todo lo que yo no puedo.

En mi mente, la voz de la cantante junto con la melodía rompiéndome más, la oscuridad de mi cuarto y el cielo le daban el toque perfecto para representar lo vacía que me siento.

Sola y deprimente. Joven y triste.

Miro con agobio el cielo, una capa negra cubierta de algunas estrellas.

Solo bastó que una lágrima rodara por mi mejilla para que aquella pregunta que siempre me acompaña llegue:

¿Lo merezco?

¿Merezco todo esto? Todo lo que pasa conmigo. ¿Lo merezco por ser cómo soy?

Yo no lo quería, no quería ser así. Jamás pensaba convertirme en lo que soy ahora.

A veces, la vida tiene planes diferente.

Pues sus planes apestan.

Gruño limpiando las lágrimas, el rencor floreciendo de nuevo hacia la vida.

Maldita.

—¿Arlene? —ni siquiera me muevo, apoyo los codos en la ventana y termino el cigarrillo, al igual que la letra de la canción, se termina.

Con una expresión neutra, con mi cuerpo presente pero mi mente ausente, espero que hable, que diga lo que quiere decir y se vaya. No obstante, son sus pasos suaves y un bostezo que me responde.

La miro de reojo sin voltear la cara.

La envidio, puede dormir sin ningún pensamiento importunando.

O sin ninguna tristeza atormentándola.

—¿Qué quieres, Noah? —mi voz sale rasposa y débil.

Bajo la vista solo para ver la cera y calle, unos metros más abajo.

Sería tan fácil lanzarse y terminar con esto...

—¿No puedes dormir? —pestañeo con lentitud.

—Para nada, solo me gusta levantarme en la madrugada y ponerme a mirar el cielo. No es que no puedo dormir, qué dices.

Giro a ella posando la espalda en la ventana, a pesar de la oscuridad de la habitación. Podía imaginarla.

En su cuerpo probablemente lleva ese feo pijama de un dragón con ojos saltones, a diferencia de mí que duermo solo con una polera bastante grande y que ni siquiera me cubre el trasero.

Creo que llegó a mencionar que el dragón se llamaba sin dientes, no lo sé, pero era un nombre ridículo.

Su expresión sería otra cosa, un rostro serio a causa de mi respuesta, con ojos semidormidos, el cabello tal vez trenzado o con un moño flojo; no como el mío que lo entro todo en un gorro para que no me moleste al dormir.

Ya pueden ver lo diferente que somos y como eso afecta nuestra convivencia.

—¿Te sientes bien? —indaga, y no puedo evitar pensar que esa es la pregunta correcta.

Porque si me preguntaran cómo estoy, diría que bien, porque así es. Estoy bien físicamente, a mí parecer.

Si me preguntas cómo me siento sería otra historia. Así que, sí, cómo te sientes es la respuesta correcta.

Cómo estas emocionalmente, psicológicamente...

—No —trago saliva—. No me siento bien desde hace un tiempo.

Exhalo, decirlo se siente reconfortante. Contarle a alguien cómo estas se siente... aliviador.

Aunque, ¿de qué serviría? Contarle a alguien más algo que tú no entiendes, ¿qué te asegura que recibirás ayuda de la forma que quieres? Nada.

—¿Quieres hablar sobre eso? —finalmente llega a mi lado, el característico olor de durazno inundando mis fosas nasales.




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