Cuéntame una historia

13.

"Hacer lo que dicta el corazón".

 

Capítulo 13.

Ya estaba cambiada, lista para irme.

—Habla —la incito—, me dará algo si vuelves a cruzar las piernas como si estuvieras orinándote.

Sonrío, dejo la caja a un lado sin apartar la vista de ella. No he escrito nada en el diario, y el gorro lo tengo puesto, volteo el rostro solo para mirarla.

Algo le preocupa.

—Sé que no debería de meterme en eso, pero concuerdo con Stan. No lo conozco y se nota mucho que se quieren más allá de su relación empleado e hija de su jefa —frunzo las cejas, no estará pensando otra cosa respecto a Stan y yo—. Quita esa cara, no me refiero a ese tipo de cariño, por Dios —resopla, ruedo los ojos queriendo que vaya al punto—, no deberíamos de ir, esperemos un poco, solo hasta que mejores y los medi...

—Mi madre se halla a varias horas lejos de mí y enferma, probablemente muera —recuerdo, sentándome en la esquina de la cama—. No puedo durar más, Noah —murmuro, con la vista cristalizada en el piso.

La escucho aplaudir.

—Tienes razón, lo lamento —asiento con una pequeña sonrisa, ella se acerca y suspira, pasa las palmas en sus jeans aún nerviosa para luego sentarse a mi lado derecho—. ¿Crees que le agrade? —sonrío divertida, percibía que no era solo una cosa lo que le preocupaba.

—Ni siquiera le agrado yo que soy su hija —paso una mano por sus hombros carcajeando, ella sonríe luciendo decaída—. Las opiniones de los demás sobre ti no deberían de importarte, Noah —pellizco su mejilla.

Sonríe sin fuerzas.

—Hablamos de tu madre, es como conocer a la madre de tu novio. Es importante saber qué piensa de mí —exhala, aparto la mano y me abrazo a mí misma. No sabría qué responderle—. Sé que has dicho muchas veces que no somos amigas...

Cierro los ojos sintiéndome arrepentida de pronto.

—Noah —intento hablar, alza un dedo. 

Cierro la boca.

—Sin embargo, tú eres una amiga para mí, Arlene, una amiga algo egoísta y distante... conocemos poco de la otra cuando a su vida familiar se refiere, por eso necesito saber qué sucede con tu madre y tú. ¿Por qué no querías verla desde un principio?

Bufo, muevo mis pies con pereza ya que estos no llegan al suelo.

—Clint es un chismoso y soplón —carcajea concordando conmigo, pestañeo rascando mi nariz—, lo de mi madre y yo es... complicado. Solo puedo decirte eso, Noah.

No quería contarle por varias razones, la primera es que no estaba lista para contar esa parte de mi vida, la segundo es que, si ella va conmigo a verla sabiendo la razón por la que nuestra relación es tan tensa, no saldrá nada.

Se olvidará completamente de querer caerle bien a sentir algo que no debería por mi madre, y tampoco quiero eso.

Vamos, que tú no sabes lo que quieres la mayoría del tiempo.

—Lo entiendo, tampoco estoy lista para hablar de algunas cosas, pese a eso, en algún momento hay que soltar todo. No puedes curarte si sigues aferrándote a eso que te lastima —la analizo, ella también posee cosas que debería de hablarlas. 

Alzo mi labio inferior, pensativa, procedo a mirarla.

—¿Y cuándo será ese momento? —inquiero en voz baja, la curiosidad por saber qué sucede en la mente de esa chica carcomiéndome los huesos.

Esta muy distraída, anoche que se quedó a dormir aquí, a pesar de que estaba medicada hasta el culo, desperté varias veces y en una de esas la encontré mirando por la ventana. En un estado ido, con la mirada perdida y expresión triste.

Como si estuviera recordando algo que todavía le duele. Justo así. 

Me preocupaba por ella, Noah es muy energética, siempre se encuentra en movimiento y verla en un momento tan inesperado con una expresión de tristeza total, me desconcierta.

Sé que las personas tienen derecho a estar tristes de vez en cuando, pero ver a tu mejor amiga de esa forma nunca es bienvenido.

Por primera vez parece importarte lo que sucede con ella.

Trago en seco bajando la vista. Sintiéndome avergonzada por mi propio regaño. 

—Tal vez cuando decidas dejar de fumar, o cuando decidas buscar ayuda —murmura, alzo la vista hacia su rostro.

Quedo mirándola, observando cada detalle de su cara. Las pestañas alargadas y rizadas pero con pocos pelos, sus pequeños ojos cansados y la nariz rojiza en la punta. Unas ojeras visibles debajo de sus ojos. 

Relamo mi labio atrapando su mano y juntándola con la mía. Percibo las suyas frías, pero no me aparto.

En silencio absoluto en la habitación, con solo nuestras respiraciones escuchándose y alguna que otra voz de alguien al pasar por la puerta, nos abrazamos.

Mordisqueo mi labio, ¿buscar ayuda? Lo he pensado.

E intentado.

Investigaba algún lugar donde pueda ir para contar mis cosas, he reservado citas con los mejores psicólogos que internet me ha dicho de por aquí. Y al final, no llego a ninguna. 

Ese día llegaba y en ese día Arlene se siente como una mierda, haciéndose imposible la idea de llegar con el psicólogo y finalmente recibir ayuda. Hasta que en un momento dejé de intentarlo, ya no llamaba pidiendo una cita y mucho menos investigaba.

Tratar con mis problemas me cansa, así que los ignoro todo el tiempo que me sea posible.

Hasta que encuentre un momento con fuerza suficiente para afrentarme a ellos. Todos ellos. 

Giramos a la puerta temerosas y asombradas, Clint entra caminando con una velocidad mínima y se para enfrente de nosotras.

—Fui a pagar la cuenta —abro la boca para reñirle por hacer eso, no le pedí que lo hiciera—, antes de que sueltes algo por esa linda boca, déjame terminar —hago un puchero, quería maldecir un poco—. Dijeron que ya estaba paga, que alguien más la pagó.

Alejo mi cuerpo por el desconcierto, no obstante, decido preguntar algo para así corroborar lo que pienso.




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